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La mirada de Terence Davies y las heridas de Europa

El cineasta británico protagoniza una retrospectiva íntegra que presentará en el Festival de Cine

La mirada de Terence Davies y las heridas  de Europa

La mirada de Terence Davies y las heridas de Europa / Nora Navarro

Nora Navarro

Nora Navarro

Las películas de Terence Davies se expresan como los cuadros de un museo, como una lenta revelación de los claroscuros y misterios que confiesa o vela el lienzo, al igual que sucede en los paisajes impresionistas de Camille Corot, las mujeres de Vermeer o las soledades de Hopper. Pero esas mismas imágenes se leen también como un poema, desde el centro de la herida, porque la mirada del cineasta de Liverpool florece en la raíz de sus recuerdos, pero su vuelo sigue siempre una trayectoria literaria. Su misma filmografía, que integran nueve largometrajes y tres cortos, puede ordenarse como planos o páginas de su historia narrada bajo otros nombres.

«Pocos cineastas contemporáneos profesan tal devoción por la literatura sin que su cine sea literal», escribe Violeta Kovacsics

El 22º Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, que sube el telón el próximo 14 de abril, reúne los trozos del espejo que conforman sus películas en una retrospectiva íntegra de los 12 títulos de Terence Davies, que se proyectarán en una sesión especial con la presencia del propio cineasta. Y es que la impronta autoral y artística de su cine rima con la línea de programación de la muestra capitalina, en consonancia con aquella reflexión que esgrimió el cineasta francés Olivier Assayas (otro asiduo del festival grancanario) sobre la mítica conversación entre Hitchcock y Truffaut que cambió la historia del cine. «El encuentro entre ambos directores se produce en un momento en que el cine tomó conciencia de sí mismo, cuando Truffaut afirma: el cine es un arte y nosotros somos artistas».

La mirada de Terence Davies y las heridas  de Europa

‘Voces distantes’ (1988) / Nora Navarro

El cine de Davies es arte y es memoria, porque sus planos y encuadres casi pictóricos dibujan los mapas del espacio y el tiempo a distintas escalas de lo que somos. «El recuerdo se entreteje desde lo individual a lo colectivo, desde las heridas del alma hasta las de la historia de la Europa del siglo XX», escribe la crítica de cine y profesora Violeta Kovacsics en el catálogo del festival. Por su parte, Luis Miranda, director del certamen, destacó durante la presentación de este ciclo especial «su elegancia formal y narrativa», con «un aliento clásico, lírico y muy personal que apenas tiene parangón en el cine contemporáneo».

Una inmersión en el universo daviesiano admite múltiples itinerarios de lectura: sus mares pueden surcarse en orden cronológico, o bien puede trazarse una rayuela uniendo las casillas de sus adaptaciones literarias, o aplicando cualquier otro criterio, o bien puede leerse como un palíndromo, que comienza y acaba en el reflejo de sí mismo.

La mirada de Terence Davies y las heridas  de Europa

‘A sunset song’ (2015) / Nora Navarro

Nacido en 1945 en el Liverpool de la posguerra que retrata en Voces distantes (Distant Voices, Still Lives, 1988), su debut en el largometraje inauguró una búsqueda artística que vuelve siempre a sus cicatrices. La represión y resistencia que encarnan sus personajes, la asfixia de las convenciones sociales, religiosas y familiares, y el poder de sus efectos castrantes, el deseo de la libertad y la redención, y a veces, la renuncia a las pasiones. Sobre todo, de las mujeres, pero también de un siglo y un continente contenido.

Antes de su citada ópera prima autobiográfica, el cineasta británico compiló sus obsesiones en The Terence Davies Trilogy (1984), que componen sus tres cortometrajes Children (1976), Madonna and child (1980) y Death and transfiguration (1983), donde explora, a través de su alter ego Robert Tucker, los conflictos de una infancia marcada por la violencia de su padre, así como de su homosexualidad en el contexto puritano de la moral católica, y la alargada sombra de la culpa.

Filmada en riguroso blanco y negro, después de la trilogía llegó el color, casi como un cuerpo más de sus películas-cuadro, que manifiestan estados de ánimos a través de sus rizos y penumbras, luces y contraluces, transiciones y artificios. También abrió el cielo a una primera lluvia de premios en Cannes, Locarno, Valladolid.

La mirada de Terence Davies y las heridas  de Europa

‘Historia de una pasión’ (2016) / Nora Navarro

Cuenta Davies que el cine europeo educó su mirada, con Bergman, Tarkovsky, Erice (este último homenajeado también en esta edición del festival grancanario), siendo Cantando bajo la lluvia su película iniciática, si bien la literatura inspira las líneas y entrelíneas de su poética visual.

Tras un nuevo ejercicio de autoficción titulado El largo día acaba (1992), sus películas nacen de novelas de John Kennedy Toole (La biblia de neón, 1995), Edith Wharton (La casa de la alegría, 2000), Terence Rattigan (The deep blue sea, 2011) y Lewis Grassic Gibbon (Sunset song, 2015), toda vez que recrean a través de secuencias de llamas, silencios y fantasmas las vidas de Emily Dickinson (Historia de una pasión, 2016) y Siegfried Sassoon (Benediction, 2021). «No es extraño que tanto Sassoon como Dickinson fueran poetas», apunta Kovacsics. «Pocos cineastas contemporáneos profesan tal devoción por la literatura sin que su cine sea literal». Además, su continuo homenaje al séptimo arte, teñido por su sentido plástico y lírico, también baila con sus propias canciones como si fueran otro personaje, desde piezas de música clásica a canciones de Nat King Cole, Peggy Lee o Doris Day.

Así, cada nueva película de Terence Davies evoca el cine más puro, o acaso el más impuro, hibridando en sus historias cotidianas distintas formas de belleza, siempre desde una perspectiva contemplativa, como si su director esperase encontrarse a sí mismo caminando a través de los campos de trigo de Van Gogh o entre las ruinas de un mundo que ya no existe.