La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Música

Boccherini, el genio

El libro de Antonio Cavanillas de Blas sobre el violonchelista, Premio Iberoamericano Verbum de Novela 2015

Boccherini, el genio

La infortunada vida de un genio de la música: Luigi Boccherini es el título de la más reciente biografía novelada que acaba de publicar Antonio Cavanillas de Blas en la Editorial Verbum y que ha obtenido el premio de Novela 2015 que promueve dicha firma editora, uno de los galardones más importantes no por su cuantía, sino por la seriedad y rigor con que un jurado de escogidos profesionales de la literatura lo suele otorgar.

Una vez más, sorprende el alarde de erudición histórica y de cultura que pone Cavanillas de manifiesto en sus novelas, en las que aborda la vida de personajes de épocas distintas y de países muy distantes, moviéndose con soltura por escenarios tan diferentes como Dinamarca, Flandes, Italia, la Europa Oriental y, sobre todo, nuestra España bajo las diferentes culturas que impregnaron las diversas etapas de su historia.

El libro que nos ocupa cae de lleno en el último tercio del siglo XVIII y los albores del XIX, es decir, durante la eclosión de la Ilustración, coincidente con el declive imparable del Antiguo Régimen, época que fue convulsionada por la Revolución francesa y escenario de debates en que ya se cuestionaba la autoridad real por los intelectuales que protagonizaron su historia. Es la época en que se instaló y vivió en España, hasta su fallecimiento en 1805, el insigne violonchelista y compositor italiano Luigi Bocherini.

¿Qué atractivo tuvo musicalmente el suelo hispano, como para radicarse en él un músico de la talla y fama del violonchelista de Lucca? Como musicólogo que conoce nuestra historia musical y que en particular ha estudiado esta época, precisamente desde la perspectiva de la aportación creativa de los músicos de arco, me siento autorizado para abordar esta cuestión, a la par que elogiar el acierto con que ambienta su novela Antonio Cavanillas, que se ha documentado honda y correctamente de un ambiente musical y de una realidad histórica que muy pocos conocen a fondo. Puedo decir que esta novela suya no sólo capta el interés por la importancia y amenidad de su tema, sino que además resume y enseña con bastante precisión lo que fue el entorno cultural español en que vivió entonces el músico españolizado, don Luis Boccherini.

Permítaseme que declare para general conocimiento la enorme relevancia musical que tuvo la corte española en aquel tiempo, algo que empezó a fraguarse con el advenimiento de los Borbones y, sobre todo, con la llegada de doña Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V. Importó ella desde Parma, para dirigir la Real Capilla de música, a un acrisolado joven maestro de origen francés, don Francisco Courcelle, más conocido desde su formación italiana como el maestro Corselli; contrató a Domenico Scarlatti, el maestro de clave de su nuera portuguesa doña Bárbara de Braganza, la futura reina del periodo central del siglo en tanto que esposa de quien llegaría a reinar como Fernando VI; se trajo de Londres a un famoso violinista italiano llamado Mauro d'Alay, cuyo arte alcanzaba tan altos vuelos que, como violinista y compositor de cámara de los reyes de España, era tratado y pagado como un alto ministro y tenía a su disposición una carroza con tiro de seis caballos; también de Londres se trajo cantantes afamados y al castrado Farinelli, que desde finales de los años treinta hasta la muerte de los reyes don Fernando VI y doña Bárbara, a finales de los cincuenta, llegó a ser el primer ministro de España, retirándose luego con sus pingües ganancias, obtenidas en la corte española, a Italia, donde falleció, al igual que hiciera Mauro d'Alay a la muerte de Felipe V. Y en torno a estos músicos y otros muy destacados de la Real Capilla de Música, entre los que figuraba el notable violinista don Miguel Geminiani, hermano del también famoso violinista afincado en Londres Francesco Geminiani, ambos de la ciudad italiana de Lucca, como lo fue Boccherini, trabajaban maestros compositores de óperas como Juan Bautista Mele, Nicolás Conforto o Francesco Coradini, quienes adornaron las representaciones líricas del teatro del Retiro bajo la dirección y supervisión de Farinelli, y de un violonchelista muy especial, don Domingo Porretti, quien él solo con su chelo, según testimonió el castrado en su famoso manuscrito en el que describe las fiestas reales de su época en Madrid, era capaz de acompañar los ensayos operísticos ejecutando todas las partes de la orquesta con sus dedos en el diapasón del violonchelo.

