Literatura | Aniversario de la muerte del gran escritor grancanario

Un año sin Alexis Ravelo

Este martes 30 de enero se cumple un año del fallecimiento del escritor grancanario, quien sobrevive en la memoria de tantas personas que le leyeron y, sobre todo, le quisieron

Alexis Ravelo.

Alexis Ravelo. / Fernando Montecruz

Nora Navarro

Nora Navarro

Como le sucedió a Carlos Ascanio, protagonista letraherido de La otra vida de Ned Blackbird, cuando alquiló aquel viejo apartamento en Los Álamos, «sobre las nueve comenzó a colarse a través del tabique una música familiar». «Pero no se trataba de música, sino de un traqueteo rítmico, percutido, estridente, aunque ahogado, en el cual, periódicamente, se colaba una campanilla: era, sorprendentemente, el repiqueteo inconfundible de una máquina de escribir», describe el capítulo 4. Entonces, atraídos por los compases de letras escritas en otro tiempo, los personajes de Alexis Ravelo comenzaron a salir uno a uno de sus novelas, pero cuando Eladio Monroy, Tito El Palmera, Adrián Miranda, Agustín Santos, el citado Carlos Ascanio y toda la tropa raveliana pisaron las calles de Las Palmas de Gran Canaria, tan bien dibujadas en las páginas que habitaban, lo primero que encontraron fue su ausencia.

«A media mañana, como casi siempre, los yonquis tuvieron que levantarse porque Casimiro abrió las puertas del bar Casablanca. Eladio Monroy entró, como casi siempre, a las 12. Pidió un cortado y se sentó a leer el periódico en una de las dos mesas de chapa galvanizada». Así lo relata la primera página de Tres funerales para Eladio Monroy y así lo hizo su personaje cumbre este martes 30 de enero de 2024, pero lo que leyó en las páginas del diario en esa fecha, en letras negras sobre su rostro recreado bajo el arte de Montecruz, le heló la sangre: un año sin Alexis Ravelo.

Solo por las recetas de cocina

A pocos escapa que Eladio Monroy no es policía ni detective, ni siquiera un periodista. Pensionista de la marina, complementa su mísero sueldo con encargos bajo cuerda. Así que lanzó la primera propuesta al grupo: ir a buscarle a donde nacen las historias. Y así, la tropa raveliana enfiló las Torres Bajas, en concreto, la Academia Unibelia, donde se idean y anudan las tramas de quienes un día podrían ser sus vecinos de estantería.

En la puerta del centro, les saluda una mujer que se presenta como Carmen Nieto. «Me suena mucho», reflexiona Gabrielo, ese «tío con una bolsa en la cabeza» en su novela homónima. En muchas casas, los libros de Carmen están junto a los de Alexis, e incluso, la primera novela de Carmen, 9 corto, luce el prólogo de Alexis, su profesor durante seis años.

«Me gustaba llegar un poco antes de la hora», rememora Carmen. «Alexis siempre estaba fuera, apoyado en la barandilla, fumándose un cigarro. Yo aprovechaba ese ratito para hablar con él de libros, de escritores y de novelerías que le surgían en sus viajes de promoción pero, al final, siempre terminábamos hablando de comida y de recetas de cocina». Después de debutar con 9 corto, Carmen continuó yendo a sus talleres de escritura. «¿Qué haces otra vez aquí? Ya tú has publicado una novela», le soltó Alexis. «Yo le dije que todavía me quedaba mucho por aprender y él me contestó: ¡Vaya cruz tengo yo contigo, por eso tu marido me quiere tanto! Venga, quédate, pero solo por las recetas de cocina», cuenta la escritora. «La coletilla de ‘solo por las recetas de cocina’ se quedó como una broma interna. Yo le decía a él que iba al taller de escritura solo por las recetas de cocina. Creo que puedo decir que fuimos amigos. Pero para mí fue, sobre todo, un maestro. Fue un lujo aprender de él».

El escritor Alexis Ravelo.

El escritor Alexis Ravelo. / Andrés Cruz

El vagón del silencio

La luz se derrama sobre los barrios altos, que en la capital grancanaria son los barrios bajos, como escribía Alexis, y la conversación con Carmen Nieto abrió el apetito de sus personajes. Entonces, Júnior, uno de los individuos de la caterva de La estrategia del pequinés, propuso ir a la chocolatería enclavada junto al Obelisco, donde suele ir a desayunar con su hija desde que se divorció de su madre al comienzo del libro. Y sucedió que, al bordear el campus de Humanidades de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), todos se sobresaltaron. «¡Hostia, ese que anda por ahí es José Luis Correa! ¿Nos hacemos los locos?». Adrián Miranda, protagonista de La última tumba, que cumplió condena durante 20 años por un crimen que no cometió y ahora está en libertad condicional , suspiró: «Bueno, al menos no va con Ricardo Blanco».

Al verlos, Correa los reconoce enseguida y se acerca: «Acaban de poner la misma cara que puso el profesor Peñate», señala, con una sonrisa. ¿Qué dice este? «Recuerdo un viaje que Alexis y yo hicimos de Gran Canaria a Friburgo (Suiza) invitados por el profesor Peñate, catedrático de literatura de la universidad de allí. Íbamos a un encuentro de novela negra de un grupo de doctorandos que habían leído algunas de nuestras obras», relata el autor.

