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Entrevista | Rafael Argullol

"Hoy predomina el miedo a perder hasta lo que no se tiene"

El filósofo vaticina un resurgir del arte a partir del "hartazgo" y el "autocolapsamiento" de la banalización actual. En esta entrevista adelanta algunos planteamientos de su participación en una jornadas sobre la belleza en la Fundación Chirino.

Rafael Argullol. LP

Cuando la cosmética prevalece sobre una idea fuerte del cosmos, la belleza se frivoliza y la cultura se debilita y banaliza, como ocurre en la actualidad", diagnostica Rafael Argullol (Barcelona, 1949), para apreciar, no obstante, la posibilidad de un cierto resurgimiento artístico y cultural, frente al "hartazgo y autocolapsamiento" del actual panorama. Catedrático de Estética de la Universidad Pompeu Fabra y autor de 35 libros, de ensayo, poesía y narrativa, será quien clausure, el próximo 23 de octubre, unas jornadas tituladas La belleza, que, dirigidas por la arquitecta y académica Flora Pescador, han sido organizadas por la RACBA (Real Academia Canaria de Bellas Artes), con la colaboración del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y de la Fundación Martín Chirino, donde se celebrarán, a partir del próximo martes. En conversación con la profesora Ángeles Alemán, Argullol hará una disertación titulada Belleza y sacrificio: Un binomio fecundo, cuyas claves centran esta entrevista.

En los años 80 y 90 del siglo pasado, usted criticaba que la búsqueda de lo bello y trascendente, a través de la obra de arte, se había desplazado por lo "interesante y bonito", y el afán de gloria, por el éxito inmediato. Sin embargo, en libros más recientes, como 'El cazador de instantes' o 'Maldita perfección', advierte la posibilidad de un giro, y no descarta que pueda surgir un renacimiento cultural...

Lo que decía entonces se ha confirmado con creces en lo que llevamos de siglo; se ha agudizado, incluso, y la banalización es más radical, en coincidencia con la capacidad de simulación que propician las nuevas tecnologías. Pero se percibe también un hartazgo, por eso mismo. Los principios que dominan el mundo se vuelven insostenibles, si la humanidad quiere sobrevivir. Hay un cierto colapso y empacho de la sensibilidad frente a la celeridad, casi con obsolescencia programada, con que se produce el salto al éxito inmediato o la fama. Desde luego, no hay solución a corto plazo, ni hablo de una transformación masiva. Pero hay que tener en cuenta los movimientos pendulares, por más que las reiteraciones, por fortuna, no sean idénticas. Lo que se percibe es una dinámica del autocolapso, sin capacidad de respuesta ante los grandes asuntos, como el cambio climático, la situación del planeta, etcétera. Nada hace creer que, a medio o largo plazo, no pueda darse un renacimiento artístico y cultural. Aunque esté protagonizado, como siempre, por las semillas de una inmensa minoría... El pronóstico de Dostoievski sigue vigente: "Sólo la belleza salvará el mundo".

¿Adscribirse a ese giro es a lo que llama "creatividad del sacrificio"? En sus recientes memorias, Martín Chirino reclama la recuperación de la "excelencia" artística, que ha quedado noqueada, a su juicio, por "la adorable mediocridad" que copa hoy el poder institucional.

Claro. Eso forma parte del hartazgo y el autocolapso al que me refería. Las grandes corporaciones capitalistas están que no se lo creen, ante el terreno abonado que encuentran en todas partes para hacer proselitismo y difundir su imperio. El capitalismo ha vencido hasta tal punto que hasta ha logrado camuflar su propio nombre, y por supuesto manipula y tergiversa ipso facto todo lo que no sean sus intereses. Las élites de poder son sus meros agentes, y la mayoría de la gente cree ya, con toda la naturalidad del mundo, que realidad y capitalismo es lo mismo. De ahí esa exasperante expresión, tan extendida desde hace años, entre los jóvenes y los no tan jóvenes: "Es lo que hay"... La búsqueda de la "excelencia" artística y literaria es un revulsivo idóneo. Trabajar duro, dado el talento, obviamente, desde la reflexión y el silencio, sin esperar réditos inmediatos, creando por y no para, o en todo caso, para conectar con la Humanidad del futuro. Se trata de prolongar la memoria de la Humanidad, y si me apuras, su pervivencia. A esa actitud moral y estética del esfuerzo, y desde la máxima autenticidad subjetiva, es a lo que llamo 'creatividad del sacrificio'.

En uno de sus últimos escritos, Zygmunt Bauman se lamentaba de que el progreso se haya convertido en una aventura estrictamente individual, y que, en cualquier ámbito, el "colega" es ya un "competidor"... ¿No es el miedo lo que prevalece hoy?

