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Literatura

‘Mañana en la batalla piensa mí’

El tema en torno al que giran las andanzas de Víctor Francés, protagonista

de la novela de Javier Marías menos reconocida por la crítica, es el engaño

‘Mañana en la batalla piensa mí’

Imagen ustedes que después de un ritual de cortejo, de citas y llamadas, consiguen un encuentro erótico con otra persona. Cenaran en la casa de esa persona, tendrán que esperar a que el hijo pequeño se acueste y cuando empiecen los preliminares, la persona en cuestión se muere en sus brazos. ¿Qué harán? La persona está casada y un viaje del cónyuge se ha aprovechado para concertar el encuentro. Ustedes están solos en la cama, junto a la muerta, y en la habitación de al lado duerme un niño, el hijo de la finada, que no alcanza los cinco años.

¿Se irán, dejando que el vástago descubra a su madre muerta por la mañana? ¿Llamaran al marido o a algún familiar de los cónyuges con lo que el adulterio quedará al descubierto y ustedes en una incómoda posición? ¿Acudirán a los servicios de emergencia y entonces cómo justificaran su presencia en la casa? Con este hecho y estas preguntas arranca la increíble Mañana en la batalla piensa en mí, novela no tan reconocida por la crítica como Corazón tan blanco o Negra Espalda del tiempo. Y quizás deberíamos detenernos y pensar el por qué la crítica y las reseñas se limitan la mayor parte de las veces, salvo alguna excepción como la de J. I. Parra, a pasar de puntillas al lado de ella y prefieren centrarse en la más sencilla moralmente (el secreto) Corazón tan blanco o la más complicada textualmente, autentico palimpsesto y escrito autorreferencial de Marías, Negra Espalda del tiempo.

Se me ocurre porque mientras en la referida Corazón… o en las que vendrán después de Negra Espalda…, los temas van desde el peso del secreto, peso que comienza desde que emprendemos su búsqueda, hasta la delación, la traición, o el amor. Temas que son moralmente más rectilíneos.

Dividen el mundo entre el delatado, el traicionado, el enamorado, el antes y el después del secreto; y los delatores y los traidores y los enamorados. Las cosas así suelen estar más claras y la prosa subyugante, arrebatadora de Marías ayuda a que nos dejemos llevar hasta entender la traición o la delación como actos reprobables que muy difícilmente nosotros mismos cometeríamos. Lo que no deja de ser un autoengaño. Nadie está seguro de que los otros, un amigo, un amante, un conocido, un colega de trabajo, no crean, no tengan la percepción, subjetiva si se quiere, de que nosotros los hemos delatado o traicionado en algo en lo que no hemos reparado nunca y que si alguna vez nos salta a la cara nos sorprende.

Y es que el tema en torno al que giran las andanzas de Víctor Francés, guionista de televisión y escritor negro de discursos para autoridades, es el engaño. El engaño cotidiano con el que se sobrevive, aquel que nos salva de la cruel sinceridad. El enamorado engaña diciendo que su amada tiene labios de coral y dientes de marfil. Engaño inconsciente, no deliberado si se quiere, pero engaño al fin y al cabo para conseguir el objeto amado. Víctor Francés quiere saber qué pasó con el cadáver de la amante, quién lo encontró, qué se hizo de él, como recibió la noticia el marido, si permaneció algún rastro de su presencia en la casa de la muerta, si debe protegerse y, sobre todo, que pasó con el niño, si encontró el cadáver, desayunó, fue al colegio, quién lo cuida y protege para que el recuerdo de la madre permanezca incólume, sin sombra de adulterio, que al fin y al cabo es otro tipo de engaño.

Francés vive en el engaño y del engaño, pues escribir los discursos para otro, una autoridad, es también una forma de engaño. Los que escuchen el discurso engañados sin saberlo pues atribuirán al lector de ese texto las ideas y expresiones que no son de él, sino del «negro», del escritor fantasma. Engaño del que se atribuye la autoría que puede llegar a exigir la publicación de extractos o del texto entero de un discurso que termina asumiendo como propio. Y engaño del autor que al fin y al cabo está vendiendo su alma al diablo y no lo asume y se alza por encima de los demás, despreciándolos a veces y otras manipulándolos, engañándolos para saber lo que quiere, que pasó en la casa de la muerta.

Y eso del engaño es tema menos rectilíneo y con demasiados matices para que construyamos en su negación nuestra propia honestidad. El engaño es no solo un arma para conseguir algo, es también un recurso de supervivencia. La sinceridad absoluta convertiría nuestro mundo en un infierno similar al de Sartre o Camus.

El engaño es parte de nuestro sistema, engaña el comerciante al cliente, halagando las virtudes de lo que vende, que nunca son tantas como proclama, engaña el empresario arañando horas y tiempo de trabajo, engañan los que se aman, engaña el asegurado a la compañía de seguros y engañamos cuando decimos es la primera vez que me pasa, no lo entiendo. E incluso miles de veces engañamos inconscientemente, convencidos de que decimos la verdad. Y este asunto es más desagradable o más peliagudo que manejar que la traición o la delación. Por eso el título de la obra es tan contundente: Mañana, en la batalla, piensa en mí… verso del Ricardo III de Shakespeare que continúa: …y caiga tu espada sin filo, desespera y muere.

Vivir el engaño es fácil y es nuestra condición natural, aunque al final la verdad puede que nos alcance y caiga nuestra espada sin fila y desesperemos. Y estas verdades, que otro dirá que son del barquero, no suelen gustarnos. La sinceridad de esta novela molesta. Por eso la tenemos como una de nuestras preferidas, esas novelas a las que siempre volvemos porque siempre encontramos algo nuevo en ellas más allá de la anécdota y porque siempre nos reconocemos en una frase o una descripción y nos decimos: es verdad, yo hubiese hecho lo mismo o pensado, o yo he hecho lo mismo y lo he pensado.

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