Un divorcio por cada dos bodas: el alto número de rupturas en Canarias lastra la natalidad en las Islas

Cada día 15 parejas se separan en Canarias, convirtiendo a los canarios en los españoles más proclives a hacerlo

El divorcio supone un ‘plus’ de inestabilidad que se une a la social y económica y que, en última instancia, afecta a la decisión de ser padres

Ilustración de una pareja que ha roto su relación.

Ilustración de una pareja que ha roto su relación. / El Día

Verónica Pavés

Verónica Pavés

Si casarse es uno de los momentos más felices de la vida de una persona, acabar con esa unión es, sin duda, uno de los más duros. Los canarios, sin embargo, parecen haber hecho callo ante la adversidad. No en vano, por cada dos bodas que se celebran cada año en Canarias, una se rompe. El divorcio no es solo una moda pasajera, es una tendencia que lleva décadas afianzándose entre los canarios y que desde 2019 los sitúan a la cabeza de las rupturas amorosas. Y el amor en las Islas es tan volátil que empieza a pasar una costosa factura social y económica a toda la sociedad canaria.

Cada año, dos de cada 1.000 canarios se divorcian. Los juzgados del Archipiélago registraron a finales de 2023 la tasa más alta del país de demandas de disolución matrimonial de toda España. Según los datos proporcionados Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), entre enero y diciembre del año pasado, se computaron 5.473 demandas de separaciones, divorcios y nulidades matrimoniales, un 1,4% más de los que se registraron durante el año 2022. El desamor rompe cada día 15 parejas casadas en Canarias. 

Estos números son aún más inquietantes si se ponen el contexto. No en vano, el Archipiélago también es una de las regiones en la que menos parejas deciden unirse en matrimonio. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2022 se formalizaron 7.293 matrimonios en Canarias –recuperando así las cifras de enlaces prepandemia–, lo que corresponde a una tasa bruta de nupcialidad de 3,52 por cada 1.000 habitantes. «Si tenemos en cuenta esto, los divorcios son mucho más comunes de lo que pensamos», indica José León García, investigador en geografía humana de la Universidad de La Laguna (ULL). Y es que en Canarias por cada dos bodas que se celebran cada año, otra pareja decide romper esos votos de amor eterno. El compromiso, es además, cada vez más fugaz. Cuatro de cada diez parejas rompen antes de llegar a las bodas de aluminio (antes de los 10 años), y entre 2018 y 2022 ha crecido el porcentaje de parejas que ha decidido romper la relación en menos de un año y entre los 2 y los 4 años. 

Ningún experto alcanza a entender las razones concretas que sitúan a Canarias por encima de la media de divorcios. Menos aún aquellas que le llevan a liderar el ránking del desamor. «Es la pregunta del millón», admite Azucena Duque, presidenta del Colegio Oficial de Psicólogos (COP) de Santa Cruz de Tenerife. Sin estudios científicos que, por el momento, abarquen de manera profunda una dinámica social tan compleja, los expertos se aventuran a aludir a algunos motivos que pueden estar detrás de que las flechas de Cupido se partan tan rápido. 

La climatología –lo que podría explicar por qué en el sur de España hay más divorcios que en el norte–, el carácter más abierto y sociable de los canarios e, incluso, al trasiego de culturas con las que los habitantes de las Islas han tenido que convivir durante décadas debido al turismo, podrían haber contribuído a romper con los sistemas de pensamiento único y enriquecido los valores sobre los que se sustenta la sociedad canaria. 

Sobre al papel que han jugado los visitantes al Archipiélago, García destaca que el turismo puede haber actuado como modificador de «costumbres». «Las relaciones sentimentales o de amistad que se acaban forjando con los turistas modifican las costumbres del pasado y han convertido a la sociedad canaria en una más liberal y flexible», argumenta García. Pero no todo el monte es orégano. Azucena Duque añade que, en general, también encuentra en los canarios poca introspección y escucha activa. «No se habla tanto sobre las emociones que uno siente, ni en pareja ni con uno mismo», argumenta la psicóloga.

