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El tam-tam sin tregua de Aimé Césaire

Se cumplen diez años de la muerte del poeta, dramaturgo y activista político martiniqués, creador del concepto 'la negritud'

Foto tratada de Aimé Césaire. LA PROVINCIA/DLP

Quien no me comprenda no comprenderá el rugido del tigre

A. C.

Los títulos de sus libros hablan de la telúrica y dramática soledad africana, manando como un negro hongo nuclear, hacia latitudes inconexas y aherrojadas: El sol guillotinado', Cuerpo perdido, Herrajes, Y los perros callan... Con su poesía de vanguardia, busca devolverle las señas de identidad a la anónima, dispersa y silente "negrería, que huele a cebolla frita". Y hacerlo desde su antillana isla natal (85 x 30 kilómetros cuadrados), por donde "el Ecuador piruetea hacia el África", y con unos mimbres así de paupérrimos: "Lo que me pertenece son estos cuantos miles de moribundos que giran sin cesar en la calabaza de una isla".

Jean-Paul Sartre, que apoyó su causa de emancipación de la negritud, definiéndola, con su habitual pirotecnia, como "la negación de la negación del hombre negro", dijo de sus potentes versos: "Un poema de Aimé Césaire estalla y gira sobre sí mismo como un cohete del cual surgen soles que giran y explotan en nuevos soles [...] La densidad de esas palabras lanzadas al aire como piedras por un volcán, es la negritud que se define contra Europa y la colonización". Y si André Breton, tan enamorado de las máscaras africanas, situó en su Martinica encantadora de serpientes el confín del circuito atlántico, que había inaugurado en Tenerife con El castillo estrellado, ello se debió, en parte, al deslumbramiento que le produjo la lectura del precoz poemario inicial de Césaire, Cuaderno del regreso al país natal (1939), acogiéndolo como un valioso exponente de su Movimiento surrealista. Encomiándolo en aquel texto como "un gran poeta negro", advierte que Césaire encarna "el mejor momento lírico de la época" y que "su palabra es hermosa como el oxígeno naciente".

Con esa reconocible voluntad de los surrealistas de convertir el orbe en un callejero y emanciparlo por todos sus pasos de cebra, escribe Césaire en ese Cuaderno:

"Así como hay hombres-hiena y hombres-pantera, yo seré un hombre-judío, un hombre cafre un hombre-hindú-de-Calcuta, un-hombre-Harlem-sin-derecho-a-voto. El hombre-hambre, el-hombre -insulto, el hombre-tortura: se le podría prender en cualquier momento, molerlo a golpes-matarlo por completo sin tener que rendirle cuentas a nadie. Un hombre judío un hombre-progom un perro de caza un pordiosero?".

Y concluye: "Pero, ¿es que puede uno matar el remordimiento, bello como la cara de sorpresa de una dama inglesa al encontrar en su sopa un cráneo de hotentote? Yo reencontraría el secreto de las grandes comunicaciones y de las grandes combustiones. Diría tempestad, diría río. Diría ciclón. Diría hoja. Diría árbol, mejorarían todas las lluvias, me humedecerían todos los rocíos. Me revolcaría como sangre frenética sobre la lenta corriente del ojo de las palabras, en caballos locos, en niños tiernos, en toques de queda en vestigios de templo, en piedras preciosas, lo bastante lejos como para descorazonar a los menores. Quien no me comprenda no comprenderá el rugido del tigre".

