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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

Un brindis por Amos Tutuola

Joven africano bebiendo vino de palma. LA PROVINCIA / DLP

Hacia la mitad de El bebedor de vino de palma, el narrador, un borracho que ingiere grandes cantidades de vino de palma, tiene una reveladora visión que no sólo le sirve para alumbrar los fantasmas de su propia existencia, sino, de paso, a los lectores para enmarcar la formidable obra de Amos Tutuola: "La primera palma que encontramos era muy alta, y cuando comparecimos ante ella se rio. Entonces la segunda palma le preguntó por qué se reía; contestó que estaba viendo dos seres vivos en el monte, pero tan pronto como llegamos ante la segunda palma, ella también se rio de nosotros tan escandalosamente que una persona a cinco millas de distancia la habría oído. Entonces todas ellas se reían de nosotros y, como estaban en hilera, todo el monte parecía resonar con los ruidos de un gran mercado. [...] Para ellas éramos algo muy curioso, ya que nunca habían visto seres humanos".

Basten sus palabras para reírnos también nosotros, pero de felicidad y emoción, de esta tardía pero afortunada reedición de El bebedor de vino de palma, que la editorial Navona acaba de publicar en su colección Los ineludibles. La súbita, por inesperada, recuperación de este clásico de la literatura africana que enamoró hace casi setenta años a Dylan Thomas, a T.S. Eliot y a Raymond Queneau (quien la tradujo al francés) puede considerarse como un auténtico milagro, como una vital inversión del orden natural donde, por lo general, sólo importa lo novedoso. Cuando se publicó en 1952, El bebedor de vino de palma no fue bien recibida en Nigeria, sobre todo porque Tutuola había elegido escribirla en un inglés que no dominaba frente a su lengua natal.

El bebedor de vino de palma es una maravillosa muestra de cómo un libro puede convertirse en uno de esos espejos, por utilizar la definición de Stendhal, que el escritor deja apuntando hacia su escondite secreto. Basta un leve movimiento para que la imagen refleje aquellos detalles, rincones o trazos que pincelan su vida y su particular imaginario. Aquí la ventaja es que la tentación de sobrecogerte (el narrador se encuentra en su camino con todo tipo de seres fantásticos, como un caballero reducido a la cabeza o un ejercito de bebés muertos) convive con la de sonreír. No obstante, la originalidad de Tutuola no radica en presentarnos un realismo mágico, sino disfrazado, equívoco y velado. Una realidad donde los sueños y las pesadillas tienen gran importancia.

Si de algo no se puede acusar a Tutuola es de haber sido un autor de novelas al uso. Su gusto por situarse en las lindes de la realidad, con un pie en el terreno de lo onírico y el otro en el de la tradición oral, se convirtió en un rasgo distintivo de su prosa, una prosa que se lee muy bien, es sencilla pero tiene sabor como el vino que se obtiene de las palmeras: "He sido un bebedor de vino de palma desde que tenía diez años. No he hecho otra cosa en mi vida que beber vino de palma. En aquellos tiempos el único dinero que conocíamos eran los caracoles, así que todo era muy barato. [...] Bebía vino desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la mañana. Ya en aquellos tiempos no podía beber agua corriente, sino vino".

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