La Provincia - Diario de Las Palmas

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'Baile de tapados': una filigrana narrativa

Una novela elíptica donde el autor explora y quiebra los discursos estilísticos

Ignacio Gaspar. LA PROVINCIA/DLP

Ignacio Gaspar, tinerfeño nacido en el Charco del Pino (Granadilla de Abona) en 1956, pasa por ser un auténtico desconocido para la inmensa mayoría de sus posibles lectores, pese a tener en su haber una producción de cuentos que comienza a publicar desde 1975. En su momento llamaron poderosamente nuestra atención los titulados 481 años después del año de la nana (Narrativas Insulares, 1981) y sobre todo El rejo de la máscara (Ricardo García Luis ed., 1984), reeditado en 1989 por el Ateneo Obrero de Gijón. Expuso una brillante ponencia en el I Congreso de Cultura Canaria (Ateneo de la Laguna, 1986), publica un libro de poemas titulado Nación de pájaros o desaparición del amanecer (2012), amén de otras publicaciones que acaso sólo tuvieron distribución en la provincia de Tenerife. Es por eso por lo que insistimos en su invisibilidad para el lector, pues la distribución editorial a nivel del Archipiélago entero es, como poco, deficiente, caótica, cuando se trata del talón de Aquiles de la normalidad comunicativa del producto.

En su día reaccionamos con una reseña sobre El rejo de la máscara en este mismo medio, creyendo ver en aquel libro un modelo de textualidad novedosa en el panorama de la narrativa contemporánea. Había por entonces que ir a Tenerife a comprar los libros editados allí, porque la desgraciada insularización distributiva nos obligaba a ello. Ahora nos viene este novelón de 409 páginas y se reproduce el efecto Gaspar en lo que vamos leyendo, su toque personal, pero ya sin las dificultades de entonces, porque la editorial Baile del Sol nos la ha hecho llegar a las librerías de Gran Canaria.

Nada de lo que encontramos en Baile de tapados se nos parece a nada de lo leído hasta ahora. Esmerándose hasta lograr lo que consideraba la perfección, Ignacio Gaspar, con extrema exigencia y un ejercicio de responsabilidad profesional poco frecuente en los escritores apresurados, no pensaba darla a la luz hasta alcanzar la madurez que se autoexigía. Nos ha hecho esperar una decena de años hasta mostrar su primera novela propiamente dicha, tan esperada, después de una amplia producción de relatos cortos. Una novela elíptica, compleja, donde Gaspar explora otras posibilidades de ampliar su especial estructura narrativa, semejantes a la marea que sube y baja, trazando nuevas siluetas en la arena de la página impresa, dando un quiebro a la convención narrativa habitual, demoliendo los discursos estilísticos conocidos, demorándose en el detalle del contrarelato, que se torna único en el espacio y multiforme en el tiempo.

María Cahína, la protagonista, lleva "un nido de pajaritos a la cabeza ocultos debajo de la sombrera" (pg.7). Va a un baile callado en la casa de Manuel Rodríguez. Con este inicio la acción se desenvuelve entre los sucesos que preceden al baile de máscaras de un lunes de carnaval. Empiezan sus especulaciones, conjeturas, suposiciones, sospechas y rastreos sobre quién pueda ser cada tapado, de quienes le llegan referencias físicas o sensitivas. Las preguntas que se hacen los protagonistas de la historia son incesantes. Con morosidad descriptiva de rostros e indumentarias vemos desfilar los tropismos físicos y mentales de una serie de tapados ciertos o equívocos, a veces desnudos, cuyos encuentros y desencuentros suceden en la intrincada geografía de un detallado portulano que toma el nombre de Chajama. Les ocurren sucesos tan habituales como las necesidades fisiológicas de evacuación - expuestas crudamente - y otros a los que se suele nombrar como realismo mágico, pues tales son la mascarita mariposa que vomita Rosalía Oramas y otros seres de extraña especie paridos por otras protagonistas.

