Literatura

La resistencia de los aborígenes canarios

La novela de Cirilo Leal nos habla de los cien años que se tardó en conquistar el Archipiélago y de las luchas por la libertad

Portada de la novela de Cirilo Leal.

Portada de la novela de Cirilo Leal. / LP/DLP

Javier Doreste

Javier Doreste

Constituye este volumen dos partes claramente diferenciadas. La primera, con prólogo del catedrático Antonio Tejera Gaspar, es resumen de la conquista de cada isla y de la presencia de «alzados» en ellas. Siete trabajos, uno por isla, de diferente calidad, pero interesantes por su condición de resumen de lo que podemos llamar la heptaconquista del archipiélago. La segunda parte es una novela de amplio aliento poético en la que Cirilo Leal transmite con éxito, su convencimiento de que el espíritu de los alzados, los aborígenes que resistieron y o no aceptaron la conquista, pervive entre nosotros.

Poco hay que decir de la novela. Creando un ambiente mágico, como si de una ensoñación se tratara, Leal nos habla de los cien años que se tardó en conquistar el archipiélago, de las luchas por la libertad y de resistencia de los antiguos aborígenes. No es novela histórica propiamente dicha, sino, repetimos, una síntesis novelada de la conquista y de los sufrimientos que trajo para los isleños.

En cuanto a la primera parte, los siete trabajos históricos, no voy a poner en duda ninguna de las aseveraciones de los autores. Sí diré que me parece un error que el orden de los trabajos sea estrictamente geográfico. Se empieza con Lanzarote y se termina con El Hierro sin respetar el orden cronológico de la conquista de las islas. Eso genera confusión, pues aparecen bimbaches acompañando a los conquistadores en la expedición definitiva a La Palma, y todavía no se nos ha hablado de El Hierro.

Lo normal hubiese sido contar de entrada la dominación de las islas de señorío y después las de realengo, como ocurrió en la realidad. Eso, además de evitar las confusiones, hubiese dotado al libro de credibilidad y, sobre todo, coherencia, mayores. Si se quiere hacer un libro de historia, lo mínimo es respetar la cronología.

Tampoco voy a extenderme sobre el hecho que de los siete autores sólo uno sea mujer. Supongo que la estructura de las investigaciones en nuestras islas no ha cambiado. Lo mismo respecto a la presencia de mujeres en el texto. Excepto alguna referencia a las sacerdotisas Tibiabin y Tamonanta, una alzada en Tenerife y al valor en el combate de las palmeras, no se habla prácticamente de las mujeres. La historia que se nos cuenta está protagonizada por reyes y héroes aborígenes, que obedecen a la misma descripción: altos, fuertes, valerosos, leales, amantes de su tierra y la libertad. No hubo, al parecer, guanches feos, bajos, débiles o simplemente de apariencia física normal. Tampoco se puede pedir más en los breves resúmenes que se nos ofrecen, puede argumentarse, pero así y todo, es triste, en el siglo XXI que la historiografía canaria siga repitiendo los esquemas del patriarcado, escondiendo e invisibilizando a la mujer y ofreciendo una decimonónica imagen de los reyes aborígenes como si fueran titanes. Parece que se quiere contribuir a la construcción de la canariedad más desde el mito que de la realidad.

Esta imagen de la noble lucha por la libertad de unos pueblos nobles se ve enturbiada constantemente por la realidad histórica. Los aborígenes de una isla, una vez cristianizados o convertidos en bando de paz, aceptada la conquista de su tierra, parten con alegría a la conquista de las otras islas. Fuerteventura es invadida por un ejército de normandos reforzados por aborígenes lanzaroteños. 80 gomeros refuerzan la torre de Agaete para proteger la retaguardia de los españoles. Señalar de paso que en el artículo dedicado a Gran Canaria se dice que lo hacen como castigo a su rebelión.

