No era bueno el día festivo de la Candelaria para que Ángel Ferrera decidiera ayer apearse de esta vida en la tierra Canaria a la que se consagró. La enfermedad lo estaba maltratando con crueldad desde hacía tiempo. Con Ángel Ferrera desaparece una de las figuras señeras de la reciente historia empresarial. Pertenecía a esa estirpe de empresario y emprendedor que concebía su labor con la facultad de comunicar su conocimiento y contagiar su sensibilidad en la vida pública. Aunque había dejado la brega diaria de la empresa seguía ejerciendo su magisterio entre jóvenes ejecutivos y curtidos empresarios que lo reclamaban por todas las Islas.

La muerte de Ángel Ferrera nos obliga a meditar sobre su ejemplo y sobre el de una generación, la suya, de la que ya han desaparecido una pleyade de empresarios, de emprendedores, que han marcado varias generaciones. Hoy es el día de Ferrera. Y desde el mundo empresarial, desde Canarias, merece un homenaje emocionado y sincero, asi como el reconocimiento a su aliento y a su empuje.

En estos tiempos recios, hay que subrayar, como bien certifican sus cercanos, que Ángel Ferrera ennobleció el ejercicio profesional de los empresarios allí por donde pasó. No solo por su capacidad de ensamblar equipos, y por su honradez personal, si no también por su perspicacia para detectar sectores de desarrollo y bienestar para las Islas. Pocos como él, desde su atalaya empresarial, han estado tan presentes en la construcción de estos cuarenta años de autonomía que se acaban de celebrar. Fue un espíritu libre, tal vez por ser un asturiano de nacimiento enamorado de Gran Canaria, que la conocía al dedillo y donde deja una huella eterna, familiar y profersional. Un maestro lo es mientras vive y después. De Ángel Ferrera va a quedarnos mucho, y parte fundamental de su legado es indestructible para los que hemos tenido el privilegio de conocerlo, aunque algunos más bien tarde: su ejemplo, con su intelecto preclaro y su corazón fuerte y diáfano.