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Paqui Díaz con manos aborígenes

La alfarera, vecina del barrio de Piletillas, se gana la vida a través del oficio que aprendió con 28 años

Paqui Díaz sostiene en sus manos una vasija en el taller situado en el bajo de su vivienda de Piletillas.

No hace falta entrar en la casa de Paqui Díaz para saber que alguien de sus moradores ama la cerámica. La decoración externa de la vivienda, con macetas y platos elaborados con barro, dan cuenta de que se está frente al hogar de una alfarera.

"En mi caso no se cumple que en casa del herrero, cuchara de palo", explica entre risas. En la parte baja del inmueble es donde Díaz tiene su taller, un coqueto rincón revestido de magia y tradición que traslada a épocas pasadas. En él se despliega ante la vista un altar de cazuelas, platos, ídolos y vasijas que con tesón y delicadeza ha ido elaborando con el tiempo. "Aquí me tengo que traer el reloj porque desconecto tanto que se me van las horas", confiesa. Y es que instantes después de comenzar con su labor se concentra hasta tal punto que se olvida de todo aquello, bueno o malo, que le rodea.

Díaz no aprendió el oficio de su familia, como ocurría antaño. Como ella misma reconoce, en la actualidad es difícil encontrar a personas que sigan manteniendo viva esta artesanía por el traspaso de su conocimiento de generación en generación. Con 28 años sintió el gusanillo de la alfarería y acudió a dos cursos impartidos por el Cabildo. Insiste, de hecho, en que se "despertó algo que tenía dormido". Le agradó tanto probar esta actividad que esta diplomada en Educación Social continuó su aprendizaje en la Casa de la Mujer.

"Además visité a artesanos de esta ciudad", añade, "como Justo Cubas o Julianita para observar como trabajaban". El tiempo compartido con ellos jamás lo olvidará puesto que las enseñanzas de grandes maestros de este sector quedaron grabadas a fuego en su memoria. "Un privilegio, sin duda, que todos querrían disfrutar por la enorme experiencia que supone", destaca.

Sus piezas las crea con barro de Teror, Firgas o Santa Brígida, una materia prima esencial para esta labor. Posteriormente comienza el proceso de elaboración, en las que la concentración y habilidad son claves importantes.

El primer paso es el levantado, "en el que churro a churro se trabaja cada porción y se va uniendo". Esta técnica pervive en pocas culturas del mundo, por lo que su valor es aún mayor si cabe. Le sigue el desvastado, explica Díaz, quien toma un pedazo de caña a modo de sierra para eliminar el sobrante de una de sus piezas.

Posteriormente comienza con el aliñado de agua, en el que se frota con una piedra porosa y otra lisa para conseguir un buen acabado. La aplicación del almagre, con el que se decora las piezas, y la aplicación del brillo con petróleo o gasoe, son los pasos previos a su cocina en el horno.

Paqui Díaz acude al horno de leña del barrio de El Hornillo, a disposición de todos los alfareros, para convertir su barro en cerámica. Bajo su punto de vista, el fuego dota cada obra de unas características concretas. Así, mientras señala el sombreado impreso en cada una de ellas, expresa con verdadera emoción el sentimiento que le causa: "Esto es la magia del fuego, la belleza de cada pieza reside ahí. Por eso nunca una va a salir igual que otra".

Pero lo más característico de esta artesana es que ha conseguido hacer de este oficio su medio de vida. Más allá de los ingresos que consigue a través de la venta de sus elaboraciones en diferentes ferias, imparte clases de alfarería en varios colegios y en diferentes colectivos de Telde.

En 1989 aprobó unas oposiciones en el Ayuntamiento de Telde, un mérito que le permitió entrar a trabajar en la Escuela de Folclore del municipio. De sus alumnos más pequeños le sorprende la creatividad y el afán de superación que tienen, por lo que acude a su trabajo con desmedidas ganas e ilusión.

"Es importante que desde chiquititos conozcan sus raíces, lo que es suyo", sostiene, por lo que se esmera en transmitir su pasión por esta tradición. "Algo similar sucede con los mayores, que aunque piensan que ya no van a poder hacer algo bien siempre consiguen buenos resultados", añade.

A sus 56 años no se plantea en ningún momento dejar este oficio, principalmente por lo gratificante que es observar como los niños explican a sus progenitores que los artículos de cerámicas no son caros: "Recuerdo que una vez escuché a un pequeño decirle a su madre que el precio no es elevado porque se le dedica mucho tiempo. De este modo sé que aunque no se vayan a dedicar a esto, al menos tienen conciencia del valor que tienen".

Por eso mientras pasa a una pieza que utilizará como pantalla, admite que disfruta de lo que hace. "A cada pieza le dedico una parte de mi vida, mi tiempo... Mis manos, y las del resto de alfareros dan alma al barro y lo llenan de vida".

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