Doña Isabel de Farnesio, al viudar de Felipe V, se retiró al palacio de la Granja con una pequeña corte, en la que figuraban algunos músicos de cámara, siendo el más notable el maestro Coradini, que desaparece desde 1748 de las actividades músico-teatrales y se quedó al servicio de la reina viuda para acompañar al cémbalo cuanto se ofreciera en su regia cámara. Pero necesitaba un buen chelista, pues fracasó en su intento de sustraer de la Capilla Real al gran Porretti, y así se buscó para ella en Europa a otro de prestigio, siendo contratado finalmente un italiano nacido en Polonia llamado Cristiano Reynaldi, discípulo de Tartini, quien llegó a España en 1750 para incorporarse en La Granja de Segovia como músico de cámara al servicio de la Farnesio. Reynaldi, músico eminente, publicó años después en Madrid un cuaderno de seis sonatas de violín y bajo, y falleció en la corte un año después que la reina su patrona, en 1767. Dos años más tarde fallecía también en Madrid el maestro Coradini.

La nómina de los cuatro principales músicos de cámara de la extinta reina se completaba con la soprano Polonia Caponi y el violinista boloñés Francesco Landini, miembro de la Capilla Real que fue asignado también años antes a enseñar el violín al infante don Luis de Borbón, y aquel núcleo de cuatro músicos principales pasó a configurar, al deceso de la real persona, el de su menor hijo el mencionado infante don Luis, quien no tardaría en ser el patrón de Luigi Boccherini. Porque cuando murió Reynaldi en 1767, quedó vacante la plaza de violonchelista en aquel grupo musical de élite, y habría que buscarlo fuera de España, como era costumbre, y en este sentido pensamos que le llega recado al ya prestigioso joven Boccherini en París a través del embajador español, como bien relata Cabanillas en su novela, a quien disculpamos de no conocer estos antecedentes que determinan finalmente su venida a España, a los que nos hemos referido, por estar tales pormenores publicados en anuarios especializados de musicología, cuyos contenidos tardan mucho tiempo, desgraciadamente, en trascender a las historias musicales que se divulgan. Es verdad que su enamoramiento en París de la joven cantante y actriz Clementina Pelliccia, adscrita a una compañía lírica italiana que también se encontraba en vísperas de hacer gira por España, contribuyó decisivamente a su aceptación y venida, como lo es que su demora en incorporarse a la cámara de don Luis pudo justificarla por su colaboración y gira por la Península como músico de dicha compañía dirigida por el empresario Marescalcchi, a la que Clementina estaba vinculada.

Boccherini, que viajaba también ofreciendo conciertos a dúo con su amigo el violinista Manfredi, se adhirió finalmente con su ya esposa Clementina en Boadilla del Monte y luego en Arenas de San Pedro a la pequeña corte del infante don Luis, donde procrearán seis hijos ya españoles. Allí permanecerá Boccherini fiel a su patrón y amigo durante quince años, antes de establecerse definitivamente en la villa de Madrid tras el fallecimiento del infante. Un infante preterido, obligado a contraer un matrimonio morganático y alejado de Madrid por Carlos III y su hijo, sobre todo tras el susto que les ocasionó el famoso motín de Esquilache, muy inquietos porque, habiendo nacido don Luis en España y el príncipe de Asturias no, pudiera pretender aquel el trono, respaldado por las leyes en vigor, alegando mejores derechos que el futuro Carlos IV.

