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Aquel círculo de fuego

"Todos evocaban un mundo por vivir. Conspiraban llevados de la mano de la cultura, siempre desde la persistente defensa de los desfavorecidos"

Aquel círculo de fuego

Bien pudiera reflejarse la vida de éste amigo de todos los humildes de pensamiento en un tapiz de tejido de damasco -un retablo épico de nuestro tiempo vivido- jalonando las paredes de la democracia en la que quiso vivir. Yo era apenas un niño, que recién recibía a su padre del penal de Burgos, cuando entre las amistades de mis padres descubrí a Pedro. Había oído acerca de su batalla sobre la pesca de un tiburón en Fuerteventura; de cómo embridó con un manual en una lengua extranjera una imprenta. ¡Que era poeta! ... Y, además, jugaba al ajedrez con maestría. Para mí era como un aventurero apasionado. Me gustaba.

Su biografía deja a las claras que su vida transcurría como agua entre los guijarros de la playa, lo salpicaba todo, concitaba amistad. Fui espectador en mis primeros años de aquel círculo de fuego: Agustín Millares, Pedro Lezcano, Germán Pírez, Isidro Miranda.... Hubieron más. Todos evocaban un mundo por vivir. Conspiraban llevados de la mano de la cultura, siempre desde la persistente defensa de los derechos reivindicados por los desfavorecidos. Alentaban a la juventud, despojándola de los velos hipócritas de la educación oficialista, mientras tomaban las aspiraciones de aquélla.

Con el tiempo, aquellas tardes de domingo en Teror en casa de los Pírez, en verano o invierno, entre entabladas batallas de ajedrez y debates políticos, te hacían vivir la emoción por el juego y a entender que la confrontación de ideas no era enfrentamiento sino encuentro. Al igual que en el ajedrez, reproducían la partida jugada y analizaban las variantes, mientras debatían el momento político. Pura ciencia política con luz y taquígrafos.

Sus vidas reflejaron desde la ortodoxia de partido a la indisciplina y, como Pedro, el compromiso político desde la independencia de partido o coalición; pues él también representó - al igual que aquéllos - la dignidad por las libertades públicas y el compromiso ético en el ejercicio de sus papeles sociales como referentes de una parte significativa de nuestra ciudadanía. En cierta forma rehuían de la militancia partidista, del compromiso grupal, para evitar "la verdad" inoportuna; eran ajenos a maniqueísmo o a las conspiraciones oportunistas -no veían nada práctico en ello-, buscando sin embargo la unidad en la acción política, mientras se mostraban renuentes a ostentar cargos en la gestión pública.

Y así, tras años de ocupar puestos más o menos simbólicos en las candidaturas electorales de la izquierda canaria y haber ejercido como diputado raso en el Parlamento de Canarias, le ofrecen a Pedro la Presidencia del Cabildo. Aquel fue un traje que no quería porque era un hombre modesto en sus formas y actitudes; en alguna ocasión, en la que le esperaban como presidente de la institución insular, apareció conduciendo personalmente su modesto vehículo, lo que le supuso críticas de los ciudadanos, pues lo interpretaron como un desdén hacia ellos al no llegar en el coche oficial.

Fui testigo de un desencuentro entre Fernando y Pedro, obviamente por las divergencias de contenido político. Pedro sufría que mi padre no quisiera entender las decisiones del poeta devenido en político circunstancial, lo que me ofuscó personalmente, pues no hubo el encuentro que siempre vi en ellos. A Fernando le comenté que era muy fácil mantener postulados y paradigmas desde posiciones de elocución parlamentaria, pero que en la administración de lo público las contradicciones afloraban inevitablemente en lo personal. Ellos entendían que se debía gobernar no sólo para la facción política a la que se perteneciera sino para toda la ciudadanía; de tal manera que personas de su talante sufrían al observar el sectarismo que, en no pocas ocasiones, anidaba entre las organizaciones políticas que apoyaban electoralmente. Sin embargo mi padre y Pedro nunca dejaron de apreciarse; recuerdo que Fernando recitó en el Parlamento del Estado el poema La Maleta en su turno de intervención, como discurso sobre Canarias y reflejo de la migración de los pueblos, denunciando sus causas.

La publicación del poema de Lezcano Consejo de Paz en el periódico Diario de Las Palmas y la condena posterior por ello del joven periodista Salvador Sagaseta, fue otra página de nuestra vida en común vivida con angustia y desazón. Mi primo - entonces menor de edad e ingenuo editor de un poema que denunciaba a cualquier dictadura- acabó siendo juzgado ante un jurado militar dos veces por los mismos hechos, cometiéndose así un doble enjuiciamiento, pues del primer consejo de guerra resultó absuelto; se trataba de obtener una sentencia que agradara al Régimen.

El poeta amigo siempre motivó y encorajinó a sus jóvenes lectores, enalteciendo con elegías poéticas la necesidad de derrocar al sistema facista que gobernaba el país. Su compromiso social, como el de tantos otros poetas, lo hacía bajar a la arena del circo de la vida, aunque su carácter lo redimía de aspavientos o de alardes heroicos. Su magisterio no necesitaba levitas, medallas o cruces. Su humanidad y sencillez exigidas por la honradez en el ejercicio de sus responsabilidades, derribo celadas y entuertos; o al menos, no participó de ellos o con quienes lo proponían; quiso ser libre y referente más que conveniente. Un encofrado es práctico, pero no hace cimientos. Su vida pública acabó con una denuncia, a modo de epitafio político, acerca de las "artes" usadas por sus coetáneos en la democracia, que domeñaba lobos hasta comer juntos.

Pedro sigue en el recuerdo. Alguien ha dicho sobre él que fue el "actor" de los oprimidos porque su personalidad desnudaba a los sátrapas de lo conveniente. En la penumbra de la memoria todo se desluce. Hoy lo recordamos y lo hacemos habitar entre nosotros ocupando su espacio, que no es otro que volverlo nuestro en el sentimiento, como él quería.

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