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Historias de la capital

El reino de Triana

Los habituales del barrio quizás conozcan sus secretos, pero transeúntes con prisa no habrán visto en su calle principal elefantes y leones. Casas señoriales, un reloj con pedigrí y comercios saben de la historia de la ciudad 

Detalle de un grabado geométrico y floral. (l) lp

Una hilera perfecta de cabezas de elefantes con sus colmillos blancos de seda sigue ahí, decorando una de las tiendas con más historia de esta calle de paseantes. Triana es como un reino, una ciudad en miniatura, el mundo por descubrir en el que se cruza el pasado y el presente al ritmo frenético de una capital con prisas.

Los que corrieron de pequeño por esta calle alargada y atractiva no olvidan sus secretos, los nombres de todos aquellos comerciantes que hicieron grande esta parte de la ciudad grancanaria, como la tienda de los Arencibia, en la que poder comprar las telas más delicadas, los hijos de Enrique Sánchez, con sus calderos, cazuelas y todo tipo de productos de ferretería, la casa Castillo, el lugar al que había que acudir para encontrar el mejor de los regalos y por supuesto, el negocio de Metharam, el primer indio que se instaló en la zona. Su tienda en el número 33 de esta calle merece un cierto detenimiento, además de los elefantes grises que cuelgan pacientes del techo mantiene en la fachada dibujos y esculturas de divinidades que recuerdan su país de origen, un hallazgo inesperado que el tiempo no ha fulminado. Y por supuesto las librerías dispersas por este amplio paseo, desde la Rexachs, a Diana, Carló, y ese universo mágico de palabras por descubrir que aún se extraña.

Pepe Rexachs forma parte de una ilustre saga de libreros. Su padre José Rexachs Miranda fue uno de esos extraordinarios emprendedores capaces de traer a la ciudad eventos tan importantes como el Congreso Nacional de Libreros que se celebró en el Teatro Pérez Galdós, luchando a brazo partido con otras ciudades de la Península que querían este prestigioso certamen. Don José también fue el promotor y organizador de la primera Feria del Libro que se celebró en Las Palmas de Gran Canaria.

La librería de los espejos

La tienda de los Rexachs se convirtió con el paso de los años en paso obligado de todos. Tanto los que entraban a comprar libros o encargaban trabajos de imprenta como aquellos más coquetos que sólo querían mirarse en sus enormes espejos.

Pepe Rexachs se acuerda de aquellas miradas furtivas, que buscaban entretenidos descubrir sus propias siluetas, tratando de que nadie viera como se ajustaban la corbata o como las señoras se acercaban tanto que parecían tocar el espejo con el único propósito de repasar cuidadosamente el carmín rojo, o de tono marrón chocolate, que se habían puesto esta mañana, al salir de casa.

Rexachs es sobre todas las cosas un gran enamorado de su barrio, cuando camina por sus calles, no para de saludar a diestro y siniestro. Se sabe los nombres de todos sus vecinos, a qué se dedican ellos, y sus familias. Cualquier esquina, cualquier recoveco merece algún comentario, una anécdota curiosa.

El orgullo de haber sido el presidente de la Asociación de Vecinos no se lo quita nadie, y también la pena inmensa de haber tenido que cerrar aquella emblemática librería, el pasado 31 de marzo de 2016. Aún permanece el cartel, como recuerdo de lo que fue. En plenas obras de remodelación, otros inquilinos y comerciantes tomarán el relevo de aquella tienda curiosa que atraía las miradas de todos en el reflejo de los espejos del número 79 de Triana.

Y precisamente, como gran conocedor de este barrio, Pepe Rexachs recuerda algunos detalles que han significado mucho en la biografía particular de esta calle. Uno de los puntos esenciales, casi como el kilómetro cero de Triana, habría que buscarlo en el gran reloj de Juan Pflüger, un relojero alemán que se instaló en la ciudad a comienzos del siglo XX y como regalo dejó esa magnífica pieza. De hecho, ese lugar se hizo tan famoso, que las parejas de novios durante los años cincuenta y sesenta solían quedar justo debajo de ese reloj, y después seguían con el rito de pasear por la zona o sentarse a tomar algo en unos de los dos cafés más reconocidos, la madrileña o la cafetería Lincoln.

