Música
Triunfo de la luz en el ‘Réquiem’
Fabio García
Cuando supe que la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria (OFGC) inauguraría su nueva temporada interpretando el Réquiem de Verdi justo en la fecha en que se celebra el Día Internacional de la Paz, me quedé un poco perplejo, ¿se trata de una manera simbólica de señalar que debido a los numerosos conflictos que se están librando a lo largo del planeta, debemos celebrar una misa de difuntos por la paz?
Me gustaría pensar que no ha sido una elección simbólica, porque si algo posee este Réquiem es precisamente eso, simbolismo, al tratarse de una composición que algunos han considerado una ópera con túnicas eclesiásticas o justo lo contrario, una obra religiosa de dudoso traje musical.
Por lo tanto, cualquier interpretación de este Réquiem requiere un profundo conocimiento no sólo de este tipo de composiciones, sino del resto de la obra su autor, para no caer en el error, bastante extendido, de interpretarla demasiado operísticamente y eso es lo que ha conseguido evitar Karel Mark Chichon, al cual no le falta experiencia en estas lides, pues dirigió esta misma obra hace cuatro años en la 35º edición del Festival Internacional de Música de Canarias.
No en vano, este Réquiem en realidad constituye un oratorio compuesto por un agnóstico compungido tras la muerte de su buen amigo Alessandro Manzoni hace 150 años, y aunque esté basada en la misa de difuntos de la liturgia romana, supone una reflexión humanista acerca del destino del alma, un lamento ante el final de esta vida en vez de una declaración de fe en la otra.
De este modo pudimos disfrutar de la misa de difuntos menos religiosa y más humana que se ha compuesto jamás, en la cual el alma del difunto establece una relación dinámica con su creador, convirtiéndose en protagonista de la acción dramática y no en un mero sujeto pasivo de la misma, de ahí la multitud de contrastes entre los fortes y los pianos para reflejar las tensiones entre las sombras de la muerte y la esperanza luminosa de la vida eterna.
El espectacular cuarteto de solistas formado por la soprano Krassimira Stoyanova, la mezzo Olesya Petrova, el tenor Dmytro Popov y el bajo Rihards Macanovskis interpretó convincentemente la dramática rebeldía del hombre ante la muerte y la esperanza de un hipotético más allá.
A destacar, las pavorosas y apocalípticas explosiones del Dies Irae –dotadas de tanto dramatismo que parecía que había llegado el día del juicio final descrito en el poema homónimo de Tomás Celano–, el generoso centro y grave de la mezzo en el Recordare y en cuanto a las actuaciones de los instrumentos solistas el solo de trompeta del Tuba mirum.
En definitiva, esta nueva temporada no ha podido comenzar de mejor forma, pues este Réquiem permite el lucimiento de la orquesta y el coro bajo una batuta bien conocedora del repertorio operístico y sinfónico del que este obra es una perfecta síntesis.
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