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Boreal, festival gourmet

El cartel del décimo aniversario hacía honor a tan redonda efeméride, manteniendo la esencia de años anteriores

Boreal, festival gourmet

Cualquiera que lo haya vivido en ediciones anteriores lo sabe: Boreal es un festival mesurado en su dimensión pero para nada en intenciones ni en sus excepcionales resultados. Sí, están los conciertos, con entrada gratuita, el gran reclamo del viernes y sábado, a los que se les suman también, durante los cuatro días que dura el festival, un buen montón de actividades distintas, escogidas con tiento y tino, en distintos espacios de Los Silos y en los alrededores, y en las que participan activamente tanto los silenses como todos los visitantes.

Sumémosle a eso un mercadillo callejero, unos puestos de restauración variados y con precios populares y dos escenarios perfectos, especialmente el Isla Baja (el Auditorio de Los Silos) en el que la mayoría de los recitales se pueden seguir sentados. A cambio, no resulta tan fácil encontrar aparcamiento o alojamiento, a no ser que se reserve con mucha antelación, aunque para paliarlo está el espacio preparado como camping. Lógico: de no ser así, estaríamos hablando de otra cosa, de otro festival de los que ya hay muchos similares y difícilmente reconocibles entre ellos. Y aquí, en un acontecimiento que se proclama sostenible y familiar, sobra personalidad.

En esta ocasión, la del décimo aniversario, el cartel preparado de nuevo por Folelé Producciones hacía honor a tan redonda efeméride, manteniendo la esencia de años anteriores, pero ampliando la nómina hasta 17 conciertos de artistas de diez nacionalidades distintas, incluyendo los canarios St. Fusion, Ida Susal y GAF y la Estrella de la Muerte, quienes despidieron con rotundidad la presencia española desde el escenario principal con la propuesta más exigente del fin de semana.

Este año, el reciente acuerdo con Cabo Verde acercó al noroeste de Tenerife a Daisy Pinto y Cremilda Medina, dos artistas que se mueven entre la música ligera apta para todos los públicos y los ritmos del archipiélago más exportables, que es donde ambas logran lo mejor de su repertorio. También desde África llegaron los ritmos urbanos más actuales a cargo de Biru af Diaphra (Guinea Bissau) e Ibaaku (Senegal).

En el escenario principal el concierto más enérgico lo ofrecieron los venezolanos La Vida Bohème, con un directo que puede que tenga mayor impacto en el escenario que en disco. En el espectro contrario, mucho más reposado, se situaron las dos propuestas llegadas desde América, abriendo los conciertos el viernes: mientras la argentina Luciana Jury evocaba las canciones de Violeta Parra, Laura Gibson presentó en acústico su folk-rock bien acogido gracias a su voluntariosa presentación en un aceptable castellano. Por su parte, Ólöf Arnalds no necesitó demasiado para conquistar con su voz aguda y versátil, como una Björk folk, versión de Maria Bethania, de Caetano Veloso incluida.

Tres son los nombres a recordar de esta edición. Quienes hayan visto a Niño de Elche con anterioridad haciendo las canciones de su disco Voces del extremo, editado hace ya más de dos años, sabrán de su impacto sobre el escenario. Pues bien, aun repitiendo, esa conmoción sigue viviéndose como la primera ocasión. Menos habitual en España es la presencia de la cantante de Mauritania Noura Mint Seymali, quien hizo gala de una personalidad arrolladora, acompañado de un trío rocoso exponiendo cómo es el blues del desierto, el rock de los tuareg.

No obstante, nada pudo superar a la emoción desatada por la voz de Maria Arnal. Acompañada por la guitarra siempre efectiva y soberbia de Marcel Bagés, repetida en bucle hasta el infinito o a solas, lo suyo estremece de principio a fin. Este año ha nacido una estrella de largo recorrido y que noqueará públicos en los cinco continentes durante décadas, y Boreal ha contado con ella en el momento exacto de su detonación.

Queda citar a The Jason O'Rourke Trio: favorecidos por cerrar el escenario Isla Baja, pusieron a bailar a todo el público sus jigs (danzas irlandesas tradicionales) como si se estuviera en un gran pub al aire libre. O, también, sorpresas inesperadas como esa fanfarria callejera compuesta por una sección de vientos (101 Brass Band) que tenía literalmente atascada la calle principal ofreciendo el sábado por la noche una rabiosa y contagiosa interpretación de temas de música negra. Son ese tipo de sorpresas que solo se pueden vivir en este festival gourmet, eso que tanto aprecian quienes lo visitan y viven intensamente año tras año.

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