La muerte de don Luis alejó definitivamente tal inquietud, y su descendencia fue alevosamente dispersada, si bien más tarde, queriendo la reina María Luisa favorecer a su valido y amante, el todopoderoso Manuel Godoy, no vio mejor manera que la de vincularlo a la familia real extrayendo de su reclusión conventual y obligando a que se casara con él a la joven doña Teresa de Borbón y Villabriga, condesa de Chinchón, hija del fallecido infante don Luis, quien en la novela de Cabanillas figura de niña como amiga íntima y de juegos, en Arenas de San Pedro, de la hija Teresita de nuestro músico.

En este ambiente de intrigas y aconteceres transcurre la vida y vicisitudes de Luis Boccherini en la España de entonces, vinculado luego en la corte a la duquesa de Benavente primero y a la de Alba después, así como a otros próceres que solicitaban sus servicios musicales a cambio de buenos dineros. Él componía para ellos sin cesar, y también a demanda de sus editores europeos, habiendo sido uno de los exitosos compositores de música instrumental más prolíficos de su tiempo. Invertía sus ahorros en acciones del Banco de San Carlos, luego Banco de España, como se ha podido constatar hace pocas décadas al investigar las antiguas cuentas de esta institución, y se granjeó la amistad no sólo de nobles y próceres, sino también de los principales intelectuales de su tiempo madrileño, especialmente, según novela Cavanillas, la de don Francisco de Goya. Este genio de la pintura aparece constantemente enlazado dentro de la novela entre las actividades de Boccherini, con quien comenta no sin marcada acidez los acontecimientos políticos de la corte española: un contrapunto muy atractivo en la narración, que cobra así una dimensión de interesante calado.

Frecuentó también nuestro músico la amistad de maestros notables de la Real Capilla, como el violinista Brunetti, otro prolífico compositor de su tiempo, y el veterano violonchelista don Domingo Porretti, con una de cuyas hijas se casa en segundas nupcias tras fallecer Clementina. No hubo descendencia de este segundo matrimonio, en el que, sin embargo, también se sintió muy feliz.

Y ante tanto éxito y felicidad, ¿a qué viene el título de "La infortunada vida de un genio de la música" (que a mi juicio sin duda lo fue)? Un hombre que amasó una considerable riqueza y que se granjeó el cariño y admiración de cuantos le trataron y conocieron, ¿tuvo acaso una vida infortunada? Pues en cierta manera sí, porque el infortunio le vino en sus años finales. En sus últimos años se ve golpeado por la muerte de sus cuatro hijas, una detrás de otra, y finalmente la de su segunda esposa. Le quedan un hijo sacerdote y otro más, que será quien continúe hasta nuestros días la saga y apellido de los Boccherini en Madrid. Pero muere solo y amargado por tanta desgracia reciente. La leyenda transmite la falsedad de que murió, además, sumido en la pobreza, lo que no es verdad, como no lo es en el caso de Mozart, cuyos abundantes ahorros se han descubierto también hace unas décadas en las cuentas del Banco de Austria. Y es que el romanticismo es así: manipulador de los sentimientos frente a las grandes figuras para mover a compasión a los espectadores. Cavanillas no incurre en tal dislate, y el haber aludido al 'infortunio' de Boccherini en el título de su novela, en cuyo texto de ninguna manera se oculta la realidad del éxito y riqueza del personaje, se refiere sólo a aquel final trágico en su entorno, la concentración de desgracias familiares que hubo de sufrir en su declive, antes de que le alcanzara la muerte.