Otro factor que puede estar detrás de la decisión de cortar de raíz una relación sentimental y familiar es la pobre situación económica que se ha cronificado en Canarias. «Aunque haya mejorado, Canarias es una de las comunidades con la tasa de desempleo más elevada», recuerda García. En concreto, el Archipiélago cuenta con una tasa de paro del 16,19% que se eleva hasta el 34,51% en los menores de 25 años. A esto se añade los sueldos que se ofertan en las islas que son «los segundos más bajos» de España. En concreto, los isleños ganan, de media, 1.630 euros al mes frente a los 1.920 euros de salario medio en el conjunto de España.

La precariedad económica aumenta los niveles de inestabilidad hasta el punto de provocar más roces en la pareja. «La situación financiera crea muchas dificultades en las familias y puede llegar a conflictividad dentro del matrimonio», argumenta García. «El estrés de los núcleos familiares se dispara» y con ello, también el malestar y el desasosiego, incide Beatriz Triana, psicóloga evolutiva de la Universidad de La Laguna (ULL). 

Un cambio en los valores

Además de arrastrar los problemas propios de su idiosincrasia, Canarias –al igual que el resto de España– está inmersa en un cambio social «radical», que está motivando un cambio de valores capaz de permear el propio concepto de la familia. La «permisividad» judicial y social con respecto al divorcio y la menor influencia de la iglesia han tenido algo que ver con este cambio de patrón del amor en toda España. Sin embargo, cuando se trata de apuntar hacia un motivo concreto, los expertos coinciden en hacer alusión al «hedonismo». Una forma de pensamiento que se ha consolidado entre la sociedad del siglo XXI como respuesta a un mundo donde prima la inmediatez y la sobrestimulación. 

«Ahora se prima el yo por encima del resto bajo la premisa de que la vida es efímera y hay que disfrutarla», recalca Triana. Las redes sociales son el máximo exponente de dicho hedonismo, pues enaltecen la búsqueda del placer sin restricción. En este sentido, «las redes sociales también animan a experimentar y diversificar», destaca Duque, lo que también puede dar lugar a no sentirse conformes con la relación y a buscar el placer en otro lugar. 

El hecho de eludir el compromiso a largo plazo permea a toda la sociedad y se convierte en un patrón que se repite y agrava generación tras generación. «Son costumbres que se normalizan», destaca García, que insiste en que nos faltan «prácticas y herramientas para encauzar los problemas de convivencia». 

Sobre esto Duque advierte que a los isleños no se les ha enseñado las herramientas necesarias para hacer frente al «impacto psicológico y emocional» que supone una ruptura. Y es que los divorcios son un duelo para las personas implicadas –independientemente de quién haya tomado la decisión– que, en algunos casos «puede llegar a ser peor que el que se atraviese cuando alguien se muere», tal y como afirma Duque. 

Un duelo peor que la muerte

«Las consecuencias psicológicas son elevadas, porque un divorcio crea una zanja a nivel vital, emocional y de estilo de vida», revela la psióloga. Cuando esto ocurre, los implicados suelen atravesar un duelo en todas sus fases (negación, ira, depresión, negociación y aceptación). «Algunas personas se pueden enquistar en algunas de las fases, especialmente si lo dejan pasar y no tienen herramientas para superarlo», insiste Duque. De ahí que los psicólogos consideren necesario abordar el problema desde el primer instante hablándolo con personas queridas e, incluso, con profesionales que puedan ayudar a redirigir su vida. «Con las separaciones se acaba un ciclo y la persona afectada se queda en un limbo psicológico que le hace mella en su autoestima, su autoconcepto y su entorno», revela Duque. 

Las terapias psicológicas son de gran ayuda pues acompañan al afectado durante este proceso. Aunque las terapias suelen adaptarse a las circunstancias de cada persona, lo primero que se busca «es expresar las emociones para que nosotros podamos ver qué es lo que está ocurriendo a nivel interno», resalta la psicóloga. Es el momento de llorar y soltar la rabia mientras los psicólogos se encargan de canalizar el daño. Posteriormente los profesionales ayudan a gestionar la ansiedad y el síndrome depresivo que suelen surgir como consecuencia de la ruptura. «Les ayudamos a sobrellevar el día a día», insiste Duque. Una vez se empieza a superar el dolor, los psicólogos también les ayudan a reorganizar la vida que ha quedado patas arriba y a buscar «nuevos objetivos vitales» con los que reinventarse. 

