Uno de los acontecimientos colaterales a los sucesos de Sardina del Norte, pionero en el movimiento obrero de esta época, fue el encierro en la Catedral de Santa Ana de un grupo de mujeres esposas, hijas y madres de los represaliados.

Allí no pudieron entrar las fuerzas de seguridad y las mujeres se mantuvieron varios días en el templo con la connivencia del Obispado. Esta protesta marcó un antes y un después porque el eco de la misma llegó a la Península y fue el inicio de otras protestas similares en varios lugares.

"En la comisaría me torturaron y me encerraron en una celda de apenas un metro, querían que les dijera los nombres de los cabecillas de la protesta pero me negué, después estuve en la cárcel de Barranco Seco más de un mes aislada". Marisol Jiménez Quesada rememora los sucesos de Sardina del Norte 50 años después.

"Luchábamos por una causa justa, allí todos éramos pobres aparceros y obreros que queríamos que nos pagaran porque llevábamos varios meses sin cobrar y la empresa nos habían dejado tirados sin recibir nada", explica Marisol Jiménez, a quien los agentes le tiraron del pelo para obligarle a mirar fijamente a una luz exigiéndole que les diera nombres.

Por su parte, Jesús Redondo Abuín, gallego de origen, trabajaba en la construcción y cuando se enteró de la situación de los trabajadores de Satra fue uno de los que organizó la asamblea que desembocó en los sucesos de Sardina del Norte. Según los historiadores, fue el inicio del despertar de la lucha de los trabajadores por sus derechos en la dictadura franquista.