Literatura

Los universos inabarcables de Alexis Ravelo

Una ruta por distintas ubicaciones de Las Palmas de Gran Canaria homenajea al escritor de novela negra

La Isleta, Ripoche, Pedro Infinito, el Cuasquías y la plaza de Santa Ana fueron las paradas elegidas

Recorrido literario Las calles de Ravelo, paseando por Pedro Infinito

José Carlos Guerra

Martina Andrés

Martina Andrés

A Alexis Ravelo nunca se le termina de despedir: su nombre y el de sus personajes se cuelan en conversaciones desenfadadas entre cervezas, en encuentros literarios como el que este fin de semana se celebra en Arucas, en las calles de la capital grancanaria por las que caminaron él y sus historias.

Anoche, sus libros se pasearon por los recovecos de la ciudad. Lo hicieron entre las manos de sus admiradores y amigos, de aquellos y aquellas que se rieron y aprendieron con él y con su literatura. Así daba comienzo la ruta literaria Las calles de Ravelo, organizada por la Red de Bibliotecas de Las Palmas de Gran Canaria y diseñada por Ángeles Jurado.

«El recorrido no es exhaustivo ni completo, porque no hay forma de abarcar en una ruta todos los universos Ravelo», indicó la periodista y escritora al inicio del encuentro junto a la Biblioteca Pepe Dámaso en La Isleta. «Si fuera una ruta más purista podría tocar esa calle Murga, que es la de Eladio Monroy y del Casablanca. Si fuera una ruta más personal, podría arrancar en Plaza España, donde conocí a Alexis cuando era un camarero curioso, con coleta y gafas, que servía copas y pensaba en literatura».

Ravelo, que siempre tenía la intención de «poetizar el paisaje» (tal y como le contó a la periodista Nora Navarro para este periódico hace ya diez años), hizo de la ciudad y la Isla el centro de sus historias, creando leyendas en torno a sus lugares que los participantes de esta ruta literaria fueron despertando con sus pasos y sus voces.

Como el propio escritor dijo, era en esta ciudad donde sabía escribir, aunque mantenía con ella una relación de amor-odio que lo llevaba a cabrearse por el tráfico o porque no le dejaran fumar en la playa pero, a su vez, a nunca plantearse ni concebir la partida. «Mi escritura es indisoluble de mi residencia aquí, aunque algunos libros los ambiente fuera. No sé vivir ni quiero vivir en otro lado».

Las palabras de Alexis sonaban a través de la boca de Claudia Rodríguez Cubas, de la Red de Bibliotecas, a la que le siguió el bibliotecario Ariel Brito leyendo un fragmento de La estrategia del pequinés. El grupo de amigos y lectores avanzó entonces hacia el paseo de Las Canteras, donde un nervioso Alejandro Melián, lector y alumno de Ravelo, leyó un fragmento de La última tumba. «Alexis me encantó como profe de escritura y me sorprendió como persona», recordaba.

«Yo me crié en una ciudad portuaria, con influencias de muchos sitios, con el mar imponiendo el ritmo y mirando al horizonte». Ángeles Jurado recordó estas palabras de Alexis y como el escritor no soportaba las neuras y achaques de Las Palmas de Gran Canaria. Y añadió, haciendo alusión al lugar en el que se encontraban: «Este paseo que pisamos y que ahora parece mutar en una revoltura de nómadas digitales, turistas, gente bien y Erasmus con hechuras de modelo fue, en otros tiempos, peligroso. Y eso le gustaba a Alexis, que prefiería una ciudad más sucia, alocada, desordenada, menos aburguesada».

Después de pasar por Ripoche y recordar como Ravelo siempre estaba «del lado del Dudú» y del lado de «los más vulnerables», la siguiente parada llevó al grupo a Schamann, a la calle Pedro Infinito, donde Jurado se remontó años atrás para contar como al escritor grancanario «lo nacieron y lo crecieron los bloques del Patronato Francisco Franco en Escaleritas» y que vivió en Don Pío Coronado, «en una paralela a Pedro Infinito donde convivió con quien él definiía como 'hermano de letras y vinos'. Antonio Becerra». En esta parada, algunos de los presentes, como el periodista Juan García Luján, volvieron a aprovechar para leer fragmentos de la obra de Ravelo y contar anécdotas compartidas. «Con Alexis me unió, además de conocernos en el Cuasquías, las copas y la literatura, el ser de barrio y la radio», reflexionaba García Luján.

La ruta, como no podía ser de otra forma, terminó en el Cuasquías, con una rápida parada en la Plaza de Santa Ana. «Alexis hablaba de la plaza Santa Ana, como un sitio con una mezcla curiosa de lo sagrado y lo profano, lo viejo y lo nuevo, lo pobre y lo rico. Consideraba que cuando venía gente de visita, había que llevarlos aquí y sacarse una foto con uno de los perros», contaba Jurado. Así , con una foto grupal junto a los animales que dan nombre a la Isla que vio crecer y escribir a Alexis, terminaba Las calles de Ravelo. Y, mientras tanto, entre los libros y las calles de la ciudad, la despedida eterna continúa.