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Las dos caras del medievo

'Las torres de Bois-Mauri' transcurre en una Edad Media muy poco caballeresca y plagada de miseria, suciedad e injusticia

Las dos caras del medievo

La Edad Media está de moda. Y toda esa legión de seguidores con que cuenta la ficción televisiva Juego de tronos o la novela La catedral del mar lo demuestra. Pero esto no es nada nuevo, ese periodo histórico se puso de moda ya en el siglo XIX cuando el romanticismo lo convirtió en un fenómeno social.

Otra época que registró una auténtica pasión por los siglos oscuros fueron los años ochenta, porque esa década comenzó con la publicación de una de las novelas más exitosas de la historia: El nombre de la rosa. Como no podía ser de otra forma, la ola de pasión medievalista que creó la obra de Umberto Eco alcanzó también al noveno arte cuatro años después con la aparición de los títulos Los compañeros del crepúsculo y Las torres de Bois-Mauri. Este último fue una creación del mítico historietista belga Hermann que se dilató en una prolongada serie de álbumes en los que el genial dibujante narró las aventuras de un caballero sin tierra y su descendencia.

A la hora de analizar esta obra debemos tener en cuenta que el medievo duró más de un milenio, así que debemos preguntarnos, ¿en qué Edad Media está enmarcada? Aunque no está claro, presumiblemente debe transcurrir a finales del siglo X, o principios del XI, y se trata de un medievo poco caballeresco, plagado de miseria, suciedad, injusticia, pocos caballeros y muchos antihéroes.

Como si fuera el cicerone de una galería de retratos de la época, su protagonista cede su protagonismo convirtiéndose en el hilo conductor que une las vidas de un escudero, un escultor caído en desgracia e incluso toda una banda de ladrones. A través de estos variopintos personajes Hermann compone una obra coral que deja a un lado a los grandes personajes de la historia para describir la vida cotidiana de las clases sociales de la época con lo que puede situarse en lo que Unamuno denominó intrahistoria. Baste como ejemplo que las primeras páginas describen los tres estamentos en los que se dividía la sociedad medieval (nobleza, clero y campesinado), así como las difíciles relaciones de vasallaje que se establecían entre ellos.

No me detendré a describir el talento de todo un clásico como Hermann, pero debo señalar que su genialidad consigue hacer realidad el refrán que advierte que una imagen vale más que mil palabras, porque en muchas ocasiones todo está narrado exclusivamente a través del dibujo creando un relato en el que la imagen supera al texto.

Es indudable que para realizar esta obra llevó a cabo un exhaustivo trabajo de investigación, pero entre todas las viñetas destaca una que recrea la construcción de una iglesia que ocupa toda una página. Con un enfoque cenital contemplamos claramente toda una serie de andamios, escaleras e incluso unos encimbrados de madera que sirven de soporte de arcos. Por la combinación de pilastras cuadrangulares y semicolumnas sabemos que estamos ante otra muestra de la actividad constructiva específica del Sacro Imperio Romano Germánico conocida como arquitectura otoniana.

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