La ciudad inclusiva, donde todas las personas con sus múltiples diferencias, están en el centro de atención, ha sido el objeto del Urbanismo Feminista, aquél que integra la perspectiva de género en todas sus fases, criterios y elementos, lo que se traduce en una importante renovación de métodos e instrumentos de análisis y ordenación de la ciudad. Porque, al tener en cuenta el género, se da prioridad a las necesidades cotidianas, que afectan a todas las personas, especialmente a los grupos dependientes o más vulnerables, de cuyo cuidado, aún en la actualidad se han ocupado las mujeres.
La perspectiva de género es un método para analizar la realidad social en todas sus esferas, permitiendo apreciar situaciones de desigualdad, y asegurar que mujeres y hombres incluyan, participen y se beneficien por igual de todos los ámbitos de la política, la sociedad y la cultura. Dado el carácter invasivo del género, como construcción social y cultural, que está presente en cada uno de nuestros relatos, mitos, comportamientos, acuerdos y costumbres, es imprescindible abordar la superación de los sesgos derivados del mismo de forma transversal, esto es desde todos los aspectos y disciplinas, dentro de los que la construcción espacial constituye un ámbito de excepcional importancia.
Las ciudades, los espacios que construimos, están por tanto también impregnados de sexismo. Por tanto, la pregunta, que se pretende contestar, es la enunciada por Dolores Hayden, en su ya mítico artículo publicado en la revista de la Universidad de Chicago en 1980, “¿Cómo sería una ciudad no sexista?” dado que, como sigue la autora, “vivienda asequible y cómoda, trabajo digno y adecuado, apoyo al cuidado y a la dependencia o movilidad sostenible, son aspiraciones difícilmente combinables en el entorno urbano y suburbano contemporáneo”.
En España, es a partir de los años 90 cuando se inician los trabajos sobre urbanismo y género, con múltiples aportaciones iniciales, fundamentalmente desde el ámbito de la academia, que han ido fraguando un nuevo corpus disciplinar, que en la actualidad inicia su paso a la práctica urbanística.
Podríamos sintetizar en tres, los criterios generales de aplicación a la instrumentación urbanística al fin de avanzar en la consecución de la igualdad:
- Atender a la diversidad de la sociedad.
- Proponer modelos de ordenación que incluyan todas las esferas de la vida, con atención singular a la vida cotidiana.
- Y considerar el espacio público, como bien común esencial, que deberá ser suficiente, accesible, seguro y confortable.
Lo que se traduce en todas las fases de cada plan urbano, afectando a cada uno de sus elementos y sistemas:
- La Información: A partir de estadísticas desagregadas (por sexo, y también por edad, y condiciones de movilidad o dependencia) y en función de indicadores. Cuya expresión planimétrica deberá incluir los ámbitos de influencia.
- La Participación ciudadana efectiva, con mayor articulación de procesos y métodos, y de aplicación en todas las fases del proceso de elaboración y evaluación de cada plan.
- La ordenación que prioriza la mezcla de usos y el principio de proximidad.
- La movilidad, a partir del protagonismo del ámbito peatonal.
- Y la seguridad y calidad de los entornos cotidianos.
Es evidente que se trata de una transformación profunda tanto de la concepción de la ciudad, como de la instrumentación para su planificación y construcción, que además deberá consolidarse en paralelo a la concienciación general de la población. Por tanto, es el momento de avanzar, no sólo en la reglamentación (están en estudio las Normas Técnicas que fijen los criterios y condiciones de la Igualdad en el Planeamiento en Canarias), sino en acciones ejemplificadoras y de difusión y fomento de nuevas prácticas.
