La Provincia - Diario de Las Palmas

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La penúltima palabra

Semióforos

Trinity College, en Irlanda.

“El lenguaje es una piel. Como si tuvieses palabras como dedos o dedos sobre la punta de mis palabras” Roland Barthes

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Algunos historiadores, sin explicitarlo jamás –Academia oblige- no solo no desdeñan la semiótica sino que la siguen con devoción. Caso paradigmático es el de Krzysztof Pomian que acuñó el neologismo semióforo incluyendo su historia, la historia de los semióforos, en la historia cultural. Definición de semióforo: un objeto visible investido de significación. Ejemplo: el libro es un semióforo; un objeto cultural visible que bien puede ser, además, una obra literaria. Ambos, libro y obra literaria poseen naturaleza ontológica diferente, visible uno, invisible la otra en íntima relación semiótica: el libro es un semióforo, está cargado de significación. En los escaparates modernos, pantallas de otro tipo, también los diferentes objetos que nos observan, pueden ser, en ese sentido, semióticamente relevantes.

Algunos semióforos remiten al futuro señalando, indicando, futuros comportamientos, desde las luces de señalización en las autopistas a los innumerables ideogramas que prescriben esto o aquello o que prohíben tanto. Ahora mismo, salta a la vista la mascarilla, nuevo semióforo contemporáneo, que tapa y muestra; que oculta y demuestra. Como la máscara, el maquillaje cancela el rostro como naturaleza para revelarlo como artificio, dispositivos funcionales ambos para la teatralización del yo (Magli). O los tatuajes, “blasones de nuestros días, escudos de armas familiares, lugares y fechas memorables o divisas, lemas, marcas que enuncian proyectos, declaran propósitos y voluntad de ser y de hacer” (Fabbri).

¿Y en el capitalismo de la vigilancia? Uno de sus actores principales es el dato, o más precisamente los datos, “materia prima necesaria para el nuevo proceso de fabricación del capitalismo de la vigilancia” (Zuboff).También ellos son objetos visibles que traducen millones de experiencias humanas y auguran comportamientos de consumo futuros. Dos plausibles destinos: o contribuyen a una cuantofrenia desbocada, enfermedad del Zeitgeist (espíritu de los tiempos) con el huero anhelo de una conservación total para un infinito patrimonio imposible o, como en el caso del libro y la obra literaria, son, o devienen, auténticos semióforos más allá de la naturaleza.

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