Literatura

Eichmann y el Holocausto

Hannah Arendt asisitó al juicio de uno de los principales ejecutores de la Solución Final, que se creía inocente, y publicó su visión en ‘La banalidad del mal’

Eichmann y el Holocausto

Eichmann y el Holocausto / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

En 1942, dos partisanos checos, entrenados por los británicos, lograron ejecutar a Reinhard Heydrich, jerarca nazi, Protector de Bohemia y Moravia designado por Hitler, y principal convocante de la conferencia de Wansee, aquella en la que se decidió el impulso definitivo a la limpieza de judíos en la Europa controlada por los nazis: la solución final. Las represalias nazis se desencadenaron rápidamente. En toda Checoslovaquia fueron ejecutadas 1.300 personas.

El pequeño pueblo de Lidice fue, junto al de Lezaky, elegido como ejemplo de escarmiento. En el primero fueron ejecutados 192 hombres, 60 mujeres y 88 niños. Dos años después, el 1 de agosto de 1944, temerosos los aliados de que las tropas soviéticas entraran en Varsovia, dieron la orden al Armia Krajowa, el ejército clandestino apoyado por los británicos, para que se rebelaran ante el avance del ejército Rojo.

No voy a entrar en la polémica de si la decisión fue oportuna o no, si los rusos detuvieron su avance a propósito ni si, después de la terrible Operación Bragation, que supuso la derrota definitiva de los nazis en el Frente oriental, las tropas soviéticas estaban cansadas y necesitaban reavituallarse. Lo cierto es que la suicida decisión del Armia Krajowa supuso que sus 50.000 combatientes, hombres mujeres y niños, se enfrentaran en condiciones de inferioridad con el ejército alemán. La sublevación se saldó con la destrucción del 85% de los edificios de la capital polaca y la muerte de 250.000 civiles. De los casi 400.000 polacos que vivían en Varsovia, judíos incluidos, además de los muertos, 90.000 fueron destinados a las fábricas de la Alemania nazi y 60.000 enviados a los campos de la muerte. Varsovia fue vaciada, limpiada de polacos.

La llamada Solución Final costó la vida aproximadamente a seis millones de judíos a los que hay que añadir gitanos y otras etnias de las que se habla menos, así como de los quince millones de ciudadanos soviéticos, civiles o prisioneros de guerra, que murieron directamente a manos de los nazis. En Gaza, a raíz del condenable ataque terrorista de Hamás, han muerto ya más de diez mil civiles, cinco mil de ellos niños, y las cifras siguen subiendo.

Al igual que los nazis en Lidice, Orarour sur Mer y Varsovia, y tantos otros lugares, el gobierno israelí ha culpabilizado a toda la población palestina, sean o no miembros activos de Hamás. Lo que se lleva a cabo en Gaza es lo mismo que en Varsovia, la aniquilación y destrucción de un pueblo entero y sus ciudades con el pretexto de represalia contra unos guerrilleros que no dejan de ser minoritarios frente al total de la población castigada.

Los máximos dirigentes nazis y muchos de sus secuaces, artífices de la Solución Final y otras barbaridades, fueron juzgados después de la guerra. Uno de los principales ejecutores de esos crímenes contra la humanidad fue Adolf Eichmann, que logró escapar a Argentina al hundirse el régimen nazi. Localizado por los israelíes, fue secuestrado por el Mossad y llevado a Jerusalén para ser juzgado. Hannah Arendt asistió a su juicio y publicó su visión del mismo en el libro La banalidad del mal, del que más adelante realizó el resumen que hoy comentamos. Es un libro demoledor. Adolf Eichmann se siente y está convencido de que es inocente. No hizo otra cosa que cumplir órdenes y desde su punto de vista era más humanitario el sistema de las cámaras de gas de los campos de concentración que la actuación de los grupos de ejecutores que recorrían la retaguardia alemana eliminando con un tiro en la nuca a tantos comisarios políticos y judíos que atrapaban.