El amor volátil acaba sin descendencia

Pese al escaso interés que suelen suscitar los datos sobre divorcios, la realidad es que estos patrones sociales son una de las razones que justifican otro índice en el que Canarias destaca en negativo: la natalidad. El matrimonio es más que un mero trámite o una muestra de amor verdadero, también supone una estabilidad que la ruptura hurta por completo. En un mundo donde la inestabilidad se encuentra a la orden del día en lo laboral, lo económico y lo social, el divorcio o la separación añade un vaivén adicional en el plano sentimental. 

«La consecuencia de un contexto donde la gente que se casa poco, se formalizan más relaciones de hecho –que suponen un vínculo menor– y existe una gran tasa de divorcialidad, es una baja tasa de nalidad como la que encontramos en Canarias», resalta García. En concreto, el Archipiélago cuenta con la tasa de fecundidad más baja del país. En las Islas nacen 23 niños por cada 1.000 mujeres al año, mientras que la media del país se sitúa en 31 de cada 1.000. 

«En un entorno matrimonial hay más posibilidad de tener hijos, porque hay una mayor estabilidad que permiten tomar decisiones a largo plazo», resalta García. Sin embargo, en Canarias más de la mitad de los divorcios (51%) suceden entre parejas que no tienen descendencia común y un 22% ocurre en parejas con un solo hijo. 

Los factores que lastran la natalidad son, en este sentido, similares a los que están detrás de los divorcios: el hedonismo y la situación económica. «La conjura del yo por encima de todo afecta también a la estadística de nacimientos, pues los niños se ven como una carga que no todo el mundo está dispuesto asumir», insiste García. Por su parte, la situación económica imperante –con varias crisis a las espaldas y un alto nivel de pobreza– dificulta lanzarse a tener descendencia porque, al fin y al cabo, suponen un gasto adicional. 

Sin conciliación no hay hijos

«Solo podremos mejorar esta situación con mejores políticas de conciliación», sentencia Triana. Y es que cuando se habla de natalidad y de matrimonios es imposible no aludir a la mujer y su larga búsqueda de la igualdad

El camino hacia la igualdad que han emprendido las mujeres –antaño obligadas a claudicar ante la presión económica, social y sentimental de tener un marido– ha añadido un reto que el Estado nunca ha tenido en cuenta: alinear los cuidados con el trabajo. No en vano, las mujeres han desempeñado durante épocas roles de cuidados en el hogar sin que el Estado ni la sociedad lo pusiera en valor. Ahora el desempeño de estas tareas ha quedado en un limbo originando nuevos retos sociales que, por el momento, no se han sabido abordar. 

«El cambio socioeconómico repercute en el interior de los hogares», reseña Triana, que insiste que se hace «necesario imponer nuevas políticas de conciliación» que permitan garantizar a las familias unas dinámicas correctas tanto dentro como fuera del hogar. «Las funciones parentales no pueden estar torpedeadas por las demandas del exterior», insiste la psicóloga educativa refiriéndose a las políticas que se toman dentro del plano laboral. 

«En 2016 el Consejo Europeo recomendó la parentalidad en positivo, e insiste en que la responsabilidad de hacerlo es de los padres, pero no se puede llevar a cabo sin tener el apoyo de la sociedad», insiste. Los sueldos bajos y los horarios laborales interminables son los que muchas veces provocan que las familias tengan uno o ningún hijo a cargo. 

La precariedad de las familias afecta a las dinámicas generales y toda la presión que soportan los padres y madres se convierte en «estrés parental» y «estrés conyugal». Por tanto, también puede ser lo que impulse divorcios. Por tanto, Triana considera que «si apoyas a las familias y reduces los niveles de estrés, también se reducirá la conflictividad y, por tanto, los divorcios». 

El alto número de matrimonios fallidos es tan solo el pico de un iceberg social de ingentes proporciones que se ha encallado en Canarias. La tendencia al divorcio saca a relucir las costuras de una sociedad que no ha sabido a adaptarse a la necesaria igualdad entre hombres y mujeres, que se ha perdido en el individualismo por unos likes y que se resigna a ver envejecer a la sociedad por no dar un paso al frente para ayudar, de verdad, a las familias a afrontar sus problemas, retos y necesidades. 

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