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Amalgama

Hipocresía verde

Juan Ezequiel Morales

¡Ja ja ja! Excúsenme la risa. COP26, en Glasgow, es decir, Conference of the Parties, es la reunión de las Naciones Unidas que tiene lugar recurrentemente desde 1992, para tratar el Cambio Climático, y ha pasado, entre otros eventos, por el Protocolo de Kyoto y el Acuerdo de París. Casi treinta años han dado para dos cosas: a) que el tejido empresarial mundial se prepare para ganar mucho dinero con la transición energética, y b) que países como China, y otros protoimperios, adopten la estrategia de, cuando los cumplidores hayan destrozado todas sus infraestructuras actuales de combustibles de CO2, hayan eludido alternativas potentes como la energía nuclear, y estén entrando poco a poco en las deficitarias nuevas energías denominadas sostenibles, entonces ellos, los que no firmaron ese pacto castrante, dominen el mundo, aunque sea un mundo sucio.

La juerga de la COP es como una nueva religión del humano, una religión al revés, cuyo nuevo ídolo es el medioambiente en el que vive el humano. Lo bueno viene cuando llegan a Glasgow los nuevos hipócritas verdes. Jeff Bezos, de Amazon, acudió en su jet privado, el Gulfstream Aerospace G650ER, de 70 millones de euros; el propio presidente de la Cop26, Alok Sharma, visitó 30 países en siete meses con un recorrido contaminante equivalente a 350.000 kilómetros; el presidente Joe Biden, de EEUU, llegó con un séquito de cuatro aviones, además de con 26 vehículos más el suyo propio; Bill Gates llegó procedente de Turquía, donde celebró su 66 cumpleaños en el yate de lujo Lana, emisor de unas 7.000 toneladas de CO2 al año y que se alquila por 1,8 millones de euros una semana. Los mandatarios de Nigeria, Mauritania, Kuwait, Emiratos, Mónaco, y el príncipe Carlos de Inglaterra, llegaron todos en jets privados. Aterrizaron hasta 400 jets, según informa The Daily Mail, donde se dio el cálculo de que estos jets generan unas 13.000 toneladas del CO2, equivalente a las emisiones de 1.600 británicos en un año.

Un activista ambiental protesta ante una refinería. B. Stansall

El documental El Planeta de los Humanos, de Michael Moore y Jeff Gibbs, de 2020, fue un buen mazazo a la hipocresía verde, ese desagradable Pensamiento Único Ecologista. Moore y Gibbs generaron sospechas sobre la producción de vehículos eléctricos, placas fotovoltaicas y molinos eólicos, que no solo no evitan el uso de combustibles fósiles como el petróleo o el carbón, sino que empeoran la producción de CO2. Gibbs repasa cómo a la llegada de Obama surgen tres trillones de dólares para las políticas energéticas, con cien billones para las energías verdes, y entonces llega Richard Branson, el empresario británico creador del sello musical Virgin, junto a Al Gore, y se lanzan a cubrir dicho negocio con la lluvia de dinero público. Aparecen en el filme en un gracioso momento de postureo en el que alguien pregunta a Al Gore si es un profeta, «profet», de lo que Branson se carcajea y dice que al menos es un «profit», palabra inglesa que significa beneficio empresarial. Gibbs pone en un aprieto a los representantes de General Motors cuando enchufan el primer prototipo a la corriente y les pregunta de dónde procede esa energía. No saben contestarle, pero al final reconocen que un 95 por cien procede de centrales de carbón. Lo que hacen es tapar el ingente gasto energético con propaganda, para cumplir con los principios ecológicos de las Greenpeace y demás oenegés del coche eléctrico. Gibbs-Moore comienzan entonces a analizar los costos contaminantes de los parques eólicos y de placas solares construidos al albur de ese nuevo negocio, así como el origen de los biocombustibles o el hidrógeno, y siempre encuentran la base en una energía original que es la fósil.

Aplastante en el filme la aparición del investigador Ozzie Zehner, autor de Green Illusions: los grupos ecologistas siguen contando una historia diferente, que el 25 por cien de las minas de carbón están cerrándose, pero realmente se está reemplazando cada planta de carbón por dos plantas de gas natural y esta campaña sustitutiva ha superado con creces los despilfarros de energía fósil de los años setenta. Dice Zhener: «Sería mejor que simplemente se limitaran a quemar el combustible fósil en vez de fingir esta comedia». La producción de coches de Tesla, sigue Zhener, causa residuos radiactivos, se construyen con aluminio, lo que requiere ocho veces más energía que con el acero. Siliconas, polímeros, plata, cobalto, grafito, tierras raras, acero, níquel, azufre, cobre, cemento, litio, fósforo, galio, arsénico, indio, cadmio, petróleo... y cuando el resultado de todo este desastre depredatorio llega a la planta de ensamblaje de Tesla: disponemos del coche más moral que se haya fabricado nunca, el coche de la moral del pensamiento único ovejuno. Naomi Klein y todo el lobby ecologista protestaron y pidieron que se prohibiera este filme. Peligraban sus subvenciones y toda la economía parasitaria generada alrededor de la moralina de esa autodenominada izquierda, sin otros valores que los de seguir a líderes difusos que les toman el pelo a los habitantes terrestres.

Entre tanto, China, viendo que Occidente se da tiros en el pie, se plantea construir 150 nuevos reactores nucleares en 15 años, más que el resto del mundo en las últimas tres décadas. Doscientos gigavatios para abastecer 15 capitales como Pekín, más de la energía de toda Europa junta. A la vez, en Europa, y especialmente en España, se destruyen centrales hidroeléctricas para inutilizarlas en pro de evitar la huella de CO2 al mundo, mientras vientos lentos y escasas precipitaciones han roto el stock energético a la baja, haciendo necesarios más carbón y gas natural, y amenazando la convivencia con blockouts en todo el viejo continente.

El colofón de esta gigantesca farsa puede ser el espectáculo de octubre de 2019, en una reunión con votantes de su distrito de Nueva York, cuando la diputada demócrata, del partido de Biden Alexandra Ocasio-Cortez estaba en ello y surgió del público una asistente que, imbuida plenamente en el peligro del cambio climático empezaba a gemir y balbucear: «¡Tenemos que empezar a comer bebés! ¡No tenemos tiempo! ¡Tenemos que empezar a deshacernos de los bebés, necesitamos comernos a los bebés!», siendo que, a mitad de su discurso, se quitó la chaqueta y se leía claramente en la camisa que llevaba esa asistente: «Salva el planeta, cómete a los niños».

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