En general, hoy prevalece el miedo a perder hasta lo que no se tiene. Es consecuencia de la superchería que impone esta nueva forma de capitalismo ubicuo y anónimo. Los parámetros que rigen el mundo son la cobardía y el egoísmo, frente a la sombra de la amenaza. Se es cobarde por el temor a perder lo poco que se tiene, e, incluso, lo que no se tiene, y egoísta, en el afán de mantenerlo. Todo está regido por un pragmatismo moroso y excluyente, contrario a la belleza, que sólo puede provenir de la auténtica creatividad. Un factor a tener muy en cuenta es la altísima presión demográfica, pues, en apenas un siglo, la población mundial se ha multiplicado por ocho, y hoy hay casi 8.000 millones de almas compartiendo aquel mismo espacio. De ahí también el auge de los nacionalismos excluyentes y la fobia a las migraciones... el afán de acorazar los terruños. Además del conformismo del lema al que me refería antes, "Es lo que hay", otra exasperante expresión muy en boga es "No tengo tiempo". Si a eso le añadimos la también ubicua "Está todo petado", el inmovilismo, la cobardía y el egoísmo están servidos. Pero también el autocolapsamiento y el hartazgo, que abren la espita a la creatividad...

Sin embargo, a diferencia de finales del siglo pasado, los intelectuales parecen haber desertado de los medios de comunicación, ¿cuánto hay en ello de imposición o de voluntario?

Prefiero hablar de escritores y artistas, ya que el término intelectual está muy connotado por una actitud ideológica que abarcó desde la Ilustración hasta el fracaso apocalíptico de las utopías en el siglo XX. Hoy lo ideológico, que es el capitalismo rampante al que aludía, está muy bien camuflado como para que no se le enfrenten posicionamientos ideológicos contrarios. Se dan las dos actitudes. Por un lado, se da una especie de medida higiénica en abstenerse, por parte de algunos artistas y escritores; una abstención que formaría parte, justamente, de la "creatividad del sacrificio", que exige el silencio frente a las ruedas de molino mediáticas. Serían los pensadores y creadores escarmentados de seguir jugando de un modo estéril el papel de ideólogos. Pero están también los que participan del discurso mediático, a sabiendas de que deben seguir el juego mimetizados de tertulianos. Llamémosles "intelectuales de aldea". La gran diferencia con los últimos lustros del siglo pasado, es que los pensadores tenían un espíritu cosmopolita, y apuntaban a planteamientos universales. Hoy los temas a debatir son peregrinos e instantáneos, con cortedad de miras. Estos intelectuales de aldea escriben sus tribunas, y por la tarde comparten en el bar con los amiguetes lo que han escrito, y ahí acaba todo. Además, suelen ser chorradas y asuntos contingentes descontextualizados. Entre los mil y un tertulianos, no se da hablar de los grandes asuntos globales como el terror universal, el deterioro del planeta, el problema de las migraciones y de la pobreza estructural, la guerra de Siria, o el descrédito de las universidades, convertidas en eventuales fábricas de licenciar camareros para bares londinenses, lo cual también se pone en entredicho con el Brexit... Los temas que se esgrimen en tertulias y tribunas parecen exigir un guión de provincianismo global generalizado. Por otro lado, también es verdad que el escritor y el artista potencialmente influyentes no se atreven a introducir perspectivas de deseo, lo cual es nefasto para el arte y la creatividad en cualquier ámbito.

En introducir "perspectivas de deseo" consistieron los movimientos e impulsos vanguardistas. Paul Valéry decía que "todo cambia menos la vanguardia", y ahora ésta también ha pasado a la retaguardia. Lo chabacano convive con lo estéticamente correcto. ¿Puede haber belleza sin convulsión ni trasgresión?

Ahí radica el problema actual. La creatividad del sacrificio exige trasgresión, o, al menos, puntos de fuga respecto al orden convencional. Para que haya auténtico arte es imprescindible la cultura del esfuerzo, y subir el listón al máximo a la hora de afrontar el propio ideal de belleza. Hablar de creatividad del sacrificio implica una noción sagrada del arte, en el sentido que le da Steiner de crear a partir del "vacío de Dios". No se trata ya de pretender ser original, pues sería quimérico. Cualquier exploración en la creación artística es necesariamente un redescubrir: no creamos sonidos nuevos, sino que escuchamos viejos sonidos por primera vez. Por eso considero al gran artista como un "maestro del eco". Cuando me planteo la creatividad como una carrera de fondo pienso también, necesariamente, en la posteridad, una ambición artística que no está muy en boga. Claro, los poderes dominantes promueven el éxito inmediato, fungible, contable. Pero, en nuestra tradición, no hay ni un solo escritor o artista dignos de tales nombres, que no hayan creado su obra sin pensar en trascender hacia la posteridad. Sin necesidad de ir muy lejos en el tiempo, reparemos en los casos de Nietzsche o Kafka, que, además, no fueron reconocidos hasta mucho tiempo después...

