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El Teatro-Cine-Circo Cuyás, 120 años de historia

Público a la entrada del Teatro Cuyás

Un 13 de enero de 1902, según cuenta Rafael Hernández en sus memorias, iniciaba su andadura cinematográfica el Cine Cuyás. Así se entablaba una relación entre esta sala emblemática de Las Palmas de Gran Canaria con el mundo del celuloide. Hoy, 120 años después, el Cuyás se ha consolidado como oferta teatral importante de la capital grancanaria, tras ser rescatado de su ocaso consumado en 1987, cuando la irrupción del VHS y la apertura de los primeros multicines hicieron inviable económicamente el negocio. Aunque nuestros recuerdos de este recinto están asociados al cine y al teatro, si rastreamos en su historia nos sorprenderemos al descubrir lo variado de las actividades de entretenimiento que se han llevado a cabo en ese solar de la calle Viera y Clavijo. Y sus orígenes no pueden ser separados del protagonismo que tuvo desde el principio don Salvador Cuyás y Prat. Este empresario barcelonés, afincado en la ciudad desde 1853, había hecho fortuna en negocios varios y creado su propia consignataria en el puerto. Hombre con talento para los negocios, aprovechó la oportunidad que surgía de la parcelación que el ayuntamiento hizo de los terrenos ocupados por el antiguo convento de San Bernardo. Allí compró en 1893 un solar con la idea de construir unas casas, pero finalmente decidió habilitar una parte que daba a la nueva calle surgida de la prolongación de Cano, para que sirviese como lugar donde se organizaran espectáculos de todo tipo. Cuentan los periódicos de esos años que allí se celebraron pronto luchadas, peleas de gallos, carneros o camellos, exhibiciones ecuestres o actuaciones de compañías variadas que recalaban en la isla.

El negocio fue un éxito desde el principio, especialmente porque no abundaban en la ciudad lugares accesibles que sirvieran para el desarrollo de este tipo de actividades más populares (el proyecto de hacer un terrero en la desembocadura del barranco quedó en el aire y lo normal era aprovechar los solares fuera de la Portada, en la Plaza de la Feria). El recién inaugurado teatro Tirso de Molina, que luego cambiaría a Pérez Galdós, había quedado reservado para una oferta cultural más elitista. Así que Salvador Cuyás supo identificar un nicho de mercado amplio y variado, y en 1898 inició los trámites para convertir su solar en un edificio de madera y más acondicionado, tomando como modelo los circos que funcionaban en Madrid y París. El encargado del proyecto fue su paisano Laureano Arroyo, quien acababa de convertirse en arquitecto municipal. El Circo Cuyás presentaba una planta poligonal que cubría unos 850 m. y con un aforo de 1.700 localidades en graderías concéntricas. Las obras se ejecutaron en tiempo récord y el 28 de abril de ese año ya estaba en funcionamiento. Lo precipitado del trabajo provocó que algunas partes no estuvieran bien terminadas y tras los primeros elogios que recogían los periódicos de esos días, vinieron las quejas por la suciedad y la polvareda que levantaba la arena central, la mala sonoridad del recinto, los problemas con la ventilación y la necesidad de mejorar el acceso desde la recién creada calle Viera y Clavijo. El propietario fue acometiendo mejoras puntuales, en función también de las innovaciones del momento. Una de ellas fue asegurar el suministro eléctrico que había provocado que en 1901 una actuación tuviese que acabar bajo la iluminación de los fósforos de los asistentes, según cuenta José Orive en su libro sobre El Cuyás. Es en este instante cuando el Teatro-Circo Cuyás va a sumar su tercer apelativo, el de Cine, pues en el año 1902 se realiza la primera proyección de una película en su interior. En 1906, el Cuyás poseía la más moderna tecnología en proyección, pero eso mismo alertó a las autoridades; proyectar películas de celuloide en un edificio de madera era un peligro constante y, aunque en 1908 se construyó a instancias del Ayuntamiento una cabina de ladrillo para la maquinaria, no se pudo evitar el desastre que se produjo la noche del 16 de junio de ese año cuando ardió parte del edificio por unas llamas surgidas de la propia cabina de proyección.

La recuperación fue rapidísima y en diciembre ya estaba levantado un nuevo circo provisional. A los dos años volvían a proyectarse películas en su interior, además de continuar con su variada programación de agarradas, peleas de gallos, representaciones teatrales, conferencias, mítines políticos, etc. En este nuevo edificio pudo dejar su huella artística un joven Néstor Martín-Fernández de la Torre a quien Cuyás le encarga decorar el amplio escenario que se había instalado en un lateral del Circo. El incendio que esta vez afectó al Teatro Pérez Galdós en 1918 otorgó al Teatro-Circo-Cine el protagonismo absoluto de la oferta cultural y artística de la ciudad durante la década de los 20, al acoger en su interior a todas las grandes compañías del momento. Terminada la reconstrucción del Pérez Galdós, el Cuyás se centró más en su faceta cinematográfica y se apuntó el tanto en 1930 de proyectar la primera película sonora en las islas. El éxito que ya empezaba a tener el espectáculo del cine llevó a los propietarios a encargar a Miguel Martín-Fernández de la Torre un proyecto moderno y competitivo para este fin. En octubre de 1931 se acababa la historia del viejo Circo y dos años después se abrían las puertas del Cine Cuyás, instalado en un edificio racionalista que quedaba protegido de la calle por un bloque pensado para casas y que así ha perdurado hasta nuestros días. El aforo se reducía a 360 butacas en el anfiteatro, además de un palco con 160 localidades, una acústica cuidada y un gusto exquisito en los acabados. Como señala Fernando Betancor, en aquel momento fue descrito por los diarios como «un templo digno del dios Cinema». Todavía quedarían varias reformas en los cincuenta años y pico en los que el cine estuvo en funcionamiento. Suárez Valido diseñó una transformación en 1965 que alteraba en parte el proyecto anterior, aunque de esta intervención hay que señalar que permitió que Felo Monzón también dejara su huella en el edificio por medio de un mural de grandes dimensiones en el Hall del cine. Aunque una posterior reforma lo sepultó bajo varios empapelados sucesivos, fue redescubierto en 1993 y se extrajo de su ubicación original para su restauración. En 1966 ya volvía a estar activa la sala de cine y las siguientes décadas fueron testigos de la adaptación del Cuyás a las innovaciones técnicas de la industria cinematográfica y a las dificultades de sobrevivir ante los cambios del negocio, lo que supuso el cierre de buena parte de los cines populares que había en casi todos los barrios de la ciudad. La apertura en 1985 de los multicines Royal y Galaxy activaron la cuenta atrás del final del Cine Cuyás. El 19 de febrero de 1987 se proyectaba la última película, A Cara Descubierta, y finalizaba una larga etapa en la que este solar había estado vinculado a la difusión del espectáculo en la ciudad y la isla. Dos años después, el Cabildo compró el edificio y se proyectó su recuperación como Teatro. Pero eso, ya no es el pasado; eso es el presente.

(*) Profesor de Historia, ULPGC

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