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(L)

75 años del primer ataque nuclear

Reglamentar la guerra

Antropólogos describen conductas inofensivas para dirimir diferencias en grupos primitivos - Vegecio: "La garantía de una paz sólida es una buena preparación para la guerra"

Recordar que hace 75 años fue arrojada la primera bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, puede constituir un ejercicio de higiene mental para una sociedad que, arrastrada por ese oscuro optimismo del recuerdo, olvida fácilmente acontecimientos que debieran estar grabados a sangra y fuego en la conciencia colectiva de la humanidad. La utilización de la bomba atómica supuso un salto cualitativo en el ejercicio de la violencia bélica.

Se me dirá que el conflicto, la violencia, la guerra es consubstancial al hombre. No hay más que recordar la secuencia de "2001". Una odisea del espacio, en que aquel homínido machacaba con saña los cráneos de sus enemigos al son de los redobles de "Así habló Zaratustra", el poema sinfónico de Richard Strauss. En la antigua Grecia, Heráclito de Éfeso había considerado la guerra, "pólemos", como una categoría explicativa del universo y, por tanto, del hombre- "La guerra es el padre de todas las cosas, a algunos hombres hizo libres y a otros esclavos"-. La guerra podría ser también un trasunto de la violencia soterrada que constituye una de las pulsiones elementales del hombre, los instintos tanáticos, según Freud.

No parece, sin embargo, que la guerra sea la forma natural del hombre para resolver los conflictos con sus semejantes. Algunos antropólogos han descrito conductas más inofensivas, como cantar, a la hora de dirimir las diferencias en grupos sociales primitivos no contaminados por la civilización. Pero sería absurdo negar que es la guerra una constante en toda la trayectoria del ser humano. La desigualdad entre los grupos humanos originaba tensiones que se resolvían en choques violentos. El romano Vegecio acuñó la famosa expresión "si vis pacem, para bellum". La garantía de una paz sólida es una buena preparación para la guerra.

De este modo, la guerra se convirtió en una verdadera institución, y, como tal, fue siendo paulatinamente reglamentada dentro del conjunto de normas que regían la vida de los pueblos. Desde el Ius militare de los romanos hasta el actual derecho humanitario, se han sucedido acuerdos, convenciones y polémicas que han originado un cuerpo de doctrina y una normativa sobre la guerra. En esta doctrina destacan dos aspectos a considerar, el derecho para la guerra y el derecho en la guerra. El primero de ellos tuvo una especial relevancia en el pensamiento escolástico medieval y en la escuela salmantina del s. XV: la guerra justa. Tres eran las condiciones que hacían justa una guerra desde un punto de vista moral: a) que sea declarada formalmente por la autoridad legítima, b) que la causa de la guerra sea justa, y c) que la intención sea promover un bien general o evitar un mal para el pueblo.

Más tarde el interés se centró en aspectos más prácticos: qué normas se han de guardar para limitar el sufrimiento de las personas integrantes de los pueblos en liza. Especial importancia adquieren en este aspecto las cuatro Convenciones de Ginebra, que desde 1864 hasta 1949 han consensuado normas reguladoras de la guerra y que constituyen la base del actual Derecho Internacional Humanitario. En definitiva, se trata de paliar los efectos negativos de los conflictos armados. Hay foros internacionales en los que los representantes de los países tratan de lograr acuerdos para evitar las contiendas, pero con frecuencia estos escenarios están dominados por los países más poderosos que hacen valer sus intereses al margen de cualquier otra consideración.

Decíamos que con la entrada en escena de las armas nucleares se produce un salto cualitativo en la escalada bélica. El poder destructivo de tales artefactos pone en un serio riesgo a toda la humanidad, Nuevamente han surgido intentos de regular la producción de tales armas, pero, como podemos comprobar, con escasos resultados.

El gran progreso del conocimiento experimentado por el hombre a través de los siglos, no va parejo, al parecer, con los ideales de justicia y solidaridad que deberían orientar su conducta.

No hay que reglamentar la guerra, hay que eliminarla porque no existe guerra justa. Si no, lean lo que decía en 1963 Juan XXIII en la encíclica Pacem in terris : "En nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado." Ni siquiera para restablecer el derecho violado. Eso lógicamente obliga al hombre a buscar siempre puntos de encuentro para dirimir sus diferencias al tiempo que hacer realidad la justicia y la solidaridad. Hay que cambiar la máxima de Vegecio por esta otra: "Si quieres la paz, lucha por la paz".

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