Celso Albelo, su majestad el tenor
G. GARCÍA-ALCALDE
Si Kraus fue el rey, Celso Albelo es el príncipe heredero. La dinastía de los grandes tenores canarios tiene segura continuidad en la voz excepcional y la imparable maduración artística de este lagunero de treinta y pocos años que protagonizó el VIII concierto de homenaje al maestro en el Auditorio que lleva su nombre. La sala de cámara dio espacio y volumen idóneos a un gran concierto vocal. Y no es sólo porque Albelo culmina el Spirto gentil con un fulminante do agudo después del fabuloso re del Trust de los tenorios y el mi escalofriante de Lucrezia Borgia; ni por poseer el fiato más largo para ligar y regular el sonido; ni por emitir arriba sin apoyaturas, ni por la cohesión de sus filados sin sombra de falsete, ni por la belleza de un timbre que funde los armónicos sin filo metálico. Además de esas facultades naturales, admirablemente desarrolladas, Albelo es artista nato, inspirado, creativo y generoso, un cantante con squillo (o punch, si se prefiere) y a la vez elegante, un estilista de la naturalidad, que, cuando hace al caso, no olvida el acento popular.
Si el valor tuviera un precio, no habría dinero para pagar el privilegio de este concierto de uno de los mejores líricos del mundo, tan sobresaliente en el repertorio di grazia como en la canción o la romanza de temperamento y hasta el verismo ligero, como evidenció en el memorable Lamento de Federico, de Cilea. El modelo Kraus es omnipresente en repertorio, vocalización, línea, fraseo y en la clara dicción del texto, toque de distinción que muchos descuidan. Pero Albelo, que nada hace por ocultar la huella del maestro, tiene personalidad y encanto propios, cantidad de emisión y calidad de color, facilidad sin énfasis.
Las siempre atractivas canciones napolitanas de Tosti, las mexicanas de Esparza y Lara, y la venezolana de Brandt con que abrió programa y calentó la voz, dieron paso al luminoso Te quiero, morena, de Serrano, con la inesperada puntatura en re natural sobreagudo, y a la divertida romanza de Don Gil de Alcalá.
Ya metido en ópera, el aria de Cilea y otras tres de Donizetti rindieron la mayor belleza en vocalidad y lucimiento. La última propina para un público entusiasta y emocionado fue puro refinamiento en los filados de Del cabello más sutil, de Obradors. Este espléndido artista volverá en enero al Festival de Música y en 2012 a la temporada de ACO con L'elisir d'amore.
Juan Francisco Parra, expansivo y alegre, dio base pianística al tenor y se compenetró con él desplegando la ideal desenvoltura de nuestros formidables cameristas y repertoristas. También interpretó a solo, de manera excelente, un Intermezzo de Brahms y dos Estudios de Scriabin. Todo fue puro lujo.
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