Valleseco, 1898; Gáldar, 1912. Dos lugares y dos fechas diferentes, pero un acontecimiento común: la inauguración de un órgano. Dos fiestas litúrgicas y sociales en torno a un instrumento, que muchos aventuraban seguramente como el vehículo articulador en la misa, o como la expresión del alto nivel cultural de un pueblo. Dos oportunidades para contribuir al lucimiento del paisaje sonoro en la parroquia. Un paisaje sonoro, además, que invadiría los alrededores del lugar, en ambos pueblos, y en consecuencia atraería a fieles despistados que transitaran por la calle.

Hoy todo ha cambiado. Por falta de cuidado se deterioraron los órganos, y la desidia típica del canario casi dio con sus componentes en la basura. Probablemente alguien miró más de una vez al pobre instrumento, en alguna de las dos iglesias, y con la típica expresión de "no es más que un montón de maderas y tubos viejos", intentó sentenciar a muerte aquel ente sonoro que en otra ocasión acompañó a la espiritualidad del templo. En cuanto al ambiente musical, hoy basta con los coches que comparten el sonido de su radio mientras pasan, por ejemplo, delante de Santiago de los Caballeros. A veces también valen las guitarras, bien o mal afinadas.

Por todo ello, es importante la labor de Rosario Álvarez. No se conformó con ver desaparecer los órganos, sino que se preocupó en detener el deterioro y hacer que volvieran a sonar con el aspecto solemne de sus primeros días. Así fue cómo empezó a intentar concienciar a las autoridades de que no se podía perder el patrimonio único que tenemos en Canarias. Muestras de los mejores órganos de Europa, conservados en territorios tan aislados como los de nuestro archipiélago, forman parte de nuestro patrimonio cultural. Por ello es importante señalar que sin su labor, hoy posiblemente habrían desaparecido.

En estas circunstancias es también importante el Ciclo de órgano histórico en Canarias, organizado por la Obra Social y Cultural de CajaCanarias con la colaboración de la Real Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel y de los obispados insulares. Esta cita, que este año ha celebrado su tercera edición, es la oportunidad perfecta para escuchar algunos de estos órganos restaurados. Es, además, el momento idóneo para comprobar las posibilidades de esta parte de nuestro patrimonio musical, y para que se den cita en iglesias de tres islas -Tenerife, Gran Canaria y La Palma-, los aficionados a la música organística. No debe dudar el lector, en este sentido, que existen estos seguidores, y tampoco de su preparación cultural digna de imitación.

Un ejemplo de todo lo dicho fue lo visto el pasado fin de semana en Gáldar y Valleseco. Tres organistas sobresalientes se dieron cita en dos de los órganos más representativos de Gran Canaria, y situaron a los espectadores en un estado intermedio entre el recogimiento espiritual y la admiración hacia lo que se estaba escuchando. La colocación de una pantalla frente al altar, para que los asistentes pudieran ver a los organistas en acción, fue además una buena idea que permitió ver el grado de dificultad que entrañan las interpretaciones al órgano.

calidad y dureza. En cuanto a las interpretaciones destacó la calidad, que oscilaba entre la musicalidad de Óscar Candendo, y la dureza cargada de fuerza emotiva de Liuwe Tamminga. En medio estaba la veteranía de Luigi Ferdinando Tagliavini, quien se enfrentaba al teclado con la confianza que sólo tiene el maestro, después de décadas luchando con las dificultades del órgano. El primero actuó en Gáldar el sábado por la noche, y gracias a él el instrumento resonó en Santiago de los Caballeros con una fuerza sobrecogedora. El sonido inundó el templo, logrando un estado de recogimiento único en un espacio tan disperso, y los asistentes fuimos unos verdaderos privilegiados.

Destacaron en este concierto cuatro momentos, protagonizados por Franz Liszt (su Adagio fue repetido en el bis), Louis Vierné y Olivier Messiaen. El primero de los autores fue muy bien interpretado. Las dificultades mecánicas del órgano, reconocidas a posteriori por el organista, no le impidieron mostrarse especialmente expresivo en su delicada ejecución de la obra. De hecho, pudo conseguir en los asistentes un estado de tranquilidad único, que se hizo más presente en la repetición de la pieza. El Clair de lune de Vierné, por su parte, fue una bocanada de aire fresco. Las sonoridades impresionistas eran combinadas en esta muestra de maestría con un claro conocimiento de las posibilidades tímbricas del órgano. El intérprete, ante ello, no hizo más que contribuir a realzar la maestría de un autor singular en la música de su época.

El contraste fue posible gracias a Olivier Messiaen, escogido quizá como ruptura de lo oído anteriormente. También para terminar de dar muestras al espectador de un recorrido musical que empezó con Mendelssohnn, acabó con este último compositor, y visitó las figuras antedichas, César Franck y Johannes Brahms. La obra escogida del maestro francés, Transports de joie d´une âme devant la gloria du Christ quie est la sienne (Transportes de alegría de un alma ante la gloria de Cristo que es la suya), cumplió bien con el mensaje pretendido, y el recurso a la explotación de las resonancias en las bóvedas del templo, fue único en todo el concierto.

Distinto fue el carácter del concierto en Valleseco. El frío no impidió que un buen número de vecinos y visitantes se congregaran en los bancos de la iglesia, atraídos por la curiosidad de saber cómo sonaría el órgano en manos de unos músicos llegados de tan lejos como venían Tamminga y Tagliavini. Podría ser motivo de reflexión cómo la iglesia de Valleseco pudo atraer más gente que el templo de Gáldar. Quizá se deba a una mayor implicación, en el primer lugar, con lo que ocurre allí donde viven. Probablemente ello favoreció también que un concierto como el del pasado domingo por la noche fuera escuchado atentamente por parte de una familia grande, que presenciaba con expectación lo que hacían dos artistas como la copa de un pino.

Bach sonó solemne gracias a Tamminga, y la música de Händel se mostró mayestática gracias a Tagliavini. El primero dio muestras de una dureza interpretativa que hacía que se oyeran las teclas desde los bancos, pero no estuvo exento de un alto nivel de expresividad, patente por ejemplo en el carácter jovial que imprimió al Preludio y fughetta BWV 902,1. El segundo dio una buena visión de cómo Johan Marsh había hecho algo tan peculiar como transcribir al órgano un Concerto grosso de Corelli. Ambos, además, descubrieron nuevos mundos a los oyentes, gracias a las obras a cuatro manos. De este tipo fue el Verse for two to play de Nicholas Carleton, pero el público salió especialmente satisfecho y sorprendido con las versiones del Mesías y, ya en el bis, del God save de King, ambos de Georg Friedrich Händel.

Queda la expectación ante la obra de estreno, compuesta por Dori Díaz para el órgano catedralicio, pero sobre todo permanece la sensación del trabajo bien hecho por la organización.