Con esto de haber encarrilado una buena racha la UD Las Palmas sigue descubriendo nuevas virtudes. Hasta hace un mes pocos hubieran pensado que en un partido repleto de imprecisiones con el balón en los pies, su gran seña de identidad desde la llegada de Quique Setién, el equipo amarillo tirara de músculo y rigor defensivo para alargar su excelente momento de forma. Lo hizo ayer en Mestalla, donde sacó un precioso resultado en la ida de los cuartos de final de la Copa ante un Valencia desquiciado (1-1) y que debió acabar con Gayá y Danilo Barbosa en la calle.

Fue en un encuentro, en el aspecto ofensivo y de posesión de balón, similar al de Gijón o Cornellà-El Prat. La diferencia es que la UD ha madurado. Y mucho. Tanto que con un registro de un tiro entre los tres palos marcó un gol, en propia puerta de Zahibo al filo del descanso. Desde entonces la UD jugó con los nervios de un Valencia depresivo que solo atinó en un remate de Paco Alcácer a la hora de encuentro, uno de los pocos deslices de la zaga insular.

Se tuvo que recomponer la UD a un sinfín de obstáculos. Su poderoso andar en la Copa del Rey, y la carga de partidos que ellos supone, está resquebrajando los pilares de la defensa. Así, con Bigas, Alcaraz y Hernán fuera de circulación desde hace tiempo, Quique Setién afrontaba el partido con Aythami Artiles, David García y Javi Garrido tocados y con Dani Castellano con el cuentakilómetros al límite. Tiró el cántabro de los centrales del ascenso, que se coronaron con una actuación de nota. Tan repleto de vendas está la zaga amarilla que David Simón jugó los instantes finales como central zurdo.

Por si fuera poco a los veinte minutos Vicente Gómez, su sostén en el centro del campo, sufrió la rotura de tres ligamentos del hombro y estará entre dos y tres meses de baja. Ante tanta sutura defensiva y tanta irregularidad en ataque, donde Culio, Valerón, Momo y Wakaso estuvieron por debajo del nivel ofrecido en anteriores citas coperas, la UD se encomendó a su estructura defensiva, esa que a veces se minusvalora entre los piropos por su juego de posesión. Así, si en Mestalla hubo un grande ese fue el equipo de Quique Setién: efectivo, competitivo y con un fondo de armario que resiste a tantas bajas.

El Valencia, quiero y no puedo

Salió el Valencia con más intención de sacar el balón. Con el físico de los jóvenes Zahibo y Danilo en el doble pivote fue el equipo de Gary Neville el que mandó ante una UD que solo hizo ruido de inicio en una internada de Nili que no encontró Araujo. El canterano, que hizo un partido de sombrero, fue la novedad en el once, lo que provocó que David Simón pasara al lateral izquierdo.

La UD muchos más problemas de los habituales para sacar el balón jugado. La defensa del Valencia no era especialmente intensa ni ordenada, pero al equipo amarillo le faltó descaro y le sobraron pases a Raúl Lizoain. El meta, que hizo varios regates de infarto, de nuevo salvó al equipo, como ya es habitual en Copa del Rey. al ganarle un mano a mano a Alcácer a lo cinco minutos tras una terrible pérdida de Culio en la frontal del área.

La suerte del bendecido

Desde entonces el conjunto ché no tuvo más ocasiones de peligro hasta el gol de Alcácer, pero mandó hasta que Valerón apareció, ya bien entrada la primera parte, después del autogol de Zahibo. La UD estaba huérfana del timón de los mediapuntas y se refugiaba en el acierto de su zaga, protagonista incluso en el gol. Camino del descanso, una falta bien ejecutada por Momo la cabeceó Zahibo a su propia portería. Es la suerte de un equipo enrachado. Tras el tanto Valerón dijo basta a tantas pérdidas y se puso a dirigir el tráfico en el centro del campo. Duró poco, pero sirvió para confirmar que Nili y Wakaso eran los mejores atacantes amarillos sobre el campo y que no había noticias de un Araujo de tono triste. Otra vez.

La segunda parte se presentaba perfecta para el argentino, falto de confianza tras la titularidad de Willian el domingo en Liga. El Valencia pisó el acelerador y dejó muchos espacios, pero el argentino no los aprovechó.

El partido ya cumplía una hora cuando Culio, en un tiro blando y raso desde la frontal, dibujó el primer remate de la UD entre los tres palos. Poco después, con los de Neville ya desbocados, entregados al corazón y a la testiculina, faltos de fútbol y de cabeza, encontraron el premio. Fue en una conexión de sus dos mejores jugadores, Parejo y Alcácer, en la que el canterano remató solo en la frontal del área.

Significó la única concesión sin el balón en los pies de la pareja de centrales del ascenso, inmensos en Mestalla como hace unas semanas en San Mamés. Bien colocados en esa zaga adelantada que lleva poniendo en práctica la UD varias semanas, taponaron muchas asistencias y ganaron muchos duelos a Alcácer, que no es poca cosa.

En ese panorama fue cuando la UD contextualizó el partido, puso calma cuando tuvo el balón y aguantó cuando el Valencia tiró de electricidad. El cuadro che va a la deriva, está tan fuera de tono que Gayá y Danilo Barbosa debieron ser expulsados. El equipo amarillo jugó con esa arma y en el descuento se volvió a aliar con la fortuna cuando Negredo remató mal en boca de gol un centro de De Paul desde la izquierda. La UD está de dulce y, pese al carrusel de contratiempo que vive, continúa en una nube. Y roza las semifinales de Copa del Rey.