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El placer de los extraños

La editorial Sexto Piso publica una versión ilustrada del clásico de la literatura erótica 'El amante de lady Chatterley', de D. H. Lawrence

Fotograma de la película 'El amante de lady Chatterley' de Just Jaeckin. LA PROVINCIA / DLP

¿Quién no recuerda las primeras palabras de El amante de lady Chatterley, la obra más popular, y también la más polémica, del escritor inglés D.H. Lawrence? "Nuestra época es fundamentalmente trágica, por eso nos negamos a tomárnosla trágicamente. La catástrofe ya ha sucedido; estamos entre las ruinas, intentando construir pequeños y nuevos espacios habitables, creando pequeñas y nuevas esperanzas. Se trata de un trabajo arduo: ya no quedan caminos llanos hacia el futuro y sorteamos o superamos los obstáculos con dificultad. Tenemos que seguir vivos, no importa cuántos cielos se hayan desplomado. Ésa era, más o menos, la opinión de Constance Chatterley. Su mundo se había venido abajo a causa de la guerra, y había entendido que lo único que podía hacer era aprender y seguir viviendo".

Así suena en la nueva traducción de Carmen M. Cáceres y Andrés Barba, que acaba de publicar la editorial Sexto Piso, con ilustraciones de los artistas ucranianos Romana Romanyshyn y Andriy Lesiv. Desde que en 1928 apareció en Florencia una edición privada de El amante de lady Chatterley, la novela no ha dejado de reeditarse, primero clandestinamente (fue prohibida durante más de 30 años en Gran Bretaña y Estados Unidos), y después en ediciones tanto populares como de lujo. Lo que resulta tremendamente injusto es que, precisamente debido al éxito popular y a su enorme escándalo por su lenguaje desenfadado y sus escenas sexuales, Lawrence se viera privado de un mayor reconocimiento por parte de la crítica durante casi toda su vida y buena parte del tiempo transcurrido desde su muerte en Francia en 1930.

Son muchos los elementos de esta historia aparentemente anticuada (la novela narra la relación ilícita de Constance con el guardabosques de su finca, tras quedar su marido paralítico durante la Primera Guerra Mundial) que resultan especialmente actuales. Por ejemplo, lady Chatterley es un retrato asombroso de una mujer fuerte, desinhibida, salvaje y apasionada. Asimismo, la descripción de Oliver Mellors, el guardabosques, constituye un estudio de la represión, aunque Lawrence no lo hubiera expresado de ese modo. Al igual que el marido de lady Chatterley, Mellors está impedido para la acción: "Mi madre siempre dijo que yo era un hombre a medias. ¡Eso es, eso es! [...] Si tengo una parte femenina, la tengo, y lo mejor es aceptarlo. Si no puedo valerme por mí mismo, acudiré a ti [Constance]".

Según el escritor Alberto Bevilacqua, autor de A través de tu cuerpo, detrás de los personajes principales de El amante de lady Chatterley se ocultaban Lawrence y su mujer, Frieda, que al igual que su personaje en la ficción mantuvo una relación fuera del matrimonio con un carabinero (guardabosques en la novela) llamado Angelo Ravagli. El escritor, incapacitado para mantener relaciones sexuales a causa de la tuberculosis, arrojó a su mujer a los brazos del joven teniente esperando revivir el apetito sexual: "Hasta el último momento, Frieda se había resistido con todas sus fuerzas. Al final había obedecido el deseo del marido. Le contó que Angelo había reaccionado muy mal, abofeteándola. [Después] había pasado del enfado a la comprensión cuando ella le refirió qué siente una mujer al descubrir que el sexo de su marido, hasta poco tiempo antes dichoso de crecerle entre las manos y los labios, permanece inerte, convertido en una parte excluida de la vitalidad del cuerpo".

Parece que Angelo no sólo despertó la libido de Frida, sino también la del propio autor sobre el que siempre ha planeado la sospecha de la homosexualidad, a decir de Bárbara y Michael Foster, que en su ensayo Triángulos amorosos: el ménage à trois desde la antigüedad hasta nuestros días sostienen que Lawrence "se sentía atraído por la tradición alemana de vinculación masculina y sólo podía abordar su libido con obreros jóvenes". Algo que no debió escapar a la mirada de Angelo. "Aquel guapo teniente", escribe Bevilacqua, "que se consideraba recto como su espada, y sólo un poco excéntrico como las plumas de su sombrero, debía ser consciente de la ambigüedad que anidaba detrás de sus ojos francos y vivaces, en su cuerpo bien moldeado, incluso en su sexo, del que estaba tan orgulloso y seguro". Si algo se puede decir de El amante de lady Chatterley, es que está escrito con una sinceridad de la que pocos son capaces.

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