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Peri Rossi, ‘estado de exilio’

El libro que publica la Premio Cervantes en 2003 guarda para ella

un gran valor testimonial alrededor de su marcha a Barcelona y París

La escritora Cristina Peri Rossi. La Provincia

«Perdemos lo que ganamos / y lo ganado / se perdió en el vuelo», escribió Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941) en Estado de exilio (Visor), un libro que guarda para ella un gran valor testimonial, por cuanto fue el primero que escribió en los arduos arranques de su exilio barcelonés y parisino, cuando acababa de alcanzar la treintena, hace ahora 50 años, y que no publicaría hasta 2003.

En la emotiva y reveladora introducción, la escritora uruguaya subraya el valor «arqueológico» que le merecen esos versos, para su condición de viajera que huye y pasajera en tránsito, y de una vida peripatética, haciendo honor a su apellido. En su día, no se atrevió a publicarlo, pues «un extraño pudor me lo impidió», ya que «nunca es fácil llorar en las calles de las ciudades adoptivas; y no quería contribuir al dolor colectivo, ni al desgarramiento solitario», señalaba Peri Rossi, que a causa de una convalecencia no pudo estar presente el pasado viernes 22 de abrilen la ceremonia de recepción del Premio Cervantes, haciéndolo en su nombre la actriz Cecilia Roth.

Con Estado de exilio, obtuvo el premio internacional Unicaja de Poesía Rafael Alberti, en 2002, en coincidencia con el centenario del nacimiento del poeta gaditano, lo que le produjo –confesaba- una rara sensación. Además de por la pertinencia del tema del exilio, por la extraña paradoja, casi fantasmagórica, de que, en distintos tiempos, ambos autores se intercambiaran sus países de nacimiento y de exilio, huyendo de las respectivas opresiones.

La autora hace de la identidad entre literatura, amor erótico y autoanálisis la única redención y terapia posible

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Aquella edición se completaba con la inclusión del controvertido y vigoroso poema Correspondencia(s) con Ana María Moix, que hasta entonces se había publicado únicamente en un libro colectivo, donde Peri Rossi enfrenta de un modo horadante y torrencial las obsesiones del exilio. Este sólo puede ser redimido mientras «no se ha perdido el impulso libidinal», reconocía.

Como si se tratara de las estaciones de un suburbano que, tras varios trasbordos, termina por emerger, su periplo poético, intensificado en aquel volumen, podría ajustarse, explicaba, al recorrido «dolor-castración-integración-amor a la ciudad adoptiva». Era su balbuciente cartografía de recién trasterrada, donde tanteaba lo que, mucho después, ha sido su propio robustecimiento personal como escritora, que hace de la identidad entre literatura, amor erótico y autoanálisis la única redención-terapia posible para el estado de exilio permanente. «Mientras se escribe un libro, se está amando o se analiza una, se atisba la felicidad, o al menos, eso que llaman la realización personal», declaró.

En algunos de los poemas, como Barcelona, 1976, sentía la necesidad de subrayar el fastidio de lo obvio: «El exilio es gastarnos nuestras últimas / cuatro pesetas en un billete de metro para ir / a una entrevista por un empleo que después / no nos darán». La poeta se diagnostica a sí misma, con proclamar: «Tengo un dolor aquí, / del lado de la patria»; y, acto seguido, se automedica, homeopática, con la agridulce certidumbre de que «Sólo la soledad es igual a sí misma».

«Mientras se escribe un libro, se está amando o se analiza una, se atisba la felicidad o la autorrealización»

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En aquel ajuste de cuentas con su propio exilio, reconoce que «Partir es siempre / partirse en dos», y proclama su único remedio casero al posible alcance: «Nuestra venganza es el amor». También define el exilio como un «río ciego»; y subraya que quienes en él una vez se sumergen, en realidad «Se exilian de todas las ciudades / de todos los países / y aman las imágenes de los barcos».

En el billete de un único trayecto de todos los exiliados, se hacen, entonces, recurrentes la autoculpa por el mero sobrevivir, y el tema de la imposibilidad del regreso: «No hay retorno: / el espacio cambia / el tiempo vuela / todo gira en el círculo infinito / del sinsentido atroz»; o bien: «Su regreso sería el viaje hacia las fuentes / la contraodisea / en naves apocalípticas./ Dirían que es como si los años no hubieran pasado nunca». El balance final del permanente exilio es, pues, el mencionado vacío: «Perdemos lo que ganamos / y lo ganado / se perdió en el vuelo».

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