En realidad, Eichmann, como la mayoría de los alemanes del momento, no se reconoce como nazi y antisemita. Si se incorpora a las SS es porque es la única manera de hacer carrera en la burocracia germana. Y cuando asciende en la jerarquía y asume nuevas tareas es más por su eficiencia como organizador que por su ideología.

Está inmerso en la maquinaria asesina porque inconscientemente ya ha incorporado a su pensamiento los tres cánones que se han insertado en el imaginario popular: los alemanes, como arios, son un pueblo elegido; los alemanes son víctimas de las maquinaciones y corrupción de los judíos; los judíos no son personas, son infrahumanos.

Los mismos que explica Gedeón Levy que tienen interiorizados los israelíes actuales respecto a los palestinos. Sin embargo, Eichmann, como sus compatriotas, niega ser antisemita o nazi. Su participación en la mencionada conferencia de Wansee se debe a sus méritos como organizador. No tenía en el momento el grado para participar en ella. Es llamado porque como responsable de la Oficina Judía de Viena, instalada inmediatamente después de la invasión de Austria, ha cumplido fielmente con la orden de limpiar el país de judíos.

Para ello ha tenido la astucia de organizar con el Consejo Judío de Austria y el de Viena, la «evacuación», eufemismo para hablar de expulsión; un procedimiento que consigue que los judíos austriacos abandonen el país. Los dos Consejos, órganos tradicionales judíos que se encargan de los asuntos de la comunidad, colaboran activamente y con plena dedicación con Adolf.

Incluso la policía judía, encargada de mantener el orden dentro de la comunidad, persigue y detiene a aquellos judíos que se niegan a ser «evacuados», para entregarlos a las autoridades nazis. Es más, recaudan dinero en el exterior, pues las leyes nazis despojaban a los judíos de toda propiedad. El Consejo Judío consigue el dinero y lo presta a sus conciudadanos, con interés, para que puedan pagar las tasas que imponen los nazis y costearse el viaje. Solo los que pueden acceder a esta fuente de financiación emigran con ciertas garantías. El sistema de Eichmann tiene tal éxito que es copiado por los nazis en otras zonas de Europa.

Eichmann se entrega con todas sus fuerzas a su nueva tarea. Organizar el sistema de transporte ferroviario de los judíos a los guetos de Lodz, Varsovia y los campos de exterminio; de manera eficaz, sin desaprovechar ningún vagón y sin interferir con las necesidades militares de la nación. Conocedor del destino de sus trenes niega cualquier responsabilidad o que contribuyera eficazmente en la ejecución del crimen. Vuelve a repetir que, desde su punto de vista, era más humanitaria la muerte de millones en las cámaras de gas que la de unos miles por tiro en la nuca. Además de ser más eficaz, por supuesto.

Este libro de Arendt nos hace reflexionar sobre el mal, las decisiones burocráticas y la crueldad de todos aquellos que niegan las características de humanidad a sus adversarios. Cobra especial actualidad cuando, en nombre del progreso, la civilización y la democracia, se ha destruido a Libia como estado soberano, invadido y masacrado a Irak y Afganistán, utilizando la excusa de que nosotros, los occidentales, somos los auténticos portadores y ejecutores de los valores de la democracia y la libertad.

Occidente ha invadido como pueblo elegido por la democracia, como víctima del terrorismo islámico y porque sus adversarios son casi infrahumanos. La actuación de Israel en la franja de Gaza es similar a la que costó la destrucción de Lidice y Varsovia y tantos otros lugares. La misma actuación se cerró con la muerte de seis millones de judíos. El desprecio y deshumanización del otro son similares. Volvamos a Arendt para recordar, al menos un momento, que el mal, incompresible si se quiere, puede y debe ser derrotado. Como Israel debe abandonar sus prácticas criminales con el pueblo palestino y Marruecos con el Sáhara.