"Siempre me pregunté cómo acercar este tema al público de mi país, especialmente a una nueva generación a la que se debe ofrecer otra mirada", afirma a Efe el director, para quien el cine austríaco "debe huir del uniforme punto de vista que ha dedicado al Holocausto".

Aun así Ruzowitzky considera necesario que este recuerdo "siga vivo en un país en el que la quinta parte de su electorado sigue identificándose con partidos próximos a la ideología nazi".

"Los falsificadores", una coproducción con Alemania que llega hoy a las salas, narra en celuloide los hechos explicados en la novela autobiográfica "The devil's workshop", tras el interés que este hecho histórico ha despertado en los últimos años en películas como "Amen", de Costa Gavras, "La zona gris", de Tim Blake Nelson, o la reciente "El último tren a Auschwitz".

Como telón de fondo se encuentran los 130 millones de falsas libras esterlinas creadas por los nazis para destruir el sistema económico británico durante los meses finales de la Segunda Guerra Mundial.

La que es la mayor estafa de la Historia escondía tras de sí el relato de un grupo de presos obligados a trabajar para sus propios verdugos, sumidos en una controversia moral que el cineasta ha abordado con la intención de "mostrar que la vida te plantea situaciones ante las que no hay un camino absoluto".

Encerrados en un campo de concentración, su pericia común convierte a estos falsificadores en prisioneros de primera clase, liderados por Salomon Sorowitsch, personaje real interpretado por Karl Markovics, quien logró el premio al mejor actor en la reciente edición del Festival de Valladolid.

Música ambiental, buenas condiciones higiénicas y alimenticias e incluso una mesa de ping-pong revelan el contraste que viven estos hombres con respecto al resto de prisioneros. Una situación incapaz de sortear las conciencias de todos ellos, que viven a escasos centímetros de una atroz barbarie a la que estaban abocados si no fueran imprescindibles para un Reich alemán cada vez más acorralado por los aliados.

"La realidad que se muestra en la película no se podía inventar.

Se me hubiera acusado de exagerar los hechos en favor del interés narrativo", argumenta el director, quien asegura haber prescindido de muchos de los detalles reales porque "nadie los creería".

La oportunidad de haber contado con Adolf Burger, el autor del libro y testigo presencial de lo ocurrido, como consultor del guión permitió a Ruzowitzky solventar el "miedo ante la posibilidad de ser responsable de un fiasco", afirma con honestidad el austríaco ante su propósito de conciliar su libertad creativa con la fidelidad ante este relato personal.

Pronto descubrió que Burger coincidía con él al intentar contar esta historia desde otra posición: "Fue enormemente tolerante, aunque nunca permitió que nos escapáramos de la realidad", recuerda.

"Los falsificadores" prosigue una filmografía ajena a la reiteración como la de Ruzowitzky, en la que contrasta la popularidad del thiller "Anatomía" y su secuela con las concesiones a la cultura pop de su debut, "Tempo", y el crudo retrato de Austria de "Los herederos", con la que ya optó al Óscar en 1998.

Un ascenso que coloca al director como estandarte de la cinematografía de un país que no destaca en la actualidad por sus creadores, tras la rápida espantada de Michael Haneke hacia industrias más vigorosas como la alemana o la francesa e incluso la estadounidense.

"Austria no es un país de cineastas, y por ello ha sido crucial el éxito de 'Los falsificadores'", admite Ruzowitzky, aunque quede sorprendido ante el hecho de que su paso por el Festival de Berlín no despertara ni la mitad de repercusión que su candidatura y posterior victoria en los Óscar: "Esos premios son un mito demasiado grande", concluye.