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Crónica parlamentaria

El superávit es un asiento para Román Rodríguez

Al vicepresidente, siempre demasiado consciente de su superioridad política y retórica, le saca de quicio que se le acuse de no haber gastado 233 millones de euros

Un momento de la sesión plenaria de ayer.

En realidad el protagonista de la sesión plenaria de ayer del Parlamento de Canarias fue el vicepresidente y consejero de Hacienda y Muchas Cosas Más, Román Rodríguez, que tuvo un día casi paroxístico donde habló, gesticuló y discutió más con los diputados de la oposición fuera del pleno que dentro. A Rodríguez, siempre demasiado consciente de su superioridad política y retórica, le saca de quicio que se le acuse de no haber gastado 233 millones de euros, es decir, lo que figura de superávit de la Comunidad autónoma, una cantidad corregida al alza por el Ministerio de Hacienda. También le irrita sobremanera otra cosa sin ninguna conexión con este extremo, que ya se contará. La respuesta salerosa que encontró Rodríguez para responder a la oposición (convertida en una expresión oficial en la fraseología de Nueva Canarias y, por extensión, en la mayoría parlamentaria), es que el superávit no es más que un “asiento contable”. El asiento de Rodríguez, desde cuyas alturas observa los gritos y contorsiones de la oposición en su merecido infierno.

Antes, por supuesto, el presidente Ángel Víctor Torres dio buena cuenta de la oposición en las preguntas orales. Uno diría que cada vez lo tiene más fácil. Cualquier experiencia parlamentaria indica que para preguntar y replicar a un presidente del Gobierno lo importante es detenerse en analizar sus modales oratorios y sus costumbres mentales. Para la oposición no es así: todos se esmeran en construir sus argumentos o sus excusas, dejando a Torres fuera de la ecuación. Por supuesto el presidente aparece finalmente y si no tiene un buen día, adopta su personalidad camaleónica favorita: yo soy un tipo de Arucas, sencillo pero peleón, que se ve aquí lleno de problemas, que si se desatan incendios, que si quiebra Thomas Cook, que si una pandemia mundial, pero que no me amilano porque trabajando se entiende la gente etcétera. Ayer ni le hizo falta. A Vidina Espino le afeó que aprovechase su pregunta para afearle al consejero Julio Pérez sus deslices misóginos, a María Australia Navarro, capaz de soltar “a diferencia de usted, a mí se me encoge el corazón con el drama de los inmigrantes y su situación en los campamentos”, le respondió que le pidiese a su compañera presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que contestara a las cartas que el presidente Canarias le había dirigido para solicitarle que asumiera la acogida de un porcentaje de menores migrantes actualmente alojados y mantenidos por la comunidad autónoma canarias. “Pídale por favor que me conteste”, subrayó Torres, “aunque sea para decirme que no”. Navarro se mordió los labios. Quizás no sabía en ese momento donde meterse. Quien pudiera hacerse invisible solo cinco minutos. Pablo Rodríguez estuvo, como siempre, muy Pablo Rodríguez, es decir, tan voluntarioso como ligeramente incomprensible. Y como ser incomprensible, es decir, no plantearse ni por un segundo que preguntar no es, parlamentariamente, limitarse hacer una pregunta, sino hacer brillar una posición política, a Torres le bastó con aseverar que la diferencia entre el Gobierno y CC es que el primero siempre busca una solución al problema mientras que los coalicioneros buscan problemas en cualquier solución. Por supuesto, Nira Fierro tenía preparada su pregunta-piruleta de la quincena. Algo así como qué pensaba Torres sobre lo que pensaba Pedro Sánchez sobre no sé qué. Previsiblemente el presidente Torres se mostró de acuerdo con el presidente Sánchez.

