La UD Las Palmas lo ha hecho tan rematadamente mal esta temporada que ha contradicho uno de los tópicos más acertados de este deporte: "El fútbol es de los futbolistas". Nunca en un descenso tuvo tanta incidencia lo que ocurrió en los despachos. Todos los otros actores del desastre -los más de treinta jugadores que han pasado y hasta cuatro cuerpos técnicos- tienen una buena parte de culpa, pero el mayor porcentaje está, con mucha diferencia, en la directiva y en la comisión deportiva. Es un descenso de autor con Miguel Ángel Ramírez a la cabeza.

Esta temporada ha sido un recital de cómo gestionar terriblemente mal un equipo de fútbol. Un gran equipo de fútbol. Porque, no lo olvidemos, la UD estuvo de moda en Europa hace poco más de un año, con Quique Setién al mando y una notable gestión en cantera y fichajes. Había construido un proyecto destinado a hacer historia que ha caído en desgracia en tiempo récord. Tan rápido como fue levantado se ha devorado a sí mismo.

El caos nace en la figura del entrenador cántabro. No renovarle fue una decisión imprudente y no acertar con su sustituto acabó siendo letal. A partir de ahí el carrusel del despropósito ha sido apabullante. De un Manolo Márquez que se olvidó de trabajar el físico para hacer felices a los jugadores a un Pako Ayestarán inoperante pasando por fichajes para el olvido. Y la puntilla, una recta final deplorable con Paco Jémezperdiendo los papeles hasta el punto de rematar el descenso a cuatro jornadas del final. A cuatro jornadas.

El primer error estuvo relacionado con la altanería: "La mejor plantilla de la historia de Primera División". Como lección para la próxima temporada no estaría mal cambiar el mensaje. "Si bajamos, volveremos a subir", es la frase en la que insiste Miguel Ángel Ramírez en las últimas semanas. Es el objetivo, faltaría más, pero repetirlo como un mantra es no haber aprendido nada.