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Reina de un cabaret del XXII

La artista venezolana Arca abruma con la edición de cuatro álbumes simultáneos en los que despliega un imaginario electrónico ensoñador

Arca en una imagen promocional.

La hemos visto crecer, Sónar mediante, arqueando nuestras cejas ante la extensión de su telaraña de seducciones, en la que se han ido enganchando creadores como Björk, FKA Twiggs, Antony, Kanye West, Frank Ocean, Future o Rosalía. Con todos ha compartido producciones, mezclas y beats Arca, una figura que acaso cayó del cielo con la misión de trastocar la noción de artista pop. Desde su naturaleza andrógina y su estética delirante hasta ese lenguaje musical de otro mundo, mezcla de tribalismo y ensueño, de sensualidad y vandalismo digital.

Y en estas llega su nuevo álbum, que, en realidad, consiste en cuatro volúmenes, dando continuidad al laureado kick i lanzado el año pasado. Al segundo, tercero y cuarto kick se ha sumado un quinto, por sorpresa, ayer mismo, con lo cual hablamos de más de dos horas de música. Entrega abrumadora por su cantidad y su poder inmersivo: te hace sentir en una selva galáctica abriéndote paso a machetazos, en un entorno entre mágico y salvaje, fundiendo las soluciones de vanguardia con vestigios, troceados o machacados, de ritmos populares. Y de todo ello salen canciones, con sus líneas melódicas insinuadas (a veces), y ocasionales estribillos excéntricos, sin llegar a perder de vista la dimensión pop (sobre todo en kick ii). Reguetón cubista

Pese al exceso de exhibicionismo, se asienta la noción de un creadora dotada de una extraña sensibilidad

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Estos nuevos capítulos te transportan a otra realidad desde la voz procesada que abre Doña. Autorretrato con violencia pugilística, donde la artista venezolana no binaria Alejandra (antes Alejandro) Ghersi Rodríguez procede a presentarse: «La Doña Arca se reboza / en su cama / Frota su fe / con desenfado». De ahí, a la cadencia de Prada, que proclama la simpatía tropical, como luego las expeditivas Rakata y Tiro, llevando patrones de reguetón o cumbia a un estadio abstracto, de fiesta venusiana.

La clave latina, ya sugerida en aquel kick i, tiene ahora más presencia, si bien Arca puede deslizarse hacia planos más oníricos y ambientales, ceder protagonismo a las armonías vocales (Sia en Born yesterday) o fagocitar el ciberpunk (con Shirley Manson, de Garbage, en Alien inside). Hay poco margen para el descanso de los sentidos, y la voz atrae los focos: distorsionada o esbozando imposibles garabatos, del autotune al trabalenguas infinito. Los ambientes se hacen más etéreos en kick iiii y cierto minimalismo fantasmal planea sobre kick iiiii, donde Arca cuela a otro fichaje vip, Ryuichi Sakamoto, entre las sombras de Sanctuary.

Esta orgía editorial tiene su parte de exceso y de exhibicionismo arty, pero, a medida que uno va digiriéndola, se asienta una noción de Arca como creadora dotada de una extraña sensibilidad. Diva de un cabaret pixelado, con coraje y artes de hechicera, capaz de emocionar, intrigar o sacudir con una música imprevisible, libre de pautas.

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