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primer Atlas digital de especies silvestres de Canarias

El recolector de semillas

En el Archipiélago canario sobreviven 2.000 tipos distintos de especies silvestres, de yerbas curativas y aromáticas. El investigador Jaime Gil lleva más de 20 años siguiendo el rastro de estas semillas

Jaime Gil observa una de las semillas recuperadas en su trabajo de campo. MARTA PEÑA

En su viaje hacia la abadía benedictina de los Apeninos, el franciscano Guillermo de Baskerville y su discípulo el novicio Adso de Melk podían haber llevado como meticuloso acompañante a este investigador canario. Jaime Gil lleva más de veinte años persiguiendo el rastro de las yerbas más extrañas, las más delicadas, las que solo crecen en lo alto de Famara, o en una recóndita cueva de Gran Canaria. Por eso, mientras los personajes del gran Umberto Eco se pierden por los recovecos de la biblioteca del monasterio tratando de desvelar sus enigmas, Jaime Gil, como un sesudo copista, trataría de poner en orden las miles de semillas, que como pequeñas joyas, ha podido encontrar a lo largo de este dilatado camino. Y una vez que descifre sus secretos y les ponga nombre podrá culminar su apasionante proyecto: el primer Atlas Digital de Semillas de Canarias. Las primeras 100 especies silvestres catalogadas por este investigador pondrán verse en su página web a partir del mes de marzo.

Este arduo trabajo, que sólo cuenta con el apoyo del Cabildo de La Palma, persigue situar en este mapa virtual a las 2.000 especies distintas que sobreviven en el Archipiélago canario.

Un manojo de amuley

Cuando la medicina era un bien escaso, sólo disponible para unos pocos, y la supervivencia de las familias se basaba en el esmero con el que se cuidaba a los animales, las yerbas, el conocimiento perfecto de estas plantas curativas suponían una asignatura obligada en la mayor parte de casas canarias. Estas plantas silvestres servían para alimentar a los baifos, aumentar la producción de leche en cabras y ovejas y también se empleaban para sanar a los niños de sus dolores de tripa, y a los mayores los ayudaba a seguir trabajando sin pensar en dolores de cabeza, de espalda o ese cúmulo de males que atosiga después de una gran resaca.

Con un manojo de amuley, por ejemplo, se sanaba el cólico de los bebes, con las raíces del rapasayo se atenúan los efectos de la gripe y con la yerba cielo se baja la fiebre. En esta larga lista aparece el romerillo, la rosquilla o corneta, apetecibles para los animales, y el beleño, una semilla que fumaban los asmáticos.

Toda una sinfonía de nombres y variedades, que los más viejos del lugar aún mantienen en la memoria como uno de sus tesoros. Y sobre todo, cuentan con el conocimiento preciso para saber cómo deben usarse y en qué cantidad. Jaime Gil reconoce que con las yerbas hay que ser meticulosos, "algunas son tóxicas, y hay que saber para qué sirven y qué cantidad deben tomarse. Por ejemplo, uno de los señores que entrevistamos en El Hierro nos contó que a los niños pequeños para dormirlos se les daba agua de amapolas, pero también nos dijo que había que tener cuidado porque si te pasas ya no vuelven en sí. Fíjate qué importante es reconocer su uso y hasta qué punto los mayores controlaban estas plantas".

El patio de su abuela

Jaime Gil es un reconocido ingeniero técnico agrícola, un etnobotánico con destacadas publicaciones sobre cultivos agrícolas, como sus estudios sobre las variedades de batatas y de papas que hay en Canarias. Una investigación que saca a la luz ejemplares tan curiosos como las papas de 'ojo azul', la azucena blanca y la azucena negra, la mora, la sietecueros o la corralera, unos cultivos que en algunos casos están en claro peligro de extinción al concentrarse su producción en territorios muy concretos y sobre todo cuyas semillas se encuentran en manos de personas de avanzada edad.

En la colección botánica que edita el Consejo Superior de Investigaciones Científicas se recoge uno de los descubrimientos de Jaime Gil, la planta Vicia vulcanorum, que encontró en el Mal-país de la Corona en Lanzarote, una especie que se consideraba extinguida.

La pasión de este investigador canario por el mundo de las plantas le vino pronto. Fue ayudando a su abuela en el patio que tenía en el barrio de Chamberí, en Santa Cruz de Tenerife, cuando empezó a interesarse por las yerbas y las flores. Después, ya en 1993, como ingeniero tuvo que hacer una recolección se semillas agrícolas en Lanzarote y Fuerteventura para llevar a Mauritania y ver si podían darse allí. En esa época colaboraba con una ONG que tenía proyectos en el sur del país, y entonces empezó a detectar la importancia de unas especies silvestres que merecen salir a la luz. Sobre todo porque muchas de estas yerbas corren el riesgo de perderse.

