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CONTRA LOS PUENTES LEVADIZOS

¿Traduttore, traditore?

El escritor y traductor Javier Calvo. LA PROVINCIA / DLP

Llevo dos semanas haciendo oídos sordos al ensayo de Javier Calvo El fantasma en el libro, publicado por Seix Barral, sobre el pasado y el presente de la historia de la traducción, y ayer me decidí a cogerlo de la mesilla de noche y empezar a leerlo, subrayando aquí y allá algunas frases. Los traductores siempre me han merecido el mayor respeto (en España tenemos buenos traductores, como Francisco Torres Oliver, Mariano Antolín Rato, Miguel Sáenz, Ramón Buenaventura, Mª Teresa Gallego, Selma Ancira, Jon Bilbao o el propio Javier Calvo), si bien yace en mí el miedo a saber demasiado, a conocer la verdad del oficio de traductor, ese fantasma que, en la mayoría de los casos, aspira a desaparecer en el libro, a quien le conviene que no se hable de él, acaso porque como dijo el recientemente fallecido Umberto Eco "la traducción es el arte del fracaso".

En efecto, toda traducción está condenada de antemano al fracaso porque, como escribe Calvo en El fantasmas en el libro, "traducir un libro, o cualquier tipo de texto, viene a ser como reconstruir una casa de Lego con las piezas de otro juego de construcción. [...] Te desesperas, porque no encuentras las piezas adecuadas para suplir a las que aparecen en el plano. Son demasiado distintas y encajan unas en otras de formas insospechadas. Al final aprendes a manejar el juego de construcción, pero eso también da igual. Por mucho que lo domines, el problema es que no se parece en nada [...] a la casa que querías. Y sin embargo, tienes que intentarlo. Ése es el quid de la cuestión".

Bien mirado, el oficio de traducir no se diferencia mucho del oficio de escribir, tal como lo concibe el novelista americano Cormac McCarthy, autor de Meridiano de sangre: "A veces se hace difícil, pero siempre tienes presente esa imagen de la perfección que nunca alcanzas y que nunca renuncias a alcanzar". Cuando se tiene un libro escrito en otra lengua distinta a la nuestra en las manos uno debe esperar a que sean las palabras vertidas por el traductor y no sólo los prejuicios quienes sugieran la calidad de la lectura. Para Borges, que no sólo "se saltó alegremente todos los estándares en materia de traducción", sino que hoy en día una traducción como la que realizó de Las palmeras salvajes de William Faulkner "no pasaría una prueba editorial", el original era el que no es fiel a la traducción.

En El fantasma en el libro, Calvo explica cómo el traductor logra sobrevivir hoy por hoy a los prejuicios (sin duda, todos conocen el célebre proverbio italiano traduttore, traditore) y a los sistemas de traducción automática como Google Translate: "Decir que Internet cambió nuestro trabajo es quedarse corto. Yo formo parte de la última generación de traductores del mundo que llegó a trabajar con una maquina de escribir y un montón de diccionarios". A través de su relato personal, pero también de anécdotas del pasado, Calvo va deshaciendo los hilos del maravilloso tapiz lingüístico que forman cada signo y cada palabra vuelta, mudada, transfigurada, confirmando la máxima de Cervantes de que, para apreciar la técnica, el tapiz ha de verse por el revés.

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