«Fue una odisea que duró un día entero, vía Madrid y Ginebra. La última etapa la hicimos en tren y no paramos de hablar y reírnos de todo. La gente nos miraba con cierto reproche, pero pensábamos que tendría que ver con el carácter suizo de reloj de cuco. Cuando bajamos del tren en la estación de Friburgo, nos llevamos dos sorpresas: la primera, saber que habíamos viajado en el vagón del silencio, algo que para nosotros -meros usuarios de guaguas- era desconocido. La segunda nos llegó de la cara de susto del profesor Peñate, que nos esperaba en la estación. Cuando nos vio llegar, se relajó, sonrió y dio un largo suspiro. Nos dijo que llevaba una hora comiéndose las uñas: ‘yo los metí juntos en un avión a Madrid, en otro a Ginebra, en un tren a Friburgo, y pensé ¿y si estos tipos no se pueden ni ver? ¿Y si se odian?’. Por supuesto, se equivocaba. Ravelo y yo nos podíamos ver, nos hablábamos, nos admirábamos y nos queríamos para aguantar aquel y mil viajes más».

Mordiéndole la manzana

La prostituta Cora, tan bien construida en los giros de La estrategia del pequinés que le valió el Premio Lee Misterio 2013 al Mejor Personaje Femenino, observa que, detrás de Correa, bordeando las mesas de la Plazoleta del Yeray, se abre camino la escritora Ángeles Jurado con rumbo a Casa África, donde Alexis impartió numerosos talleres literarios. Cora se acerca a hablar con ella con el brillo de las novelas que, además, cumplen una década del galardón más prestigioso de su género: el Premio Dashiell Hammett. Pero Ángeles conoció al Alexis Ravelo anterior a Alexis Ravelo, «cuando estábamos más flacos y jóvenes, pero él ya era él, con su cráneo limpio, sus gafas, su barbita, su estilo y una camisa roja por fuera», rememora.

«Recuerdo a Alexis en el patio de Casa África, en un taller de narración, en 2009», continúa Ángeles. «Era una actividad para celebrar el Día del Libro y la organizamos con un árbol de la palabras cargado de cintas con mensajes, que montamos entre moringa y palmera con Bonai. A Alexis le acompañaba otra narradora, Zoubida Boughana, y él se trajo una manzana y un caballete con lienzos de papel para explicarnos cómo contar una historia, de dónde sacar la chispa. Lo llevó airosamente, muy profesional, hasta que un chiquillo de las primeras filas, Eduardo, un poco desinquieto, le quitó la manzana cuando estaba distraído, y se metió en mitad de la historia, discutiéndole los giros y hasta mordiéndole la manzana. Él, con su enorme naturalidad y alegría, fue llevándolo a su terreno, evitando el boicot con elegancia y concluyendo entre risas un taller en el que no se daban las circunstancias ni el público idóneos. Para mí, que le veía por primera vez, fue una lección de aplomo, de saber hacer, de humanidad, de humor y de literatura. No tendría que haberme perdido ninguno».

El barrio y el pollo de Alexis

Para horadar las raíces de Alexis hay que trepar los barrios, encardinados irónicamente en la «ciudad alta», donde anidan los pasos de sus antihéroes y su rabia de clase. Como hiciera el escritor grancanario en sus novelas, el poeta Pedro Flores cristalizó el hambre, las cebollas, el aliento helado y el óxido del tiempo en su poemario El don de la pobreza, Premio Flor de Jara de Poesía. En el año 2016, Alexis le dedicó el texto Envidiar a Pedro Flores: «Ambos procedíamos de familias humildes, nos habíamos criado en barrios humildes de Canarias durante el tardofranquismo y la transición, y habíamos encontrado en la literatura una forma de huir de nuestras realidades para poder comprenderlas mejor. Y ambos debíamos, también, abrirnos paso entre quienes partían desde mejores posiciones socioeconómicas si queríamos que se oyeran nuestras voces», recoge el texto.

Pedro Flores: «Yo no sabía que en los años 50 del pasado siglo ya urdía el destino que nuestras vidas se cruzarían»

«Pero yo no sabía que en los años 50 del pasado siglo ya urdía el destino que mi vida y la vida de Alexis Ravelo se cruzarían», relata Pedro. «Mi abuela fue abandonada por su marido, se quedó con cinco hijos y nada material que ofrecerles, como pudo les buscó acomodo temporal donde les dieran lo que ella no podía. A la menor de sus hijas, mi madre, la dejó en casa de la abuela de Alexis, la madre de su madre, que tenía un taller de costura en la misma vivienda, allí se crío con la madre de Alexis, juntas aprendieron a coser y fueron hermanas. Muchos años más tarde mi madre nos llevaba a mi hermano y a mi a visitar a su amiga del alma, teníamos siete, ocho, años. Muchas veces fuimos a esa casa, en el barrio de Schamann. Alexis tenía un pollito, jugábamos con él los tres niños. Mi hermano y yo nunca tuvimos una mascota, urdíamos en secreto un plan para secuestrar el pollito de Alexis, pero nunca lo llevamos a cabo. Luego murió la madre de Alexis, nos perdimos el rastro», revela Pedro.

