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Cuando Telde empezó a veranear

Las primeras noticias de las vacaciones de verano en las playas del municipio se remontan a finales del siglo XIX - Melenara, Salinetas y La Garita ya eran las calas más concurridas

Playa de Salinetas, en una imagen entre 1965 y 1970. JULIÁN HERNÁNDEZ GIL/ ARCHIVO FOTOGRÁFICO FEDAC

El aspecto que presentan en la actualidad las playas de Telde, un municipio con un litoral de más de 23 kilómetros de longitud, difiere mucho del de aquellas calas que se convirtieron en lugares de ocio a finales del siglo XIX de las familias más pudientes de la localidad. La oferta de restauración, de deportes náuticos o de la calidad de sus servicios las convierten en referencia del turismo familiar en Gran Canaria y en una alternativa cada vez más frecuente a las alejadas mareas de los municipios de San Bartolomé de Tirajana y Mogán.

El turismo, ese divertimento nacido en una Europa próspera llegó a Telde de la mano de las familias burguesas y pudientes, normalmente propietarios de grandes fincas de exportación, familias de tronío y posteriormente de profesionales exitosos en sus empresas. Nada que ver con la multitud que durante los fines de semana, los festivos y en vacaciones disfrutan de ese anterior lujo de unos pocos y que ha generado un cambio radical en las calas. Las más populares han sido y son las de siempre: Melenara, Salinetas y La Garita, las grandes calas del municipio, aunque Taliarte, Tufia, Ojos de Garza, Agadulce tampoco han dejado de crecer, algunas de ellas, como Ojos de Garza o Tufia, con la amenaza de las excavadoras al acecho.

"La primera constancia que se tiene del turismo en la playa se remonta al año 1880 en Salinetas con la casa de la familia Alemán, al igual que la familia Suárez o Jiménez y Espino, que tuvieron casa fija en la playa, donde pasaban los meses de verano", explica Antonio González Padrón, cronista oficial de Telde y conservador de la casa museo de León y Castillo. "Con posterioridad a estas familias de clase acomododa veranearon en Salinetas los Mayor o los Pérez Azofra, ya a finales del siglo XIX y principios del siglo XX", añade.

Casetas de madera

En cuanto a Melenara, la otra zona de veraneo de la clase media alta del municipio, González Padrón señala que "las primeras noticias claras conocidas las tenemos por unas cartas del poeta Montiano Placeres a Saulo Torón, donde le indicaba en 1902 que 'estamos pasando la temporada donde siempre lo hemos pasado en la playa de Melenara'. Otras familias que veraneaban en esta playa eran los Ojeda, Amador, Castro, entre otros ciudadanos de Telde

Eran sus casetas de madera fijas en la arena de la playa y otras que al acabar el verano se trasladaban en ruedas tiradas por burros". Se podría decir que se llevaban la casa a cuestas, una suerte de antepasados de las modernas y cada vez más lujosas caravanas que pueden observarse en la Isla.

En La Garita, por su parte, la gente que veraneba procedía en su mayor parte de la capital grancanaria, excepto algunas del municipio como la de Eladio Betancor o la de Álvarez Amador. No obstante, los veraneantes en esta cala, aunque vivían en Las Palmas de Gran Canaria, tenían raigamble o ascendencia de Telde y elegían esta zona, según expone Antonio González. Las que fueron al inicio casetas o casas de madera en estas playas, posteriormente darían paso a edificaciones de piedra, con dos dormitorios y la cocina y el baño fuera, "ya que solo la querían para dormir". Pasados los años, se tornaron en más lujosas, con grandes terrazas a estilo cubano en el caso de Salinetas. El afán constructor se extendió a la vecina Clavellinas, donde varias familias, como los abuelos de Negrín se establecieron allí.

Un poco más alejado de estas calas, la familia Betancor, propietaria de Taliarte, pasaba las temporadas veraniega en esta zona, mientras que Tufia, Ojos de Garza o Aguadulce, más al sur de Telde, fueron incoporándose al se podría denominar circuito veraniego. En este caso, eran familias de clases menos pudientes o artesanos como la familia Negrín, que se desplazaron a esta zona del litoral.

Un caso distinto fue la llegada de un minoritario turismo nórdico, sobre todo noruegos, suecos y filandeses, que se establecieron unos en Melenara y la mayoría en Playa del Hombre. El cronista oficial alega que vinieron a parar al municipio gracias a unos ojeadores que buscaban en Gran Canaria lugares para estar largas temporadas de estancia e incluso quedarse a vivir. Sus grandes casas, ahora ya mayoritariamente propiedad de residentes canarios, son testigos del auge que tuvo esta parte de la costa. Incluso, recuerda Antonio González, se fundó un Club Nórdico que permaneció abierto durante muchos años. Fue una inversión netamente extranjera, los canarios ponían el suelo donde construir.

