Si oyes su nombre, el mundo se hace más pequeño.

En los momentos difíciles la notamos cercana, y los problemas parecen esfumarse.

Pone todo su empeño, sus medios y sus fuerzas, para solucionar los inconvenientes.

Con solo pronunciar su nombre, algunos vemos el amanecer en las tristes noches.

Si estás inmerso en angustias y tienes la suerte de que ella se te acerque, entonces, es como si tocaras el cielo.

Vaya, qué cosas, y sólo, con llamarla por su nombre. Y si te toca, como cuando acaricia a Jose, ya no es una hermana, ni tan siquiera una madre, es algo más. Mucho más. Es algo divino, que sólo lo puede proporcionar alguien que haya sido bendecido por un ángel.

Es tal la bondad gratuita que desprende por sus poros, que ella, como sin saberlo aún, da más, más y más.

¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo decir para que entienda que es especial? Que no hay muchas personas en este mundo que den tanto por tan poco. Que la lluvia y el viento desaparecen misteriosamente cuando ella quiere, y que si algún día necesitamos de alguien que nos ayude, es ella a quien preferimos. Y ella, sin dudar, se ofrecería a consolarnos y ayudarnos, claro, como siempre lo hace.

No te desanimes por algunos problemillas. ¿Quién dijo que no habría baches en el camino? ¿Quién dijo que todo sería rectas largas, y que no encontrarías peligrosas curvas? Para ti, no hay obstáculos, porque con tu grandeza y tu fe, serás capaz de solventar todo y cada uno de los inconvenientes que encuentres en el camino.

Ahora, no llores, no lo hagas por favor. Cuando lloras, cada una de tus lágrimas son espinas para nosotros. Porque no mereces más que sonrisas, alegrías y besos. Y por eso te decimos, Carmen Delia, abrázanos, que el calor que nos das, nos ayuda tanto, y sin ti, ya no sabemos casi ni caminar.

Así lo dice Jose. Así lo dicen sus peques. Así lo dice Roberto. Así lo decimos todos.

Ahora, haznos un favor Carmen Delia, regálanos una sonrisa más.

Muy bien, gracias por tu regalo. Y que sigas siempre así. Besos.