Este es un libro contra el odio. El profesor Nicolás Guerra describe de forma pormenorizada cómo el odio a la ciencia y a la libertad provocaron que el catedrático de Historia Natural y Fisiología e Higiene del Instituto de Segunda Enseñanza Pérez Galdós en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria sea perseguido y expulsado de su cátedra el año 1937. Quién perpetra el crimen es la Comisión Depuradora C, la encargada de limpiar los institutos e segunda enseñanza, las escuelas de formación de profesores, etc.

La Universidad correspondía a la Comisión A, las Escuelas de Arquitectura e ingeniería a la B y las escuelas de primaria a la D. El nombre de los criminales se conoce: Manuel Socorro Pérez, sacerdote, catedrático de Latín en el mismo centro que su víctima, José Azofra del Campo, sacerdote, Sebastián de la Nuez (que no tiene nada que ver con el catedrático universitario), falangista, Guillermo Perdomo, capitán mutilado, Antonio García López, gobernador civil y presidente de la Comisión.

No fue Pérez Casanova el único perseguido por esta cuadrilla de facinerosos. José E. Agostini, catedrático de Matemáticas, Demófilo Mederos, auxiliar, Eduardo Nicol, catedrático, José Chacón, catedrático, Juan Millares Carló, catedrático y el también catedrático Agustín Espinosa, autor de Crimen. Estos solo en el Instituto Pérez Galdós. La acción represora de la Comisión impulsada por el cura Socorro, alcanzó a todos los centros de su competencia en la provincia de Las Palmas. Un odio que anida en el cura catedrático de latín contra sus compañeros de claustro.

Las acusaciones y por tanto las condenas de pérdida de la condición de catedrático, suspensión temporal, inhabilitación, etc. se sustentan en el darwinismo de los profesores de Ciencias, en sus ideas «disolventes o antiespañolas», su pertenencia a los partidos democráticos y republicanos. Socorro persigue a los librepensadores, a los científicos, a los demócratas, con saña y se opone a cualquier revisión de sus condenas depuradoras. Ni siquiera, cuando andando el tiempo, su compinche represor Azofra testifique a favor de Pérez Casanova cuando este pide la revisión de su caso, ni ante los informes favorables para su víctima de algunas autoridades de Falange, policía y guardia civil, cejará en su persecución al catedrático de fisiología.

Apoyándose en la siniestra Asociación Católica de Padres de Familia (ACPF), una central inquisitorial de chivatazos, llega a afirmar que la vuelta de Pérez Casanova «…seria en daño de la enseñanza, cuya orientación es estos años ha sido netamente católica y de las más sana tradición española».

De nada valen las firmas de cincuenta y cinco personalidades a favor de Pérez Casanova. Firmas entre las que hay numerosos militares y hombres del régimen que entienden que el catedrático es un magnífico profesor para sus hijos y que desde 1934 no tenía ninguna vinculación con el partido socialista (por el que había sido concejal dos años antes) ni con las organizaciones del Frente Popular.

Socorro no hace caso. Sigue insistiendo, con escritos y cartas al ministerio, para que no se levante la suspensión e inhabilitación a su compañero de claustro. Un odio irracional podría decirse pero que, creemos, se basa en la defensa de las teorías darwinistas que Gonzalo Pérez explicaba en sus clases. Para el siniestro cura es una cuestión fundamental.

El darwinismo ataca la irracionalidad de la creación defendida por la iglesia católica. Cualquier defensor de esas ideas debe ser perseguido y aniquilado. Y a ello se aplica el catedrático de latín, nombrado durante la guerra director del instituto, acogiéndose a la opinión de la ACPF: «…ni siquiera pueden existir móviles de caridad cristiana a fin de evitar que dicho Profesor siga suspenso». El no tendrá ninguna caridad. Su corazón viaja por las oscuras selvas de lo irracional y ante eso no nos queda otra que musitar «el horror, el horror».

Pues eso persigue el nacionalcatolicismo de las Comisiones Depuradoras, reinar por el terror y el miedo, arrinconando a la ciencia y a cualquiera que se atreva a dudar o cuestionar la pureza del imperio franquista. Imperio interior, sobre los derrotados en la guerra y sobre el pueblo general.

El bien documentado libro de Guerra Aguiar nos va describiendo esos horrores. No solo los del biografiado Pérez Casanova, sino el de otros muchos represaliados isleños. Y para contextualizar la persecución eclesiástica contra él, resume con prosa atinada el caso del Doctor Chil y su enfrentamiento a fines del XIX con el obispado canario. Esa misma inquina episcopal hacia Chil y Naranjo en la que mueve a Socorro en su labor denunciadora. Inquina más peligrosa pues sucede en una época de desaparecidos y sangre derramada por los franquistas. Es la descripción del odio a la libertad de pensamiento y la ciencia.

Ahora que los obispos aprovechan las fiestas populares para expresar su opinión y en los que mediante la excusa de la «libertad de enseñanza» se quiere subvencionar la educación religiosa, el libro del profesor Guerra cobra actualidad. Nos recuerda nuestro pasado inmediato y lo que supondría la vuelta a esos tiempos. El retroceso que significaría para toda la sociedad que una institución privada pretenda regular la vida de todos y no sólo la de sus seguidores. Hoy nos escandalizamos cuando los talibán destruyen estatuas llamándolas ídolos, no hace mucho tiempo los curas como Socorro y su iglesia lo hacían por nuestros lares.

Lean el libro del profesor Nicolás Guerra y entenderán porque en España no era necesario que actuara el Congreso por la Libertad y la Cultura de la CIA. Con gentes como Socorro y su nacional catolicismo no era necesario.