«Muchos años más tarde, me encontré con un chico llamado Alexis Ravelo, enamorado de la literatura, sobre todo, de los relatos de Cortázar y Monterroso, de Borges y de Rulfo. Nos reconocimos, nos reencontramos. Aquel pollito había muerto hacía mucho tiempo, fuimos amigos. Pero la muerte también urdía un plan para llevárselo a él, seguro envidiaba su alegría, su pasión».

«Es que era un tío bellísimo», añade Fernando Montecruz, quien ilustró gratuitamente las primeras portadas de sus novelas, editadas por Jorge Liria, durante su etapa en el Cuasquías, «cuando no teníamos dónde caernos muertos». «Recuerdo perfectamente aquella llamada cuando me dijo: lo dejo toda para dedicarme a escribir. Le dije que yo haría lo mismo para dedicarme a ilustrar. Además, Alexis había conocido a Thalía, su pareja, una mujer brillante. Y empezó su camino hacia la felicidad».

Los abrazos de Alexis

El día va muriendo despacio, como el trasiego en las arterias de Las Palmas de Gran Canaria, «una ciudad que va muriendo y, a la vez, trata de sobrevivir, como mis personajes», escribió Alexis.

Y en su rumbo al centro capitalino, Tito El Palmera y su mente soñadora atraviesa la Calle Mayor de Triana y se cruza con Santiago Gil, quien recorrió sus adoquines junto a Alexis por última vez en noviembre de 2022. «Comimos en el restaurante Amal, visitamos la librería Sinopsis y tuvimos una larga conversación serena, pausada, nada que ver con la facundia de otras veces. Alexis acababa de superar un achuchón unos días antes. Estaba contento porque las pruebas médicas habían salido bien; pero había decidido vivir más despacio, con menos trabajos y menos compromisos. En los últimos años no había parado. Había ganado premios importantes, había escrito novelas inolvidables y paseaba por Triana como un Sócrates sabio, saludando a toda la gente que le paraba», rememora el escritor.

«Paul Auster escribió que, a partir de los 50 años, uno camina con fantasmas por dentro, y tenía razón: hay tanta gente que nos ha querido y que quisimos que ya no está cerca, que casi podríamos decir que escribimos para ellos, para los que no vemos pero intuimos en cada esquina, como cuando estaban vivos y nos fundíamos en un abrazo. Con Alexis Ravelo no podías negarte al abrazo. Se acercaba y te abrazaba como si no te hubiera visto en varios años», sonríe Santiago.

Entonces, Agustín Santos y Floro el Hurón, antagonistas de Los milagros prohibidos, se incorporan al diálogo y recuerdan que su paisana, la poeta e investigadora Elsa López, añora el mismo abrazo grande cuando recuerda a Alexis durante sus paseos por Garafía: «Echo de menos su risa y el abrazo, sobre todo, el abrazo fuerte que te levantaba en volandas mientras las costillas parecían crujir bajo su peso. Alexis Ravelo te abrazaba mientras se reía. Se reía mucho y muy alto y eso me hacía reír a mí también. Esa conjugación del Alexis tierno, afectuoso y divertido, lo convertía en un personaje único. En mi mundo era fundamental saber de él. Saber por dónde iba, qué estaba tramando, qué nueva vida iba a ofrecerme en su próximo libro o en su próximo encuentro. Lo echo tanto de menos», relata Elsa.

Elsa López: «Echo de menos su risa y el abrazo, sobre todo, el abrazo fuerte que te levantaba en volandas»

Lo suscribe Santiago: «yo busco a Alexis en los espejos de los libros que dejó escritos, en el eco de cada uno de sus personajes. Viene cada dos por tres a visitar el presente en nuestros pensamientos y, como si estuviera vivo, llega su voz, su carcajada y la mirada de niño grande y sabio que tuvo la suerte de ser amado por una mujer maravillosa. Le costó mucho llegar a ese triunfo vital del amor y de la literatura. Era un hombre feliz. Ganó la batalla».

Cae la noche sobre Las Palmas de Gran Canaria y es hora de que sus personajes, sus nombres prestados, vuelvan a la inmortalidad de los libros para así encontrarlos siempre en la orilla del presente. «¿Qué es la identidad sino memoria?», glosa La otra vida de Ned Blackbird.

El repiqueteo de una máquina de escribir sigue sonando en la memoria del tiempo. Quizás sean Alexis Ravelo y Antonio Lozano urdiendo nuevas peripecias entre bastidores, como en el espectáculo El crimen de la perra chona, o quizás sea el eco de los pasos de un hombre grande bordeando el contorno de tantas huellas en su isla. Justo antes de volver a sus páginas, los personajes de Alexis se detienen, se miran entre ellos y dicen: «Oye, pero Alexis, qué vivo sigue, ¿no?».