La Provincia - Diario de Las Palmas

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construcciones al borde del mar Los poblados sobreviven como una cápsula del tiempo al margen de la estética general y suponen una forma de vida en extinción

Retratos de una forma de vivir en camino de extinción

En Cien Años de Soledad de García Márquez, Aureliano Buendía descubrió que tenía dificultades para recordar el nombre de las cosas. Este extraño mal se extendió por todo el pueblo, y entonces decidieron poner el nombre a todos los objetos. Después se dieron cuenta que no sólo bastaba con recordar el nombre sino también para que servían: "?en todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos que les resultaba menos practica pero más reconfortante".

Casi como en Macondo, en ese lugar mágico en el que los niños pueden nacer con rabo de cochino y nadie se espanta, en estas poblaciones alejadas, como dice Rubén "como si permanecieran en una capsula del tiempo, ajenas al resto del mundo que corre a otro ritmo, con otros intereses". En estos espacios, la realidad marca al individuo. "Frente a la rapidez, lentitud; frente a las obligaciones, placer. Y esto condiciona una arquitectura que se basa en la personalidad de su constructor, en lo práctico frente a lo estético, en lo humilde frente a lo ostentoso, y la cercanía al medio natural como condición básica". Por eso desde lejos, casi no se entiende que hace una muñeca medio rota, junto a un poster con la lista de peces de Canarias, unas gafas de playa, y la imagen de un Cristo. Un bodegón surrealista que sólo comprende la persona que salió a recorrer la costa y vio la belleza o tal vez aparente utilidad de esos elementos. Como en la obra de García Márquez, ellos han decidido crear una realidad inventada, una forma de vida que ahora parece destinada a la extinción.

Para el autor de esta serie de imágenes, "este estilo de vida empieza a ser anacrónico y posee caducidad. Es cierto que no es exclusivo de Canarias, pero sí que llama la atención que en un archipiélago donde la mayoría de su costa se destina a la explotación turística. Estas poblaciones, con su discreto encanto, sobreviven frente a la estética globalizada del turismo".

El arquitecto Juan Palop también se sorprende con estas construcciones, con el diseño que hacen de su urbanismo "como a medio terminar, pero que demuestran que no es necesario terminar todo, controlar el medio, habrá que dejar que la naturaleza actúe". Palop destaca que en cierta medida, con los elementos que emplean para hacer sus viviendas muestran "que ellos saben que eso va a desaparecer, por la ley, o por la propia naturaleza, todo es como de prestado, no hacen casas duraderas, sólo para pasar un tiempo. Y además resulta curioso, con objetos que recogen de la orilla y que trae el mar, seguramente de lugares muy lejanos".

La realidad es que el futuro de estos núcleos resulta incierto. Tanto con la ley de Costas de 1988 como de su modificación en mayo del 2013, la posibilidad de caer bajo las palas mecánicas depende en realidad de la voluntad de cada administración. Como sostienen desde la Dirección General de Costas de Madrid "deberá verse caso por caso".

Mientras tanto, la costa canaria seguirá acogiendo con sigilo a estas poblaciones que siguen dispuestas a mantener una forma distinta de ver y sentir la vida.

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