La explanada del muelle chico se fue llenando de maderas, chapas, lonas, sillas plegadas y cachivaches. Y martillazo a martillazo, la silueta del circo se fue elevando para su cita con Lanzarote. Al caer la tarde, entre redobles arrítmicos de su sucio tambor Pepito Cañadulce pregonaba la buena nueva: "Esta noche, ¡todos al circo!". Y esa noche, entre los gritos de los muchachos y el ramplón pasacalle de la charanga, aparecía don Pedro, de rigurosa etiqueta, a presentar su espectáculo. Era el momento que todos esperaban, por fin podrían ver de cerca al forzudo y la belleza etérea de una ágil trapecista, una imagen que los más jóvenes nunca olvidarían. Así cuenta Antonio Lorenzo en su Historia Menuda de Arrecife la llegada a la isla de estos seres extraordinarios.
Sentados en el patio de su casa en Tinajo, Antonio Cabrera Tejera y Dionisia Figueroa Figueroa posan sentados junto a su hijo mayor que emprendía viaje a la isla de Cuba. Un retrato perfectamente encuadrado. Como si formaran parte de una obra de teatro, antes del estreno, los actores se disponen a pasar a la posteridad. En realidad detrás de esta fotografía sólo se esconde una verdad: esta familia sólo buscaba tener un recuerdo, una imagen de su hijo mayor con la que aliviar la pena ante la proximidad de una larga ausencia. Entonces, era muy habitual que muchos lanzaroteños decidieran emprender nuevos rumbos en busca de un destino con más oportunidades. América fue para muchos de ellos la mejor de las opciones.