Eso me genera dudas. Si estaban forzados a defender la torre por sus amos, lo natural es que hubiesen cambiado de bando y entregado la torre a los canarios, pues el enemigo era el mismo. Sin embargo, en el artículo dedicado a La Gomera se dice que son ochenta hombres de pelea fieles a Peraza, el nuevo esposo de Beatriz de Bobadilla. En las acciones contra Tenerife es decisiva la participación de Fernando de Guanarteme, que aporta mil hombres de pelea a las huestes de Fernández de Lugo.

También hay gentes de todas las islas, incluidos bimbaches, gomeros y canarios en la conquista de la Palma. Y en muchas de las acciones contra los alzados, intervienen canarios asimilados, algunos de ellos ennoblecidos por los castellanos. Los antiguos reyes, una vez aceptada la conquista, participan, con su autoridad como reyes ante sus súbditos, en las negociaciones de paz o en acciones de guerra contra los alzados. Unas veces para preservar la vida de los rebeldes y otras para afirmarse como miembros de la nueva clase dirigente. Los de arriba, una vez acabadas las guerras de conquista, terminan por juntarse contra los de abajo. La sociedad de cada isla estaba dividida en dos clases. La dirigente termina asimilándose a los españoles, buscando mantener sus privilegios. Obtienen tierras y ganados. Participan en el reparto de las islas. Y si intervienen para salvar las vidas de los irredentos queda la duda si lo que pretenden es salvar a súbditos para que sigan a su servicio.

Así parece que no existía una conciencia de pueblo que unificada a toda la sociedad de una isla frente a los invasores. La fractura de clase, una vez reconocida la derrota militar, es decir, la incapacidad de la clase dirigente para derrotar a los españoles, se restablece. Los alzados, son en su mayoría los de abajo, los vendibles como esclavos, hombres y mujeres.

Pero además no existe una identidad archipielágica, cosa natural al desconocer los aborígenes las artes de la navegación. La isla de enfrente se ve como nueva tierra a poseer de la mano de los españoles. Los aborígenes se prestan a participar en acciones de conquista en otras islas, habitadas por gente que no se les debía diferenciar mucho, ni en costumbres ni en religión. Sin embargo, esta semejanza no es obstáculo para que sean vistos como los Otros, los que pueden ser conquistados y esclavizados, cuyas tierras pueden serles arrebatadas. Sobre esta doble traición se construye la sociedad moderna de las islas.

Sabemos que es un anacronismo histórico llamarla traición. No podían traicionar los nobles a un pueblo que consideraban inferior, sobre el que se tenía derecho de pernada, que tenía prohibido portar armas y estaba obligado a llevar el pelo y las barbas cortas para diferenciarse de la clase dirigente. La traición solo se da entre iguales. No se traiciona al inferior. Lo mismo puede decirse sobre la participación en la conquista de otras islas. No conocían a los pueblos de esas islas. Por muy parecidos que fueran sus hábitos y costumbres, no dejaban de ser gente extraña, de otra tierra, hablando posiblemente una lengua, o un dialecto, distinto, al que el aislamiento haría de difícil entendimiento para los foráneos. Pero el hecho está ahí. Los canarios ignoraban a las otras islas. Y los conquistadores supieron aprovechar esa ignorancia para extender su dominación. La historia de los enfrentamientos entre islas ha continuado hasta hoy. Los de arriba han manipulado esos enfrentamientos en función de sus intereses.

Ahora, cuando se habla de canariedad, deberíamos reflexionar si esa canariedad seguirá las pautas del enfrentamiento insular manipulado o, sin olvidar nuestro pasado, decidimos construir una identidad canaria basada más en lo que nos une, que en lo que nos diferencia. Nos une la defensa del territorio, de nuestra habla, de los derechos sociales, de las personas frente a las cosas. Para ello, la lectura de este libro puede ayudarnos a reflexionar, más allá de los mitos y la nostalgia, para no repetir los errores del pasado.

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