Fernando García de Cortázar presentó su libro Viaje al corazón de España en el Club LA PROVINCIA, en noviembre de 2018, en una velada memorable que se conserva en los archivos de esta casa, en el recuerdo de muchos amigos y lectores, y que bien merece unas líneas en esta hora de la despedida tras su muerte repentina, el domingo, a los 79 años. Ante un auditorio abarrotado en aquel tiempo sin limitaciones por los virus, se presentó el sacerdote jesuita, historiador y teólogo con su repaso biográfico, como «una especie en peligro de extinción». En aquel momento en su máximo esplendor, con una vitalidad mental y física envidiables. Rara avis, en efecto, por su inmenso saber y seguro juicio, por ser en la historia de nuestra erudición un modelo de estudioso moderno con un españolismo espléndido. En su amena y enriquecedora intervención, del corazón de España al de su auditorio, hizo brotar la sonrisa tanto como la admiración con su saber y su distinción. Habló de la Escuela de Salamanca de Francisco de Victoria; de las universidades que los españoles levantaron en América; de pintura, música, filosofía, de Unamuno y Ortega; de teología, viajes y de geografía española, que había recorrido celebrando bodas de antiguos alumnos del Colegio Mayor que dirigía en Deusto. Así relató festivos viajes a Canarias. Su conocimiento del territorio nacional era tan admirable como la amplitud de su autoridad intelectual. Asombraba contemplar como en un cerebro humano se almacenaba tan inmenso saber que el gran historiador desgranaba en perfecto orden.

Aquella intervención de García de Cortázar en Las Palmas de Gran Canaria se recuerda como un grano de arena en un monumento espiritual y académico del que sobresalen las obras de una vida devotamente consagrada a la historia de España y de la Iglesia. Como buen jesuita, su liderazgo era una manera de vivir y sabía comunicar con el ejemplo de su vida. Cuando relató su cercanía a Sofía Loren hizo reír a todos. Habían sido vecinos en el Madrid de los años sesenta cuando la actriz italiana rodaba El Cid en la capital de España y coincidían en el ascensor.