De hecho, usted ha definido la creatividad del sacrificio como una conjura contra la muerte. Sin embargo, su banalización y el predominio actual de la desmemoria, ¿no son un escollo para pensar en la posteridad? ¿No es como si al artista empezaran a darle de comer cuando ya no lo necesita?

El peligro de nuestro tiempo es esa visión egotista y efímera, que procede de la creencia de estar descolgados de la tradición. Cuando uno lee a Cicerón y a Séneca, por ejemplo, separados por más de un siglo de distancia, descubre páginas que parecen estar describiendo la crítica situación actual. Mi optimismo, a medio o largo plazo, se basa en que el tiempo termina desmantelando la impostura; no hay ni un solo artista o escritor malo o mediocre que haya pervivido en épocas posteriores a su tiempo. A mis alumnos les digo que sería una interesante tesis doctoral analizar, por ejemplo, las contraportadas de los libros en los últimos cincuenta años; en ellas se lee todo eso de "el mejor libro", "obra maestra", "escritor imprescindible", y, en la mayoría de los casos, se comprueba ya que son libelos y autores completamente prescindibles. Eso no quiere decir que algún gran creador no haya caído en el olvido, y que habrá que reflotar; pero, por fortuna, a la inversa no sucede: que tengamos que aceptar hoy a creadores malos o mediocres del pasado.

¿No hay en sus planteamientos una concepción hipersubjetiva e, incluso, aristócrata de la belleza?

Toda noción de belleza es necesariamente subjetiva. Y, si por aristócrata se entiende estar dispuesto al sacrificio creativo, construir la obra meditando en el máximo silencio, durante horas y horas, sin esperar nada instrumental a cambio, entonces el arte es aristocrático. En realidad es como el erotismo o la mística; por más que esas experiencias sean masivas, nadie sabe cómo las vive el vecino. Cada uno vive de forma individual la experiencia estética.

¿Qué opina del desplazamiento de la alta costura, de finales del XX, por la hegemonía actual de la alta cocina y del gym? Uno se viste varias veces con la misma ropa, pero levantar pesas o ingerir un manjar sólo ocurren aquí y ahora, ¿Es otro signo del furor por el consumo instantáneo y egotista?

En cada época hay una dialéctica entre cosmos y cosmética, que tienen la misma raíz etimológica, y cuando prevalece está ultima sobre una idea fuerte de cosmos, mal asunto; la belleza se frivoliza y la cultura se banaliza y debilita. Debe haber una confluencia de ética y estética, que en la creación artística sólo se da a través de la expresión de la autenticidad. Considero que una de las mayores artes que nos están dadas es el arte de saber vivir, y eso incluye la vestimenta y la gastronomía, o el gimnasio, pero no pueden ser lo prioritario como a menudo se observa obsesivamente. La estética sin ética es puro 'estheticienne'. Y me ratifico en esa idea: la cosmética debe ir a remolque de una fuerte cosmología; es su cola, no su centro.

En El fin del mundo como obra de arte , de 1991, usted desmiente la presunción de una hegemonía de la cultura audiovisual; asevera ahí que la contemplación del hongo de Hiroshima significó la hipertrofia de la imagen... ¿Diría hoy lo mismo del poder de los iconos que circulan masivamente en Internet?

Internet no significa ni una panacea auroral, como celebran muchos, ni un apocalipsis sin retorno, como teorizan algunos. Funciona como los antiguos telegramas, las palomas mensajeras o el tam-tam, sólo que a más velocidad, y lo idóneo o distorsionado que pueda resultar dependerá de los contenidos. Lo que sigue siendo completamente falso, hoy como ayer, es que una imagen valga más que la palabra. La cultura icónica, en cualquiera de sus manifestaciones, es mucho más endeble que la cultura escrita. Si las imágenes no se filtran y codifican desde la sensibilidad y el entendimiento, son sólo destellos. La gente consume imágenes pero muchas veces no las mira. Recientemente estuve en Roma, y cuando me acerqué a contemplar la Pietà, decidí observar la actitud de los turistas. Vi que casi nadie la miraba, sino que, tras mucha espera, pasaban por delante y se daban la vuelta.

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