La diputada novocanaria María Esther González se adelantó a las malignas acechanzas de la oposición registrando una pregunta a Román Rodríguez sobre el impacto real que tiene el superávit contable de 2020. La exposición de la pregunta fue curiosa: la diputada se dedicó a arremeter contra la minoría opositora por no entender absolutamente nada. No quedó muy claro si son imbécil por ser la oposición o son oposición por ser imbécil: González quizás compartía ambas afirmaciones desde una soberbia absolutamente despreocupada. No existe un cajón donde el Gobierno haya escondido los 232 millones de superávit, y no existe porque el superávit solo es un asiento contable. Garbosamente Rodríguez recogió el guante de abofetear. Había que ser ignorante y torpón para no entender algo tan elemental, y que tan magníficamente había explicado su compañera de filas, y lo más lamentable ha sido ver al anterior presidente del Gobierno, Fernando Clavijo, soltando estupideces y majaderías, que en cualquier caso debería defender en la Cámara, pero no, había optado por salir corriendo, y ahora mismo se dedica a arrastrarse por las redacciones de los medios de comunicación (sic) mendigando atención.

Rodríguez tuvo un día casi paroxístico donde habló, gesticuló y discutió más con los diputados de la oposición fuera del pleno que dentro

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Los más viejos del lugar (incluyendo el que suscribe) se quedaron bastante atónitos. Jamás se había tratado a un expresidente del Gobierno de Canarias en tales términos. Y menos aún por otro expresidente de Canarias. Con todo, lo más asombroso no fue la vociferante descalificación de Rodríguez, sino la reacción del grupo parlamentario nacionalista: ninguna. Absolutamente ninguna. Es difícil imaginar en cualquier asamblea que un grupo parlamentario importante no reaccione ni moviendo una ceja cuando a su secretario general y líder político le describen como un menesteroso individuo que se arrastra entre periodistas gimiendo por un titular. Pero el grupo parlamentario dirigido por Pablo Rodríguez y José Miguel Barragán lo puede hacer, por más que interiormente se produjeran advertencias y propuestas. En general han optado por una forma muy curiosa de practicar la oposición, a medio camino entre la colaboración sin fe y la crítica de detalles inconsútiles, incapaz de presentar un diagnóstico general de la acción de gobierno y de ofrecer una alternativa nítida a los ciudadanos. No parece una estrategia demasiado inteligente ni acuciosa.

Al término de la sesión matinal, Rodríguez continuaba respirando por una herida incomprensible. Ni un solo, ni un solo de los euros del superávit estaba ocioso, sino comprometido. Gustavo Matos, el presidente de la Cámara, había levantado la sesión diez minutos atrás, pero el vicepresidente continuaba explicándole a la diputada Cristina Valido que lo de Clavijo era intolerable. “Ese individuo no sabe lo que dice”, insistía machaconamente mientras Valido lo observaba con la expresión de santo hartazgo de una Dolorosa de Tiziano. “Y además no le voy a pasar lo que dijo en una emisora de radio, donde me acusó de ser un misógino, de que había varios machistas en el Gobierno de Canarias y uno de ellos era yo, y no de coña, ni de coña”. Por la tarde, y en una comparecencia solicitada por el Grupo Mixto, el titular de Hacienda insistió en sus argumentos y detalló en que se emplearían (este año) los 232 millones de euros. Pero, obviamente, en esa relación estaba el mentís mismo de su afirmación original, como aclaró la diputada Rosa Dávila en el turno de CC. El superávit – cuya existencia escandalizaba siempre a Rodríguez cuando estaba en la oposición – solo significa que el gobierno ingresó más que gastó en el peor año de la pandemia causada por el coronavirus, con su horrible de muerte, enfermedad, ruina, quiebras, miedo y desesperanza. Obviamente ese dinero no está perdido y se empleará este año, pero esa es la obvia evidencia de que no se gastó el pasado 2020, cuando correspondía. El consejero de Hacienda debería reconocerlo sin más. No es un baldón ignominioso, sino un error político y un déficit administrativo en medio de una calamidad espantosa. Pero Rodríguez solo sabe besarse y no admite lecciones ni de sí mismo.

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