¿Quién soy yo?

José María Pou interpreta en 'El padre' a un hombre mayor que vive en una inquietante confusión entre realidad e imaginación al padecer de alzheimer.

José María Pou, durante su actuación en ‘El padre’.

José María Pou, durante su actuación en ‘El padre’. / LP / DLP

Conmigo solo contiendo / en una fuerte contienda, / y no hallo quién me entienda / ni yo tampoco me entiendo (Jorge Manrique).

Decía San Agustín que la memoria es un enorme palacio donde se guarda el tesoro de todos los objetos, pensamientos, discursos, y reflexiones de la vida si no los ha deshecho y sepultado el olvido.

Se representó El padre en el Cuyás, cuyo autor, Florian Zeller, la ha llevado al cine y al teatro. José María Pou interpreta a un hombre mayor que vive en una inquietante confusión entre realidad e imaginación al padecer de alzheimer. Una enfermedad que modifica no solo la vida del paciente sino las de su entorno, representado principalmente por Cecilia Solaguren, que da vida a Ana, la abnegada hija que acompaña a su progenitor en el calvario de la incertidumbre. 

La escenografía de Paco Azorín es un espacio ortogonal enmarcado por un neón que va cambiando de color. En su interior hay un salón en el que aparecen cinco enigmáticas sillas, tipo thonet, unidas entre sí de forma orgánica y asimétrica. Vemos como la unidad y solidez de estos muebles se va descomponiendo y desapareciendo a la par que se difumina la memoria: primero se separan, luego desaparecen dos, y finalmente son sustituidas por una cama de sanatorio cuando ya triunfa el olvido. También hay unos paneles correderos en cuyo exterior sabemos que se encuentran una cocina y una entrada, pero intuimos el guiño al palacio de la memoria de San Agustín en aquellas estancias de las que salen y entran personajes sin definir su nombre.

Sobra decir que la actuación de Pou es soberbia. Y lo es porque sigue con precisión milimétrica el desarrollo de la trama de la película original que protagoniza Anthony Hopkins. Una obra maestra que conmueve de forma tan elegante como trágica. Pero el film, al estar dirigido por el propio dramaturgo francés, es una guía perfecta también para un lenguaje mucho más complejo como el teatro, que requiere de una predisposición del espectador, un arte que no deja de ser un lujo en el mundo actual de la dictadura audiovisual.

Pou incluso habla de la misma forma que Hopkins. Pero resulta incomprensible cómo un drama de semejantes proporciones provocara risas en algunos momentos. Todo en El padre está dirigido para conmover al espectador. Todo es un preciso puzzle desequilibrante de las emociones que se remata en ese toque maestro final en el que el protagonista, entre sollozos, sólo encuentra un único refugio a su desamparo: la figura de su madre.