Entre el paisaje de papeles que despliega en su escaño destaca la pequeña caja de color amarillo de pastillas para suavizar la garganta. La herramienta de trabajo empieza a desgastarse tras la hora y cuarto que invirtió en su intervención de la jornada anterior y aún quedan por delante las réplicas a los grupos políticos. Así que Paulino Rivero ha decidido traerse un bálsamo. Cada cual se sirve lo que necesita en la botica del Parlamento. Román Rodríguez, el hombre que encarna el fondo y la forma de Nueva Canarias, confiesa que necesitó de "un par de cortados y una Coca Cola" para mantener los ojos abiertos ante el discurso.

Hay también quien mantiene un nervioso martilleo de piernas contra la moqueta del Parlamento de Canarias, lo que se antoja como una muestra de inquietud ante la inversión de las reglas físicas, pues las horas corren en el reloj pero a veces parece que el ambiente se ha empantanado en un sopor que ya dura dos días y que sigue un guión perfecto. Les vendría bien abandonar la sede de la Cámara durante unos minutos, bajar dos calles y preguntar si todavía fabrican la famosa Emulsión Scott, "indispensable para los niños y aconsejable a toda edad", según se anuncia en la fachada de una farmacia cercana.

El Parlamento sigue siendo de papel en plena era digital y aunque les hayan entregado un móvil iPhone 4 a cada uno de los sesenta diputados. Los bedeles reparten entre Sus Excelencias, trato que les otorga el reglamento que regula su existencia, voluminosas copias con los discursos y los resúmenes de prensa con cargo al presupuesto. Estos últimos son como los diarios de sí mismos y se detienen largo rato en su lectura. Todo está debidamente documentado, grapado, ordenado, numerado. Así que el verdadero debate sólo parece comenzar cuando se pierden un poco los papeles. Esto ocurre exactamente a las 11.42 horas, cuando José Manuel Soria y Rivero se acusan mutuamente de revelar el contenido de conversaciones privadas. Las conversaciones privadas entre estos dos líderes políticos son, no obstante, distintas a las del resto, porque en cada frase cruzada entre ellos dos se pone en juego el signo de las instituciones públicas canarias.

Cuando Soria decide pasar al ataque se levanta de su escaño, afila el gesto, por momentos señala con el dedo acusador a su contrincante y a ratos se apoya fuertemente con los dos brazos sobre la barandilla y se alonga como si amenazara con abordar el lugar donde se sienta Rivero, que de cara a los ojos ajenos se convierte en un témpano de hielo que se mantiene a flote en medio de la tormenta.

Román Rodríguez, por su parte, y quizás por el exceso de cafeína, es el que más se mueve en su asiento y se convierte así en el negativo del socialista José Miguel Pérez, el hombre zen que junta los pulgares y se mantiene inmóvil tiempo y tiempo.