La envoltura de la trama narrativa es el enigma, su sentido parabólico un extenso plan conspirativo, su vehículo un carro que desplaza a personajes embozados o desnudos por caminos, laderas y caseríos, quienes hasta llegar a un baile de máscaras que habrá en una cueva, sortearán amenazas de una pandilla de reventadores, disparos y perros. Habremos de cruzar por un laberinto de nombres de propietarios del extremo minifundio donde tiene lugar el relato, señalado por talanqueros, r esbaladeras, rellanos, huertos, veredas, zanjas. paredones, arrincaderos, veriles, servidumbres y marcas, que pautan sus idas y venidas. Vienen a la mente ciertas criaturas embrujadas de Valle Inclán, ciertos personajes de Solana y Ensor, entre sí tan lejanos, pero con el estigma de la diferencia, donde asoma el canibalismo, siempre entre la 'bruma rastrera' que cruza la caravana orgiástica. No desean ser reconocidos tras la máscara, aunque han de encontrarse exactamente en lo desconocido, y no cesan de buscar razones para reconocer en los demás sus pensamientos, sus movimientos, por el terreno tribal que comparten.

Con una trama narrativa polifónica, decantada y tensa, un lenguaje elíptico que devana una madeja humana de seres pedestres y a la vez etéreos, la novela de Gaspar va camino de convertirse en un texto importante en la literatura del idioma. No sólo por la textura estilística novedosa que domina en sus capítulos, sino porque sabe dar cuenta de la belleza, cálida y áspera en simultaneidad, de las pertenencias intemporales de la tierra que pisamos. La cual se hace reconocible en una particular acústica que insiste en la dureza climática de las cumbres tinerfeñas y la ternura de los diminutivos ( abajito, alguito, apenitas, tardecita, bobita), aunque éstos no consigan atenuar la atmósfera de desasosiego que crece según avanzamos hacia final del texto. Gaspar no escribe como lo haría cualquiera, sino que ha afinado tanto y tan bien que sus líneas se hacen tan sólo distinguibles como de su autoría. La voluntad de estilo se tiene o no se tiene, y Gaspar la ha acreditado en textos precedentes. Más allá de la estética hay una vinculación forzosa con el territorio de carácter humanista, incluso ética. Y ello es así porque pone en valor el micromundo de los aislados montunos - los alzados cumbreros - descartando la nostalgia del tiempo ido y la sobrevaloración de la costumbre, yendo más bien a fijar unas situaciones y una historia determinada con esa necesidad de completar la realidad que tienen los escritores con conciencia, vocación y oficio, mediante las ventajas de lo imaginado. Esto es: la inventiva que se ofrece con incitaciones tentaculares en procedimientos, mayormente usada como punto de mira de la conciencia del escritor sobre los datos reales que suministran las vidas más comunes.

La variante dialectal canaria aparece aquí, como en todos los textos de Gaspar, con la espontaneidad propia de quien ha asumido su merecida normalización en el discurso escrito, pues si le importa mucho el perfil realista del mismo, también le interesa el grado acústico que contiene las voces propias, buscando el reconocimiento identificable por el lector medio. En tal sentido, la decisión de Gaspar es valiente y normalizadora, aunque pueda no ser comprendida por quienes todavía no consideran pertinente dar libre curso al habla canaria. Dialéctica del sujeto nativo en uso y disfrute de su propiedad lingüística que aun no ha sido resuelta por todos los escritores insulares, y que sigue presentándose problemática mientras no sea abordada seriamente en niveles educativos y en los medios de comunicación. Por eso Gaspar echa mano de voces como guargüero, escupitina, abanar, atorrado, destorcer, rebumbio, etc., aunque también frecuenta variables propias de su invención, tales como 'apagosa' 'alabancioso', 'soledosa', que se incorporan al repertorio de las posibilidades de uso dialectal.

No es esto todo lo que se puede decir de Baile de tapados, porque es una profunda novela llena de matices sugerentes, de incitaciones a un calado de mayor profundidad. Pero al menos queda dicho que se trata de una obra de arte mayor; y no nos arriesgamos mucho a decir que hará un surco diferencial entre la abundante novelística que últimamente gozamos por estos lares.

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