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Música

Petrenko y el desafío de Shostakovich a Stalin

Clima de entusiasmo en la conclusión de una de las mejores ediciones del Festival Internacional de Música de Canarias

Petrenko y el desafío de Shostakovich a Stalin

Petrenko y el desafío de Shostakovich a Stalin. Concluyó en clima de entusiasmo una de las mejores ediciones del Festival canario, no solo por la abundancia de grandes nombres sino, principalmente,  la frecuencia de versiones óptimas. Gracias sean dadas a Juan Márquez, viceconsejero de Cultura del gobierno autonómico, y a Jorge Perdigón, director y programador del evento. También a las instituciones financiadoras, sponsors y colaboradores. A Tilman Kuttenkeuler, director general del ente público Auditorio y Teatro, que garantizó la plena funcionalidad de ambos espacios respetando las  condiciones sanitarias, Y, sobre todo, gracias al público canario y extranjero por volver en masa y llenar los aforos permitidos. Un público que puede competir con los mejores en el silencio absoluto, sin toses en pleno invierno  y clamoroso en las ovaciones merecidas. En suma, un pleno de madurez y entrega.

Una prestigiosa orquesta rusa, la veterana Sinfónica Estatal que tras el final de la URSS tomó el nombre de Evgeny Svetlanovmemorable maestro que hemos admirado en pasadas ediciones del Festival canario, ha vuelto con su actual titular, Vasily Petrenko, uno de los jóvenes batutas más mimados en Europa y América. Resultó impresionante en la Novena Sinfonía de Shostakovich, para mí el más grande compositor ruso de todos los tiempos. Nació la obra de una consigna del partido comunista, muy insatisfecho con las sesgadas alusiones a Stalin en obras precedentes, cuando la consigna era glorificarlo como “vencedor principal” de la segunda guerra mundial. Shostakovich repudió una vez más el ukase apologético, e hizo lo contrario.

El primer allegro es burlesco y circense, una escritura muy ágil que manda a paseo a los títeres encargantes. Los cuatro movimientos que le siguen describen, además de un prodigio del arte orquestal más personal y rupturista, la justificación de la rebeldía de un genio frente a la corrupción de un tirano y su régimen. No era la primera vez que Shostakovich lo hacía, pero en este caso, en lugar de repetir la autocita  con las notas equivalentes a sus iniciales, desplegó una joya del sarcasmo. Su armamento es un soberbio lenguaje para evocar la crueldad y la desdicha, la grandeza del sentimiento acosada por las mezquinas consignas, la exigencia de libertad y, muy especialmente, la manera de decirlo movilizando la conciencia oyente sin caricaturas descriptivas. Personalmente, pienso que es la mejor de las quince sinfonías de Shostakovich. Petrenko estuvo soberbio en todo: desde lo mastodóntico hasta lo lo más intimista. Una respuesta orquestal, impresionante.

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El concierto había empezado con otro compositor ruso, Rachmaninov, extraterrado que no sufrió el estalinismo ni hizo gran cosa por la libertad de su pueblo, pero artista de talla indiscutible. Su segundo Concierto para piano y orquesta es un lugar común para todos los pianistas rusos y no rusos. Al piano se sentaba esta vez una joven solista con mucho encanto personal, ganadora del codiciado Premio Tchaikowski y sobrada de atractivo virtuoso. No fue idóneo el ensamblaje con la orquesta en tiempos e intensidades, pero cuando se dejaba oir daba muestra de un talento que puede llevarla muy lejos. Y ello a pesar de su apellido imposible, pues se trata de Anastasia Makjamendrikova (si no omito ninguna letra).

Antes de comenzar el concierto escuchamos por megafonía un mensaje de Sokolov agradeciendo al público su afecto ante la indisposición de la víspera y su sentimiento por no haber podido despedirse como merecemos. Un caballero.

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