Se ha tomado el 1 de octubre como Día del Abuelo, que, aparte de la posible connotación comercial que tenga esa fecha (hay que seguir consumiendo, aunque sea moderadamente) debería ser un motivo para exaltar el papel que vienen ocupando en este depauperado país los sufridos abuelos.

Legiones de ellos se han convertido en el sostén de hijos y familiares que han perdido su trabajo, que están en paro y sin ingresos, o con pagas de miseria. Quizás se dé el caso de que lo hacen, a pesar de recibir una pensión baja, no acorde con los muchos años de trabajo a lo largo de su existencia. Y pagando sus cuotas, para que no les faltara esa previsión. Las pensiones son, o deberían ser, para que los mayores puedan vivir con dignidad y no de forma precaria.

Por si alguno lo ignora, España es uno de los países de la Comunidad Europea donde los salarios son más bajos, aunque nos ganan otros, como Portugal que es el que tenemos más cerca. Me refiero, claro está, si se les compara con los de Francia, Alemania o Luxemburgo. Se da el caso, además, de que en España las mujeres suelen ganar menos que los hombres, realizando el mismo trabajo. Esta discriminación se acentúa más en Canarias, que, por ende, pasa a ocupar el ranking de las comunidades más machistas del país.

Existen abuelos que suelen echar una mano en otras cuestiones que no sean las económicas y que también se ofrecen, y estoy seguro que con gusto, para otros menesteres relacionados con el cuidado de niños pequeños, en ir a buscarlos a los colegios, en darles un paseíto de vez en cuando, en hacer la compra, etc. Esa ayuda la reciben muchos matrimonios con hijos que trabajan fuera de casa y que no pueden cuidar a sus hijos, o pagar a alguien para que lo haga.

Son motivos más que suficientes para ponderar la loable tarea realizada por esos miles de jubilados de este país arropando a sus hijos y nietos, en una situación tan desesperada como la que vivimos, donde los únicos que tienen una vida garantizada, privilegiada y sin crisis es la clase política y la financiera. A los que se añaden los dirigentes y accionistas de esas grandes empresas que reciben beneficios multimillonarios cada año, y los escurridizos defraudadores a la hacienda pública. Todos los demás: clase media, funcionarios, pequeñas y medianas empresas, los desempleado y hasta los pensionistas, están haciendo equilibrios y bailando en la cuerda floja.

El actual gobierno de la nación, que incumple casi todas sus promesas y es poco fiable, tanto aquí como fuera del país, dijo una vez que no se metería con las pensiones. Ya lo incumplió el señor Rajoy, que es quien dirige esta orquesta tan desafinada. Les ha concedido un pequeño incremento del 0,25 % , a título de limosna y quizás para acallar su poco escrupulosa conciencia. Nada tiene que ver con el incremento del IPC, y, por tanto, los pensionistas ibéricos van a perder, una vez más, poder adquisitivo si Montoro no lo remedia. A no ser que se produzca un milagro y el ministro de Hacienda vea la luz. Y encima, otro ministro, por cierto canario, se ha confabulado con las productoras de energía para subir más y más las tarifas eléctricas. ¿Cómo lo ve? Como diría Cantinflas...

¿Cómo no va a bajar el consumo? ¿Cómo experimentará un incremento la economía y a desaparecer la crisis, con tanto recorte en cuestiones fundamentales para esta nación, con tanta bajada de sueldos, con esa facilidad con la que se prodigan los despidos, con ese derroche realizado por nuestros políticos, por ese seguimiento de los consejos dados por Bruselas y Berlín, que ellos sí pueden seguir pero nosotros no? En España, los políticos no saben aún lo que es austeridad ni el equilibrio en las cuentas públicas. Aquí, el país del chocolate del loro, lo único que se sabe y esto lo hemos repetido todos, es que los sacrificios se les piden siempre a los más vulnerables, y entre ellos están los pensionistas, los jubilados.