Pero hablar de turismo de playa en Telde como se entiende ahora, es decir, en bungalós o en apartamentos creados para ese fin, es hablar del edificio de Los 72, ubicado en La Garita, una comunidad de apartamentos que constaban con piscina propia. Se les puede considerar como los pioneros en romper con la horizontalidad existente en las construcciones de la costa del municipio, ya que antes solo poseían una sola planta. Casas caracterizadas por tener un patio grande o una terraza, donde "se traían animales, como cabras, conejos o gallinas, que se colocaban en la parte trasera porque en las playas no había tiendas para comprar y era la forma de obtener los alimentos", apunta González Padrón al respecto.

¿Y cómo era el veraneo en las playas de Telde, cómo se bañaban o tomaban el sol la ciudadanía en aquellos tiempos ya lejanos, de hace un siglo o algo menos? El escenario, sobre todo en las calas más concurridas por la clase media y acomodada del municipio como Salinetas o Melenara rezuma imágenes en blanco y negro, de bañadores -tanto femeninos como masculinos- con cuya tela hoy se podría hacer con uno solo de ellos varios de los actuales.

Bien por recato, bien por una moral prefijada, estas dos playas, por ponerlas de ejemplo, tenían bien marcadas el territorio para ambos sexos. González Padrón explica que "no se puede hablar de playas divididas por sogas u otros elementos como se puede observar en antiguos documentales en otras latitudes, pero sí sabía cada uno dónde debía estar". El cronista argumenta que "solo después de la II República, entre los años 1939 a 1947 se tienen datos de que en Salinetas no existía esa división como tal en el agua, pero sí una marca en la arena para delimitar el territorio de unos y otras".

Sin embargo, si alguno se quería pasar de listo, las familias ricachonas en la primera década del siglo XX al alquilaban los servicios de un marino de Melenara que denominaban Don Moral, encargado de mantener las buenas costumbres y evitar los relajos infantiles y juveniles. "Este señor dicen que tenía una vara, una caña larga y una bocina hecha de latón con la que avisaba de la llegada de las señoritas de las familias ricas para tomar un baño. Así, a grito de 'jóvenes, caballeros, arrecónjase, que se va a bañar la señorita... y nombraba a las hijas de cada familia pudiente, definiéndolas como mujeres decentes, por lo que arrecónjase'. Los hombres y niños tenían que salir inmediatamente del agua, pero si había algún rebelde, cañazo y a salir corriendo de la marea".

Una curiosidad de la época. Los baños los dictaba el médico, "todo el mundo no se podía bañar a cualquier día y a cualquier hora", argumenta Antonio González. Y añade: "Se decía, la de piel blanca a un hora, la de piel morena, a otra y los baños debían ser pares, no impares porque entonces la salud se resquebrajaba. Podían ser 18 o 20 baños, pero no 17 o 19".

Los bañadores enteros, para ellas y para ellos, eran la moda del momento, que podrían pasar en la actualidad casi por ropa de calle. Baste observar las fotos que conserva la Fedac, dependiente del Cabildo, para comprobar los modelos en un ejercio de curiosidad para muchos, nostalgia, pero sobre todo como testigos de una época.

Una época que, como ahora, también tenía sus juegos -deportes sería inexacto- para entretenerse tanto dentro como fuera del agua. De esta manera, el juego del clavo, la baraja, el posterior bingo, echar la guerdera, ir a mariscar o hacer castillos en la arena, soltar cometas o hacer volcanes en la arena, a los que se prendía fuego. Entretenimientos hoy sustituidos por el móvil, las raquetas o palas de madera y los juegos de pelota.

El horario de playa no lo marcaba el Sol o la Luna, sino... la bocina de la compañía de carburos Cinsa, hoy DISA, que se oía nítida en las playas cercanas. A las ocho de la mañana comenzaba la industria y también el despertar de los vecinos, que volvía a sonar a las 12 por el descanso y que era también la hora para darse el margullo. A las dos de la tarde, las madres reclamando a la familia para comer y a las cinco de la tarde, fin de la jornada laboral y comienzo de la merienda infantil y juvenil.

Y si el verano tiene su canción, en las playas de Telde tuvo durante muchos años su... fruta. Mangas, papayas, los aguacates eran las reinas por la producción de la cercana finca de Salinetas. Pero éstas fueron desplazadas por el membrillo, que para disgusto de las madres, no solo era un buen alimento, sino hasta un buen...balón playero.

De hecho, son muchos los teldenses que han superado los 40 años que recuerdan cómo en septiembre el membrillo era el rey. Aparte de pasarlo entre los bañistas como si fuera una pelota, la mordida inicial a este fruto de sabor seco daba pie a las posteriores chascadas mezcladas con el agua salada que a nadie disgustaba.

En la arena, los más sosegados esperaban el sonido que anunciaba los "helados, aiscream [ice-cream, helado en inglés] traídos en neveras portátiles o el consabido "hay pan de huevo, al rico pan de huevo" portados en cestas cubiertas con un paño. El interior amarillento y su cobertura de azúcar este pan hacían las delicias de jóvenes y no tan jóvenes. Hoy está prohibida su venta en las playas.

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