El Atlas

La carrera ha sido larga y aún no ha terminado. De las 2.000 yerbas silvestres que pueden existir en las islas, Jaime Gil en colaboración con su mujer, también ingeniera, Marta Peña Hernández han catalogado 600 ejemplares. Para llevar a cabo esta tarea han tenido que recorrer las Islas de manera minuciosa, y hasta atrevida. Hay determinadas especies que sólo se dan en lo alto de una montaña, o en recovecos impensables de Anaga. La famosa violeta de risco tiene una variedad de la que apenas quedan unos 50 ejemplares y que se localiza en una zona pronunciada del Risco de Famara.

Jaime Gil y Marta Peña reconocen que una gran parte de su trabajo ha sido posible gracias a la ayuda inestimable de los mayores de cada pueblo, de cada rincón, de cada montaña perdida. Lo malo es que muchos de ellos ya han desaparecido, y con ellos su riqueza cultural.

Sin duda, las historias y las semillas que les han dejado personas tan sabias como Antonio León, de Mozaga; Carlos Cabrera, de Las Breñas; la señora Andrea y, cómo no, los manojos de yerbas y la poesía de Rafael Duarte, de Tinajo, han sido fundamentales a la hora de configurar este Atlas de Semillas.

Don Rafael, además de hablarles de plantas curativas, les contó el origen del jable. De forma pausada, como si este relato fuera esencial, casi un gran descubrimiento personal, les explicó que en Lanzarote existió un sabio que anunció que a esta isla la atravesaría un río, pero este río no llevaba agua sino viento: "Dicen que viene de allá de los desiertos del Sáhara, pasa por Lanzarote y Fuerteventura y llega a Canarias (Gran Canaria). P'á mi gusto llega al Brasil, cuando yo estuve allí, no había sido jable como aquí, y en Buenos Aires también hay jable; pa´mi gusto el jable está en todo el mundo". Precisamente, los cultivos en el jable suelen dar los mejores resultados en islas con tantos problemas con las lluvias como Lanzarote y Fuerteventura.

Marta Peña se acuerda de los detalles que tuvieron con ellos muchas de estas personas, de su amor por las plantas: "Hablamos con un señor sobre los chícharos, o los garbanzos rojos, y pasaba un tiempo sin que volviéramos a verlo, y ese señor seguía con un puñado de semillas metido en el bolsillo de su pantalón, esperando que volviéramos para darnos lo que nos había prometido. Sin duda, los que mejor han entendido lo que hacemos han sido ellos".

Afortunadamente para esta pareja de investigadores, que reside en Teguise, su pasión por los cultivos, por las yerbas silvestres, por la cultura oral es bastante similar. De otra forma no se entendería un trabajo que Jaime Gil lleva haciendo desde 1993, y que desarrolla en gran parte en su casa. Como si fuera el laboratorio de un alquimista, cualquier espacio de la vivienda sirve para acoger las nuevas adquisiciones. Botes con semillas curiosas, plantas secas que se pliegan al papel hasta que el experto termina por mediarla, observarla con su lupa de mago y descifrar las características de este hallazgo.

La investigación de Jaime Gil resulta tan atractiva que cautiva a otros amantes de la naturaleza, que no dudan en colaborar en esta colección. El botánico Ricardo Mesa Coello suele enviarle semillas de difícil localización para que pueda seguir con su tarea. "Hace unos semanas me llega-ron 30 especies distintas, y hay gente que nos deja semillas que mantiene en su casa guardadas y que pertenecían a sus antepasados", señala.

Desde que Jaime Gil vio cómo su abuela partía ramitos de yerbas que encontraba en los campos cercanos a su barrio, y guardaba con mimo en frascos de cristal, ya sintió esa enorme curiosidad. Con el tiempo siguió con ese ejemplo. Empezó a recolectar las semillas antiguas que los mayores guardaban en sus pajeros, en cacharros de café, y fue allí donde le dijeron que crecía el Agonane, el Mol, o la yerba clín, que se usa para catarros y pulmonías.

Al principio tenía tantos tarros de cristal en su casa, que ya no les quedaba espacio para nada más. Y así, la primera biblioteca de semillas la instaló en la vivienda que sus suegros tienen en Conil. Dos enormes neveras acogen esta numerosa colección de simientes.

Una vez más el tiempo juega en su contra, pues con la desaparición de los mayores que custodiaban este conocimiento, no sólo se pierden los cultivos sino algo trascendental, llegar a determinar los usos de esta colección fantástica de especies que alguna vez se cultivaron en Canarias. Y que han servido para engordar el ganado y sanar todos los males.

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