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'El editor de libros'

Las teclas de la vida

No hace falta insistir en el reto que supone llevar al cine la vida de un personaje real

Las teclas de la vida

No hace falta insistir en el reto que supone llevar al cine la vida de un personaje real, y más si ese personaje es alguien tan emblemático como lo fue Maxwell Perkins, el editor responsable de que tres de los pilares de la Generación pedida, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe, se consagraran como escritores. Nacido en Nueva York en 1884, Perkins pertenecía a una familia de la alta sociedad de Nueva Inglaterra. Tras graduarse en Harvard, ejerció de reportero de The New York Times y en 1910 entró a trabajar en el departamento de prensa de Charles Scribner's Sons, editorial fundada a mediados del siglo XIX y uno de los buques insignia de la vieja guardia de la edición americana, con escritores consagrados como Henry James, Edith Wharton y George Santayana.

Perkins no tardó en ser ascendido a editor y convenció a los conservadores hermanos Scribner de abrir la editorial a las nuevas promesas de la literatura americana. Su primer gran acierto fue apostar por un joven de Minessota que le envió el manuscrito de su primera novela. Tras sugerirle diversos cambios y retoques, decidió editarla. La novela era A este lado del paraíso y el autor Francis Scott Fitzgerald. Su publicación en 1920 fue un acontecimiento literario de primera magnitud, al igual que lo fueron sus siguientes novelas: Hermosos y malditos (1922) y El gran Gatsby (192). Perkins mantuvo una estrecha relación con Fitzgerald, pero sin duda su relación más intensa fue con Thomas Wolfe, un genio desbordante cuyos originales necesitaban un camión de mudanzas para ser trasportados.

Convencido del talento de Wolfe y empeñado en publicar su primera novela, El ángel que nos mira (1929), Perkins trabajó con el autor durante más de un año, sugiriendo cortes y correcciones hasta que el libro adquirió proporciones humanas y ganó en coherencia. Tras la publicación de su segunda novela, Del tiempo y el río (1935), los comentarios de algunos críticos que opinaban que Wolfe no sería nada sin la ayuda de Perkins, hirieron el ego del escritor y fueron uno de los motivos de su distanciamiento hasta su temprana muerte, a los 38 años, víctima de la tuberculosis.

Sirva todo este largo preámbulo para decir que El editor de libros, debut en el cine del director de teatro Michael Grandage, es una película que podría haber funcionado, pero no lo consigue. Toca los botones esperados de la amistad entre Perkins (Colin Firth) y Wolfe (Jude Law) sin llegar a ser plenamente convincente por culpa de un guión tan aparatoso y hueco como su propia dirección. El editor de libros tiene un aire de telefilme glorificado y se decanta hacia el melodrama en su recta final. Las imágenes desfilan una detrás de otra por inercia, con cortes entre escena y escena cuya brusquedad hace prever un poda considerable. Si Perkins vibró con la obra de Wolfe hasta la última tecla, nosotros, espectadores de El editor de libros, no acabamos de saber bien porqué su genio resultó tan vibrante.

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