Arte

Arte ritual hasta los huesos

La artista Cristina Déniz exhibe vestigios de la naturaleza como reliquias en la exposición ‘Sacer. Rituales, sacrificios y ofrendas’

‘El jardín del edén’ (2018-2019), formada por 20 piezas.

‘El jardín del edén’ (2018-2019), formada por 20 piezas. / LP/DLP

Nora Navarro

Nora Navarro

«Sacer describe a una cosa o persona ofrecida a las divinidades y, por tanto, consagrada a ellas», según el Oxford Latin Dictionary. Friedich Georg Jünger destaca la dualidad y oposición en su significado: «A través de esta asociación con la pureza ritual, sacer podíasignificar ‘sagrado, intocable, inviolable’». 

La segunda vida que imprime Cristina Déniz a los vestigios de la naturaleza que se cruzan en sus viajes y senderos, como historias rotas de un paisaje que redescubre en el marco del museo, entraña un ritual de belleza que cala hasta los huesos.

Y es que son precisamente restos óseos de cráneos, vértebras o tibias, pero también caparazones, conchas o cuernos de animales, las trizas de memoria inerte que la artista recolecta para exhibir el peso de su olvido, misterio y simbolismo como obras de arte.

Su propio proceso creativo acontece como un ritual, que comienza en el paseo y el acopio; atraviesa las etapas de investigación, conservación y desarrollo; y culmina con la exposición de sus piezas como altares.

«Cada hueso tiene su propio registro y perteneció a una vida que cuenta una historia inseparable de su paisaje», revela Cristina Déniz, que titula este proyecto expositivo Sacer. Rituales, sacrificios y ofrendas, y cuyo primer concepto, Sacer, remite «a un elemento ofrecido y consagrado a las divinidades», según recoge el Oxford Latin Dictionary.

‘Sagrada vértebra de todos los huesos rotos’ (2018-2021), formada por unas 500 piezas.  | | LP

‘Sagrada vértebra de todos los huesos rotos’ (2018-2021), formada por unas 500 piezas. | | LP / Nora Navarro

A partir de este principio, Déniz construye un «gabinete de maravillas» donde expone sus naturalezas muertas e intervenidas bajo formas artísticas como «reliquias», que presenta mediante la estética de lo sagrado. Pero este nuevo horizonte de restos y huellas de otro tiempo también busca interpelar y remover los huesos de nuestra desidia con respecto al ecosistema que nos circunda.

«La intención con Sacer también es hacer reflexionar al espectador sobre la relación que tenemos con los animales y la naturaleza, porque pienso que nuestro ritmo de vida nos hace estar muy desconectados de nuestro entorno y de la incidencia que tenemos en él», apunta la artista.

Barrancos llenos

Cuenta Déniz que los huesos llegaron antes que la mirada. Su primer hallazgo se concretó en una vértebra de cabra, semienterrada entre ramas secas. «Me obsesionó la perfección de su forma y su acabado casi de porcelana, también la similitud con una vértebra humana y con la de los mamíferos en general», relata.

«A partir de ahí, empecé a darme cuenta de que los barrancos estaban llenos de huesos y a recopilar los que más me llamaban la atención», continúa. «De cada caminata venía cargada de huesos y cada uno me aportaba información de su contexto y de la vida que le tocó vivir a ese animal. Fue entonces cuando decidí qué hacer con ellos».

Detalle de ‘Sagrada vértebra’. | | LP/DLP

Detalle de ‘Sagrada vértebra’. | | LP/DLP / Nora Navarro

Así inauguró el nuevo viaje de una miscelánea de huesos que, pulidos por el paso del tiempo, el agua y el viento, la artista somete a un tratamiento artístico casi científico, uno a uno, cuya metodología sigue la orientación de especialistas en restauración para conservar incólumes su color, brillo y textura; y luego pergeñar su sacralización como monumentos de arte contra, en palabras del escritor Héctor Abad Faciolince, «el olvido que seremos».

En esta línea, como la poética de las matrioskas, cada pieza de Sacer es resultado de un camino ritualístico hasta su localización exacta en el espacio vacío. El recorrido por la muestra, estructurada como un templo sagrado, está presidida por la joya de la corona, Sagrada vértebra de todos los huesos rotos (2018-2021), compuesta por alrededor de 500 huesos rotos de animales que, jalonada por dos piezas de latón y pintura dorada, conforman una gran vértebra humana a modo de «sagrado corazón».

«También fue un ritual la parte de la composición de cada pieza», afirma la artista. «Sobre todo, en el caso de Sagrada vértebra de todos los huesos rotos, donde pegué los huesos uno por uno buscando su lugar adecuado, donde cada fragmento encontraba su espacio hasta crear lo que podría parecer un retablo contemporáneo».

En los caminos de esta imaginería también desfilan las piezas Pasión (2019), que evoca una corona de espinas a partir de cuernos de cabra como «símbolo ornamental impuesto», erigido en alegoría del sacrificio involuntario; o El jardín del Edén (2018-2019), que emula un paraíso imaginado de materias y resto de animales, en muchos casos, pertenecientes a especies protegidas, moldeados en conjunto por las olas del tiempo que erosiona los tejidos.

«De alguna manera, me he apropiado de esa estética de lo sagrado para tratar temas como la sobreexplotación de los animales y los recursos medioambientales», apunta Déniz. «Muchos de los huesos, desgraciadamente, pertenecen a especies protegidas, que he encontrado en espacios naturales, principalmente, en las Islas».

En un juego de polisemia, ironía o sinonimia, las obras Trofeos, Santuario, Transfiguración o Dulce mortaja completan este relato artístico que despliega sus líneas en la sombra de la pérdida de nuestra biodiversidad. Sin embargo, la resignificación de los huesos en el contexto del museo reviste este mapa sagrado de fragmentos de lo que somos, lo que muere y lo que permanece de nuevos sentidos y preguntas. O como reza el poema de Alejandra Pizarnik, «en un amado espacio de revelaciones», donde los huesos renacen como palabras, preguntas, memoria.