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Cioranescu, abarcar lo inabarcable

'Escritos autobiográficos', segundo volumen de la biblioteca del erudito coordinado por Sánchez Robayna

Alejandro Cioranescu en Las Cañadas del Teide. L. V. B.

La reciente publicación de Escritos autobiográficos de Alejandro Cioranescu, segundo volumen de la Biblioteca Alejandro Cioranescu dirigida por Andrés Sánchez Robayna, constituye una oportunidad idónea para situar y valorar críticamente a una personalidad intelectual muy atractiva y, además, fundamental en la historia cultural de Canarias. No basta con decir que en estas páginas el memorialista -conocido investigador, crítico y profesor rumano afincado en España desde mediados del siglo XX- une algunas de sus principales pasiones (la literatura, la historia, el pensamiento) con unas admirables dotes de escritor a través de un preciso dibujo de ambientes, un cautivador trazado de personajes y un fino e inteligente sentido del humor: estamos, además, obligados a señalar que todo ello proviene de una lucidez intelectual que hace de este libro un documento de considerable interés e importancia. La producción crítica de Alejandro Cioranescu (1911-1999), que la Biblioteca AC aspira ahora a completar con el auspicio de la Fundación CajaCanarias, parece inabarcable. ¿Cómo dominar, en efecto, tantos saberes y tradiciones culturales? Sería preciso conocer bien, cuando menos, la literatura rumana, la francesa, la italiana y la es-pañola, la historia general europea, la historia de la colonización americana, los estudios canarios, la lexicografía, la traducción, la literatura comparada? Cioranescu representa el raro caso de un intelectual que desborda los cauces y crea espacios nuevos: su mundo es más amplio que el de la especialización de saberes hoy dominante.

El libro se divide en dos partes: la primera traduce el volumen Recuerdos sin memoria (1911-1934), publicado en rumano en 1995; la segunda recopila textos dispersos de carácter autobiográfico que el autor fue publicando a lo largo de los años, incluyendo fragmentos conservados de la continuación de sus memorias, que el autor, por desgracia, no llegó a concluir a causa de su muerte.

Cuatro son las razones principales que hacen recomendable la lectura de estas páginas. En primer lugar, se trata de las memorias de un escritor, y no sólo de las de un excepcional historiador y filólogo. Cioranescu parte a la búsqueda no de datos exactos sino del recuerdo vivo, capaz de desvelarle la forma más precisa e imperecedera de un acontecimiento del pasado. Cabría decir que la memoria es, para el autor, el presente del pasado, o una forma del pasado vivido como presente. La viveza de su lenguaje, así como la capacidad para asociar hechos muy diversos y para transformarlos en relato, hablan sobradamente de la vocación literaria que se halla en la base de estos escritos.

En segundo lugar, habla también aquí, sin duda, un escritor que es, al mismo tiempo, un gran filólogo. La fruición por el saber, el deseo de explicar, el placer de ubicar y de ordenar, la pasión por comprender, arraigaron en Cioranescu desde muy tempranamente. En el capítulo titulado El arte poética, el autor hace el relato pormenorizado del modo en que la inagotable necesidad de comprender marca su manera de estar en el mundo y lo orienta a la imaginación y a los estudios literarios. El misterio de la sonoridad de la poesía, la constitución física y sonora de la palabra en el poema, se convierten para el niño en el acertijo decisivo, en el ensueño del descifrar: "¡Qué difícil es creer, cuando lo que se desea es saber!", escribe el filólogo mientras desentraña el argumento de su vocación. "Un mundo", responde el escritor -el mundo de la poesía-, "en el cual nunca he sabido, ni han sabido enseñarme, cómo separar lo que se escucha de lo que se entiende". Y al final todo se resuelve: "Semejantes versiones atrevidas no llegaban a indignarme. Pertenecían a una lengua que yo conocía muy bien. La otra era coto vedado, territorio de la fantasía y escalera de Jacob: la lengua en la que cabe lo que sabemos y lo que ignoramos, lo que entendemos y lo que nos supera?".

En tercer lugar, y fruto de todo lo anterior, estas memorias y escritos autobiográficos subrayan el decisivo papel del lenguaje como única herramienta determinante para la construcción de la realidad, por encima incluso de los hechos. El autor comienza el libro casi con una disculpa en relación con este aspecto: "Por lo demás, estoy seguro de no haber sido un buen observador, porque no me han interesado los objetos en sí sino sólo su eventual trascendencia. No puedo por lo tanto garantizar la veracidad de mis afirmaciones. Sólo puedo garantizar su sinceridad, que por desgracia no demuestra nada desde el punto de vista de la historia o de la literatura". La redacción de unas memorias implica la necesidad de construir un sistema moral que las sostenga, y ese sistema moral no depende tanto de las disciplinas en las que se encarna (una autobiografía puede pertenecer al ámbito de la literatura y al ámbito de la historia documental) como del lenguaje en el que toma cuerpo. "La historia", dirá más adelante, "no es memoria, sino crítica de la memoria". Los recuerdos pertenecen al que los enuncia después de una búsqueda ardua, pero del mismo modo pertenecen a "lo que los enuncia", al lenguaje, que construye su forma.

Por último, la memoria de un escritor es, por supuesto, territorio propicio para la invención: la de Cioranescu no intenta establecer una crónica del menudo suceder de la vida. El autor no va a la búsqueda de las cosas pequeñas que en aluvión se depositan y arman la estructura de una existencia, sino que quiere demostrar, a través del "don de fabricar dragones" (como afirma en relación con un episodio de su infancia), que no hay, para lo memorable, hechos insignificantes: la memoria es también la reunión meditada de lo decisivo. La historia convulsa de la Europa del siglo pasado protagoniza no pocos capítulos del libro, pero lo hace en la suma y la resta de las circunstancias, desde el juicio de un hombre que, lejos de interpretar únicamente la realidad exterior, aspira sobre todo a comprenderse a sí mismo: "Los hombres del Renacimiento creían y afirmaban que eran llevados hacia el futuro sobre los hombros de los antiguos. Creo que es también mi caso, con la diferencia de que los antiguos que me llevan sobre sus hombros me colocaron al revés, de tal manera que sólo pueda mirar hacia el pasado. De hecho, el futuro llega siempre sin consultar. [?] En 1940 se estaba haciendo la historia y yo seguía ajeno, incapaz de involucrarme."

Escritos autobiográficos, en buena parte traducido por LilicaVoicu-Brey -a quien se debe el excelente Alejandro Cioranescu: biografía intelectual de un comparatista (2006)-, es un hermoso regalo para quienes se interesan por las relaciones entre historia y memoria. Y un libro imprescindible para conocer a una personalidad única de la crítica, la investigación y los estudios literarios e históricos que fue también un singular escritor.

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