Antonio Cabanillas nos transmite su convencimiento de que Boccherini, inventor del cuarteto de cuerda antes que Haydn y compositor pionero de modernos conciertos para violonchelo y orquesta, así como autor de un copioso catálogo en el que lo español está presente dentro de un lenguaje clasicista de pulcra factura, con sinfonías, sextetos, quintetos con guitarra, cuartetos, tríos, y dúos frecuentemente impregnados de temas del Madrid de su tiempo, fue un genio de su época. La musicología centroeuropea, que es radicalmente epicentrista, no acaba de asumir esto. Pero desde la musicología anglosajona y la de los países del sur de Europa se afianza cada vez más el convencimiento de una realidad diferente y que coincide con la que aquí pregona Antonio Cavanillas, y con la que está personalmente de acuerdo quien estas líneas suscribe.

Vivió Boccherini en una época de investigaciones formales en el campo de la composición musical que, en el entorno de Haydn, se concretizan en la forma 'sonata', un tipo de organización de la música proveniente de la retórica ilustrada. Y parece luego que todo lo que no se adscriba a ese precepto formal cerrado, del que fueron fieles seguidores Mozart y Beethoven, Mendelssohn y Brahms, debe quedar fuera del canon histórico. Pero la realidad es diferente. ¿Qué hay de las ingeniosas propuestas formales de un Carl Philip Emmanuel Bach, y luego de un Weber, un Schumann, un Liszt o un Mahler, cuyas músicas ensayan formalmente otros caminos?

En la época de Boccherini, los compositores españoles, incluido él, vivían en un continuo ensayo de propuestas formales y, por tanto, generando una variedad de fórmulas de las que no participan los primeros clásicos vieneses. En España se conoció en buena medida la música de Haydn y de la Ignaz Pleyel, considerados en la Península en las postrimerías del siglo XVIII como los máximos exponentes extranjeros de la composición musical. Pleyel figura en esta novela correctamente como editor en París de Boccherini. Pero adviértase que ningún eco llegó a España de Mozart hasta que Manuel García difundió sus óperas por Europa a principios del siglo XIX. Mozart fue admirado aquí desde entonces antes por su lírica que por su música instrumental, si bien ésta llega tímidamente después de su muerte a través de algunas obras de piano en alguna colección colectiva de segundo rango y, más tarde, ya en el siglo XIX, cuando unos pocos se interesan por sus cuartetos. Por lo que al triunfo de la fórmula 'sonata' respecta, la adscripción de destacados historiadores a la idea de que 'lo último que se hace y más se difunde es lo que cuenta' dejó eclipsada en buena medida la producción de muchos músicos y de un Boccherini poco promocionado en Europa a partir del triunfo del clasicismo vienés, y nada divulgado ni hacia dentro ni hacia afuera desde esta su tierra de adopción.

Termino ya aludiendo a una cuestión que me parece admirable en las novelas de Antonio Cavanillas, y en esta no menos que en las anteriores: su estilo ágil y directo, su talento para armar las historias y, sobre todo, su maestría para dar vida, con diálogos, situaciones, certera penetración psicológica y un magistral escenario de las relaciones humanas, a un tema histórico real bien inventado en sus pormenores y sin duda plausible, encarnando a unos personajes que los investigadores exhumamos del pasado casi como quien desentierra huesos calcinados. Cavanillas reviste de carne esos restos, les da vida y los sitúa con admirable acierto en un entorno histórico muy estudiado, fiel y verdadero. Sus personajes se involucran, viven y actúan como personas animadas; y sienten y hacen sentir a quien los lee. Me parece esto una virtud extraordinaria, por lo que este amigo y talentoso novelista, cirujano militar ahora jubilado, residente en Gran Canaria desde hace décadas, gran revividor de personajes ilustres y poco trillados, merece nuestra más encendida felicitación por su pulcro libro justamente galardonado. Su novela sobre una personalidad tan prestigiosa y notable como el músico Luigi Boccherini es interesante y muy amena. Quienes la lean no sólo aprenderán mucho de nuestra historia cultural y musical, sino que también, sin duda alguna, disfrutarán de lo lindo.

Compartir el artículo

stats