El Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria sube el telón como lugar de resistencia

La 22ª muestra capitalina arranca con un acto en el espacio Miller que reivindicó la urgencia de apostar por las salas de cine tras el anuncio del cierre de El Muelle

En un movimiento de travelling alrededor de la primera jornada del 22º Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, la cámara registra en un primer plano el arranque de las primeras proyecciones de Canarias Cinema, el apartado de las películas canarias a concurso; así como de las perlas cinematográficas de las secciones paralelas, como Panorama o Déjà Vu, con el público cinéfilo peregrinando hacia las puertas de Cinesa El Muelle.

La cámara también inmortaliza, en un plano medio, la alineación de los cineastas e intérpretes más destacados del cine español, desde Alejandro Amenábar a Carla Simón o Paco León y Anna Castillo, relatando ayer sus experiencias sobre el oficio cinematográfico en el marco de esta tierra que estos días respira cine. Y en un plano general, la imagen de Ana Torrent, la eterna Ana de El espíritu de la colmena, que protagoniza la imagen de esta edición en homenaje a la película de Erice que inauguró el cine como arte hace 50 años. 

Fernando León de Aranoa, El Gran Wyoming, Álex de la Iglesia, Alejandro Amenábar y Carlos Simón.

Fernando León de Aranoa, El Gran Wyoming, Álex de la Iglesia, Alejandro Amenábar y Carlos Simón.

Cae la noche y la cámara llega hasta el espacio Miller. Plano general: Anna y Ana salen al escenario. Una es una actriz emergente que presenta un festival de cine en Canarias, y la otra es el personaje que cambió la percepción del cine a partir de ver El Doctor Frankestein en un pequeño pueblo castellano en la posguerra. «Este festival es sobre la vocación», declaró Anna Castillo, presentadora del acto inaugural del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, en el que se reivindicó, en un primerísimo plano, la necesidad de apostar por las salas de cine que cierran sin vuelta atrás, como subrayó Luis Miranda, director del certamen.

«Esta programación responde a la vocación por el cine y, ante todo, creemos en este séptimo arte que sigue vivo», subrayó Miranda. «¿Qué sucederá el resto del año? Tendremos bastante poco. Esta es una ciudad muy grande y su Festival también lo es, así que meremos que su público pueda disfrutar del cine y estar al día sobre la producción», cerró con el aplauso unánime del público, sobre todo, después del anuncio del cierre de las salas del Centro Comercial El Muelle, sede del certamen durante los últimos años. 

La naturalidad de la Castillo conquistó el acto de apertura de la cita que, con más de 120 películas, desde ayer hasta el 23 de abril ofrecerá en las secciones oficiales y paralelas, además del MECAS (Mercado del Cine Casi Hecho) y las Jornadas del Oficio Cinematográfico, una ocasión única para descubrir nuevos imaginarios y lenguajes, y miradas, como El espíritu de la colmena. 

La naturalidad de Anna Castillo conquistó el acto de apertura de la gran cita del cine de autor

Como manifestó Castillo: «No es nada fácil hacer cine y como lo hace Víctor Erice es un milagro». El autor, que estrenará pronto su cuarta película en Cannes, ha influido en el discurso autoral tanto del siglo pasado como este y, por ello, tendrá varios ciclos dedicados, como Ecos de un espíritu. Pero también ostenta un hueco propio la impronta del director Terence Davies, gran ausente de esta edición al cancelar su visita, pero protagonista de una retrospectiva íntegra de su filmografía. El cineasta no dudó en mandar un vídeo desde el otro lado del Atlántico y recordar sereno que, además de estar entre las filas llenas, «mis películas son una necesidad, las hago con el corazón y espero que lo reciban con el suyo».

Tras sus palabras, la sala se fundió a negro y la película Cœur fidèle (Jean Epstein, 1923), obra maestra de la vanguardia francesa, encendió la gran pantalla del Miller para poner el broche a la velada, con la música en directo del bandoneonista argentino Santiago Cimadevilla, junto al Ensamble Camera Obscura. 

De pronto, el espacio se transformó en una añorada sala de cine e inauguró un vuelo a través del tiempo, en concreto, un siglo atrás, cuando el cine mudo arropaba su belleza con melodías en vivo y la película de Epstein, entonces incomprendida, escribía su nombre en las páginas de la historia del cine donde hoy se miran los cineastas y festivales del futuro.