Aun a costa de que el refrendo de popes como Sartre o Breton vulneran las críticas del hombre que proclamó "¡Soy negro, negro desde el fondo del cielo inmemorial!", para combatir justamente, la palabra autorizada del amo blanco metropolitano, las citas refuerzan la importancia de un intelectual tan caído en el olvido como el propio movimiento de emancipación de la negritud que propagó -y hasta acuñó-, ahora eclipsado, al parecer, por reivindicaciones más visibles e inmediatas. Discutido hoy día por un exceso de candidez y simplificación, incluso por otros intelectuales de su misma raza -como el premio Nobel nigeriano Wole Soyinka, quien ironizando sobre el término negritud, ha proclamado "El tigre no declara su tigritud; salta sobre su presa y la devora"-, el contexto inicial del martiniqués Aimé Fernand David Cesáire (Basse-Pointe,1913 - Fort de France, 2008), de cuya muerte se cumplirán diez años el próximo martes 17 de abril, hay que situarlo en el París de entreguerras. Allí coincide, en los años 30, con quien sería siempre su amigo y correligionario en la reivindicación de la negritud, el senegalés Leopoldo Sedar Senghor, también político -más tarde presidente de su país- y poeta, y otros intelectuales negros de la burguesía africana y antillana, como el guyanés Leon Damas, con quienes funda la revista L'etudiant noi ( El estudiante negro), influyente en medios universitarios. Su abuelo había sido el primer profesor negro que hubo en Martinica y su padre era inspector de Hacienda y profesor del Liceo de Fort de France. Muy culto y superdotado, al joven martiniqués no lo costó ingresar en la Escuela Normal Superior de Paris. Concebido como "un proyecto que intentó definir una identidad cultural y social africana y caribeña, que articulase la tradición negra con un lenguaje de vanguardia", sería Césaire quien acuñaría el concepto en aquella publicación, para desarrollarlo, tras su retorno a Martinica, en su legendaria revista Tropiques. Al término de la segunda Guerra Mundial, en 1945, el poeta se convertiría en alcalde de la capital de la Isla, primero como miembro del Partido Comunista Francés, y una década después, por desavenencias con el apoyo al estalinismo de sus correligionarios parisinos, fundando su propio partido. Durante 56 años, hasta 2001, permaneció en el cargo, simultaneándolo con su condición de poeta e intelectual de vanguardia, y dando preponderancia a la cultura, pues "sin una concienciación cultural previa -señaló- la política no resuelve nada". Con todo, el movimiento se mantuvo álgido hasta la irrupción de las políticas involucionistas de los años sesenta, cuando la 'negritud' se empieza a considerar anacrónica, y "demasiado teórica e idealista".

Acaso ese truncamiento se debió al exceso de universalismo de sus postulados, que no eluden, además, la autocrítica, y mejor enunciados siempre por el poeta que por el político. En su importante Discurso sobre el colonialismo (1950), Césaire muestra incluso su condolencia por el los propios colonizadores. "La colonización trabaja para descivilizar al colonizador, para embrutecerlo en el sentido literal de la palabra, para degradarlo, y despertar en él instintos reprimidos, incitándolo a la concupiscencia, a la violencia, al odio racial, al relativismo moral?", señala. Y explicita ahí también que la lucha por la negritud es inherente a la lucha por cualquier otro oprimido: "África ya no es, por el diamante del infortunio, un negro corazón que se estría; nuestra África es una mano fuera del guante del púgil, una mano derecha con la palma hacia delante y los dedos muy juntos; es una mano tumefacta, una-herida-mano-abierta, tendida, blancas, morenas, amarillas, a todas las manos, a todas las manos heridas del mundo".

En su Cuaderno de un regreso al país natal, Césaire muestra la necesidad de llegar a un justo medio dialéctico, entre denuncia y pacifismo. Su arranque es, sí, contundente: "Al morir el alba.../ Ándate, le dije, hocico de policía, hocico de vaca, ándate, detesto a los lacayos del orden, a los abejorros de la esperanza"; pero, al mismo tiempo, no elude la crítica a la inercia de los africanos. Dice, por ejemplo: "Y puesto que juré no ocultar nada de nuestra historia (yo que admiro tanto al carnero paciendo su sombra de la tarde), quiero convenir en que fuimos, en todos los tiempos muy ramplones lavaplatos, limpiabotas sin envergadura, y considerando las cosas lo mejor posible, hechiceros bastante concienzudos, siendo el único récord indiscutible que hemos batido el de la paciencia en soportar el látigo?".

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