Recorrer esta parte de la ciudad desde la Comandancia Militar, con esos resueltos leones que vigilan el entorno y que miran de frente a San Telmo y al mar supone un ejercicio entretenido. Un ir y venir de gente apresurada, meditabunda y curiosa, capaz de detenerse y quedarse un rato observando las hermosas casas, los grandes almacenes de ropa de marcas globales, iguales en todas partes, y las terrazas que adormecen el paso. El mundo en miniatura de Triana tiene tanto que ofrecer, que vale la pena, sentarse y mirar.

El Guiniguada

Contaba Tato Sansó, funcionario jubilado del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, que con siete años, su gran aventura consistía en salir corriendo desde la puerta de su casa en la calle Dolores de la Rocha en Vegueta y llegar casi sin respiración hasta el Puente Palo que unía su barrio a Triana. Entonces, llegar hasta allí suponía divisar el horizonte, asomarse desde lejos a un universo desconocido. El Guiniguada formaba parte del paisaje de una forma natural, como un elemento más de aquel decorado delicioso. Triana, a lo lejos, era otra cosa. En realidad siempre fue la zona cosmopolita y comercial de la ciudad. La capital no se entendería sin esa dualidad, por un lado la señorial y religiosa Vegueta y la Triana bulliciosa y moderna. Y las dos, definiendo la silueta alargada de Las Palmas de Gran Canaria con sus Riscos, como vigilantes desde lo alto, y al fondo, en la desembocadura, el puerto.

Desde el comienzo de la ciudad, Triana siempre fue vista de una forma diferente. Distintos historiadores, entre ellos, Juan José Laforet, señalan que el nombre de este barrio procede con casi total seguridad de los colonizadores sevillanos que vieron en el Guiniguada algo parecido al río Guadalquivir, y a este enclave lo imaginaron como al popular barrio de Triana en la capital andaluza.

Y en esta zona, creció el nuevo comercio, el motor económico de Gran Canaria, que inicialmente prosperó gracias a la exportación de azúcar hacia Europa. La población que eligió este otro lado del barranco procedía de otras ciudades del Mediterráneo que vio en esta Isla nuevas posibilidades para hacer grandes negocios. Uno de los ejemplos que aún quedan de estas procedencias está en la calle Malteses, denominación con la que se recuerda a los ciudadanos procedentes de la isla de Malta.

Triana ha sabido afrontar los inconvenientes que le ha puesto delante la historia. Pepe Rexachs reconoce que ha pasado por momentos delicados, malos. Sobre todo en los noventa, con el auge de otras zonas comerciales y el declive de un barrio que se quedaba atrás. Se acuerda del cierre de los almacenes, de la perdida de interés, hasta que logra reinventarse y volver a resurgir. Para Rexachs, "el secreto reside en haber sabido adaptarnos, la gente viene aquí, y le encanta. Resulta muy agradable pasear, ir de compras, sentarse en una de las terrazas. Venir a Triana es mucho mejor que meterse en un centro comercial, aquí se respira, no hay color".

Estilo modernista

Las viviendas de estilo modernista que aún pueden verse en esta calle representan otro de los atractivos que hay que destacar. Y sin duda, desde el punto de vista arquitectónico, hay que mencionar a tres edificios emblemáticos que se localizan en el barrio, el teatro Pérez Galdós, que conserva en sus salones y escenario las pinturas de Néstor, la Casa-Museo de don Benito, modelo de arquitectura doméstica tradicional, con el valor añadido de haber sido el lugar donde nació Galdós, y la Casa Rodríguez Quegles, que albergó durante años el Conservatorio de Música.

Las Palmas de Gran Canaria quedaría desdibujada sin dos de sus centros vitales, dos conjuntos históricos antagónicos, Vegueta y Triana. La calma, el sosiego y el tañer de las campanas, y al otro lado, el bullicio, los comercios de toda la vida, las grandes tiendas de ropa, los bares atestados, y la gente imparable que va y viene en un deambular constante.

Entrar al reino de Triana merece más de un viaje, más de un recorrido, sin olvidar a esa escultura del desaparecido Martín Chirino, que le da ese aire bohemio de hierro domado.

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